nº4 | ¿hay gente que piensa?

Desde la frontera

«¿Eres de Melilla? ¡Menuda tenéis allí liada!, ¿no?». Como melillense que vive en la Península, escucho esta frase cada vez con más frecuencia. Hay violencia soterrada en la pregunta, violencia soterrada en la respuesta. Hay violencia en la propia existencia de Melilla. La Valla de Melilla. El Muro de Berlín. Para intentar explicar la Valla, tengo que contar mi versión de la historia de mi pueblo.

La historia oficial mantiene que Melilla es española desde 1497. Físicamente, el territorio es una bahía en la que pueden resguardarse las embarcaciones. Durante 400 años, Melilla ha sido una plaza fuerte, un reducto minúsculo amurallado entre acantilados. Pero Melilla no existe como tal hasta principios del siglo XX, tras el Tratado de Algeciras de 1906 en el que las potencias europeas se reparten Marruecos. Se convierte entonces en la capital del Protectorado Español en Marruecos. Poco antes se habían trazado las actuales fronteras.

La ciudad crece entonces porque llega población a raudales: unos forzados por sus obligaciones militares, otros huyendo de la miseria de sus pueblos. Nace una ciudad llena de militares que tienen que comer, vestirse, divertirse. Hacen falta pescadores, sastres, camareros. La población civil llega junto a la militar desde la Península. Todos pobres, muy pobres, con y sin uniforme. Llegan también los mandos militares, los administradores del Estado, los representantes de los grandes empresarios. Estos se repartirán el botín de las minas del Rif, la verdadera razón por la que España desembarca aquí en masa. El Rif árido y pedregoso escondía minerales. Lo sabían el conde de Romanones y Alfonso XIII, el abuelísimo. No solo luchan por el honor de la patria. Usan los recursos del Estado para llenar sus bolsillos. Juegan con el pueblo rifeño y el español, causan miles de muertos para extraer minerales y agrandar sus fortunas personales.

El Rif se pacifica, las minas se van secando. Con la independencia de Marruecos en 1956, Melilla vuelve a ser un mero pueblo que mira a la Península para subsistir. No hay grandes intereses, las distintas culturas y religiones aprenden a convivir en paz. La frontera física, aunque existe, es anecdótica, permeable.

La Valla no llegará hasta los años 80 e irá ampliándose con la generación de los que nacimos en la segunda mitad de los 70, separando un territorio que siempre había estado unido. La metáfora de nuestra generación creciendo al ritmo de la Valla —la de quienes vivimos en la supuesta Europa democrática mientras a nuestras espaldas crecía una valla diabólica que separaba a quienes nacimos, por azar, a uno y otro lado de la frontera— ilustra bien las miserias del capitalismo y de su progreso.

Con la entrada en la UE, el equilibrio vuelve a alterarse. España se va convirtiendo en un país rico. Los poderosos tienen que defender sus intereses. Melilla toma valor geopolítico. Europa invierte ingentes cantidades de dinero con motivo de la celebración del 500 aniversario de su españolidad en 1997. Queda claro entonces que Europa sabe ya qué hacer con Melilla. La ciudad se llena de flores y rotondas, se abren playas, se consigue un alcalde que sabe manejar el cotarro, llegan Zara y Burguer King. En el proceso, van levantando la Valla. Los melillenses apenas nos percatamos, todo va pasando poco a poco. Ahora hacemos nuestras barbacoas frente a una valla maldita y pensamos que siempre ha estado ahí.

Levantan las vallas. Ahora vienen otros buscando una vida mejor. Lo mismo que hizo mi bisabuela. Levantan las vallas. Son los herederos del conde de Romanones y de Alfonso XIII. La Valla defiende la riqueza de la nueva aristocracia. Defienden a los poderosos, separan a los trabajadores.

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