Cada 12 de octubre vuelve a estallar el mismo debate en las redes sociales, los informativos y tertulias políticas y culturales. España celebra su día nacional, una festividad que homenajea un acontecimiento que es parte de la historia colonial y de la formación del Imperio español. La izquierda reacciona lentamente a la hora de rechazar que el día nacional español sea una efeméride colonial, al mismo tiempo que vivimos un rearme ideológico por parte de la derecha y de los sectores nostálgicos del imperio que ha llevado incluso a una campaña publicitaria en las calles que blanquea a los conquistadores españoles y los llama «héroes y santos». Además, este año, la Junta de Andalucía ha anunciado que creará una Cátedra de la Hispanidad, impulsada por Vox. Y es que los discursos de la hispanidad y del colonialismo español siempre tienen entre sus objetivos la hegemonía cultural en los territorios más periféricos y subalternos, como es el caso de Andalucía.
El día 12 de octubre fue declarado día nacional español hace más de cien años, en la celebración del cuarto centenario de la expedición de Cristobal Colón que tuvo lugar justamente en el monasterio de La Rábida, en Palos de Frontera, Huelva, en el año 1892, durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena y bajo el gobierno de Cánovas del Castillo. Se trata de una celebración relativamente reciente, que no tiene ninguna tradición histórica antes de 1892. En segundo lugar, la hispanidad no es una festividad de carácter popular ni construida en torno a una identidad colectiva. En tercer lugar, se trata de una reafirmación del carácter imperial, monárquico y autoritario de la naciente españolidad, a finales de un siglo XIX, que había sido un siglo profundamente antiespañol, si miramos cuáles fueron los acontecimientos políticos más importantes de esa centuria. La invasión napoleónica, la disolución de las cortes de Cádiz y la restauración monárquica; la presión sobre las insurrecciones liberales; las revueltas campesinas de 1857 en Arahal; la de Loja de 1861 y la de Jerez de 1892; la I República y el cantonalismo; las guerras carlistas, fueron todos fenómenos que tensaron la construcción de una identidad nacional homogénea, que no se consolidaría hasta el genocidio fascista a partir de 1939.
Todo ello tuvo como resultado diferentes intentos, por parte de la monarquía y de los gobiernos conservadores de finales del XIX, de implementar una nueva cultura nacional en España que se construyera a partir del proyecto imperial que aún duraría un siglo. La hispanidad sería reforzada por el Régimen del 39, que imprimiría a la conmemoración del 12 de octubre no solo un carácter imperial, sino también un carácter racial, con la promoción de la película Raza como política cultural del nuevo Estado franquista.
Esta conexión entre imperio y raza, en torno a la idea de hispanidad, solo se entiende si comprendemos la naturaleza colonial del régimen franquista. Los sectores que protagonizaron el golpe de Estado de 1936 eran militares de colonias que habían vivido fuera de España durante décadas y que se habían formado militarmente, pero también ideológica y políticamente, en las guerras de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y, más recientemente, en el norte de África. Esa violencia colonial fue la que caracterizó la represión en la sierra de Cádiz, en Sevilla, contra la Columna minera o en la carnicería de Badajoz.
El Ejército español era, en realidad un ejército colonial que se iría replegando hacia la península ante el empuje de los rifeños, que habían proclamado La república del Rif tras la victoria de Anual, que solo pudo ser disuelta con el apoyo del Ejército colonial francés. Además, el cuerpo militar al que pertenecían Franco, Mola, Cabanellas y Millán-Astray era la Legión, un cuerpo de tropa colonial que había aprendido en la guerra de África las técnicas de aniquilamiento, exterminio y violencia genocida que más tarde aplicarían en la península ibérica tras el golpe del 36. El tipo de violencia de exterminio ejercida contra los adversarios políticos durante los años de posguerra no se puede desvincular de las guerras de tipo colonial que España desarrolló en Marruecos y Guinea, o Francia en Argelia. También la aniquilación de los movimientos regionalistas al interior del Estado. Todos los alcaldes del Partido Galleguista fueron ejecutados, como lo fue Blas Infante y tantísimos regionalistas, socialistas, feministas, anarquistas o sindicalistas. La persecución lingüística y cultural, o la guerra contra la emancipación de las mujeres, recoge la tradición de dominación colonial que se desarrolló durante toda la presencia colonial en América Latina, en el Caribe y en el norte de África, que retornó a la península ibérica tras el 36, como parte de ese efecto bumerán que, según Cesaire, tuvo la violencia colonial europea.
Esos imaginarios coloniales impregnaron también los marcadores identitarios de la nación tras la «guerra civil» y fueron parte de la batalla cultural del primer franquismo durante los años cuarenta y cincuenta. Esas visiones racistas y coloniales impulsadas por la dictadura siguen vigentes hoy a través, no solo de museos, sino de instituciones culturales, universidades, cátedras, editoriales, medios de comunicación y también potenciadas por los grandes partidos.
La democratización y el final de la dictadura no implicaron en España el final de esas narrativas coloniales que siguieron imprimiendo nuestra forma de ver a los países del sur global. La conmemoración de 1992 supuso, de nuevo, un reforzamiento de los legados del imperio en medios de comunicación y en la cultura popular. Además, la derecha española ha tenido una actitud militante a la hora de mantener esos imaginarios racistas y coloniales, como se pudo ver en el apoyo de Aznar a las guerras imperialistas sobre el mundo árabe o en los actuales discursos contra la inmigración.
Pero no solo ocurre en la derecha: ese entramado de historiadores y divulgadores del pasado colonial está apoyada por el PSOE, que impulsa a gente como Roca Barea. Su libro Imperiofobia fue galardonado con la Medalla de Andalucía bajo el Gobierno de Susana Díaz. También el divulgador e ideólogo del nuevo imperialismo historiográfico Javier Santa Marta ha sido invitado a RTVA, al programa de Javier Fortes, donde, luciendo una camiseta de Hernán Cortes, definía el legado del Imperio español como un legado civilizador.
El fenómeno del colonialismo no se acaba con la independencia jurídica, ni con el final de las administraciones coloniales. Se produce tanto a nivel económico, sobre los territorios antes dominados, con políticas financieras agresivas, como a nivel simbólico a través del imperialismo cultural. Pero, además, también perdura en la metrópoli, en la mente de las sociedades que han sido colonizadoras. Hoy en día, es esa nuestra descolonización pendiente en el Estado español. Andalucía, a pesar de ser una colonia interna, también ha de acometer esta tarea de descolonizar la España que las y los andaluces llevamos dentro. La blanquitud, el racismo, el supremacismo racial, son parte estructural de la forma que tienen muchxs andaluces de ver a la población migrante, a la nación gitanoandaluza o a los pueblos del sur global.
Descolonizar España es asumir que fuimos parte de una sociedad metropolitana que consiguió su desarrollo social, económico y político debido a las políticas coloniales de extractivismo que implicaron guerras, exterminios demográficos y genocidios culturales, tanto en América como en África. Descolonizar España supone que las propias izquierdas, los feminismos, el estudiantado, el movimiento obrero y amplias capas sociales del Estado español asuman el final del proyecto colonial que aún perdura en el interior de la metrópoli y de las estructuras ideológicas, económicas y culturales de nuestro Estado. Las naciones sin soberanía, como Andalucía, Galicia o Canarias también hemos sido parte de la larga historia colonial española, ya que hemos sido oprimidas políticamente, explotadas económicamente y perseguidas culturalmente. No podemos refugiarnos en que el colonialismo fue una cosa del Estado. Como españoles peninsulares estuvimos a este lado de la guerra y, hoy, la tarea de la descolonización se carga también sobre nuestras espaldas. Hacer sentir a las sociedades del sur global, que sentimos profundamente la violencia colonial ejercida en nuestro nombre es el principio de una nueva humanidad, sin opresores ni oprimidos. Descolonizar España es acabar con el proyecto colonial, arrancarlo de nuestra forma de ser y de estar. Quizás descolonizar España es acabar con ella. Pues que así sea, que se acabe todo lo que huela a sangre, violencia y deshumanización. No renunciemos a esa lucha, no renunciemos a esa humanidad.