nº7 | está pasando

De cicatrices, heridas y otras amputaciones

Todo empieza por cada una reconociendo en sí misma esa sensación aguda de rabia, de impotencia, de retortijón en la boca del estómago, de pellizco en algún ladito de alma. Cada una por separado, en casa, viendo las noticias; en la calle, escuchando hablar sobre el tema.

En esta reflexión no vamos a hacer un recuento de daños desgranando siglos de patriarcado. Queremos hablar apenas de los últimos meses, cuando la violencia hacia las mujeres ha estado descaradamente presente en nuestros espacios. Y no porque las noticias se hagan eco de las cuarenta y dos mujeres asesinadas oficialmente a manos de sus parejas o exparejas en lo que va de año, o porque el nuevo candidato del PSOE lance como promesa electoral el tratamiento de los asesinatos de mujeres «como si fuera terrorismo». Lo tenemos muy presente porque ha pasado cerca, en nuestras habitaciones, en nuestras calles. En el barrio de la Macarena donde la joven agredida finalmente se suicida. En el centro de Sevilla, donde se agrede sexualmente a varias mujeres. En la feria de Málaga, donde la lamentable argumentación judicial y el bombardeo mediático sobre la joven han hecho que las heridas que cada una, que muchas, que todas tenemos abiertas, se profundicen.

Nos negamos a que nos taponen los oídos con algodones de moralina e individualismo cómplice. Lejos de esto, la rabia y la impotencia nos junta. Buscamos la manada porque cada agresión nos duele y porque queremos lamernos entre todas, para responder desde todas. Pero al mirar a nuestro alrededor nos damos cuenta de que en la manada, para este tema, solo nos encontramos nosotras. Y nos surgen las preguntas. ¿Dónde estáis, compañeros? ¿No os duele como a nosotras? Podemos entender que os es difícil conmoveros por algo que jamás podrá pasaros, pero ¿no os duele por nosotras? ¿No queréis ser parte de la construcción de una sociedad que no premie o permita (cuanto menos) poseer, dominar y castigar la vida, los cuerpos, a las mujeres?

¿Por qué hay reacciones colectivas inmediatas, reuniones y convocatorias llenas de testosterona ante una amenaza nazi o una alerta de desalojo a nuestros centros sociales y ni una sola palabra ante violaciones reales a escasos metros de estos?

Es complicado hablar de agresiones. A muchas de nosotras nos escuece el tema, porque todas, de una forma o de otra, las vivimos y un poco (a veces demasiado) nos rompemos en ellas. Hemos aprendido a vivir bajo la posibilidad constante de poder sufrir violencia en nosotras, en las otras. Somos amigas, hermanas, hijas o compañeras de tantas que sufren actos de violencia machista. Somos territorio atravesado por cicatrices que queremos creer cerradas pero que se abren hasta el grito a cada nueva noticia de agresión. Y este grito lo queremos colectivo, lanzado desde nuestros espacios de acción, de militancia, de transformación.

Pero no nos engañemos, parece que aún no es tiempo para ello. Llevamos meses con el tema en la palestra y sentimos que se ha quedado en conversación de pasillo o de cerveza. ¿Por qué no lo hemos visto reflejado en nuestras asambleas? Hemos construido espacios de pertenencia donde aún no solo se escucha más la voz de ellos, tanto por número de intervenciones como por el peso (merecido o no) que se le da a la opinión de un él frente a la de una ella, sino que además, por mucho que nos cueste reconocernos, en estas dinámicas son ellos mayoritariamente quienes construyen el discurso. Reconozcamos que es a través de las subjetividades masculinas desde donde se siguen desarrollando los debates, se determina qué es lo que hay que abordar o sobre qué trabajar. ¿No será por eso que estamos dejando al margen el tema? ¿O acaso en algún colectivo que no sea innatamente feminista se ha incluido este punto en el orden del día? Esperamos que sí, pero lo desconocemos.

El discurso patriarcal oficial erigido en la construcción de la violación múltiple de Málaga el pasado mes de agosto es un ejemplo de ello: un monstruo con mil cabezas que pretende legitimarse, no solo en lo judicial, sino en la moralidad que le sustenta en cada resquicio del consenso social. Nos aletargamos repitiendo como letanía que ha sido un caso puntual, que eso aquí, en mi ciudad, en mi barrio, es impensable que pase. Y consensuando esta negación a la realidad conseguimos que lo ocurrido no haya sucedido. Lo transformamos en otra cosa, en otro relato, con otros personajes que no son del todo juzgables o violables.

Este discurso capaz de distanciar a las personas en los sufrimientos es mucho más permeable de lo que creemos. Nos pesa y nos atraviesa. Lo asumimos obviando que es precisamente la raíz, el origen de las heridas que nos hacen escribir estas letras. No estamos desarrollando la capacidad de cuestionamiento y de construcción de opiniones y de respuestas sobre el tema que corresponde a toda colectividad. Y, en particular, no se están escuchando las voces, los pensares o las inquietudes de nuestros compañeros. ¿No les importa, no hemos sabido crear los espacios adecuados para ello o no saben hacerlo? Toda esta ausencia forma parte de nuestra construcción como seres políticos y sociales. Que algo que nos resulta tan visceralmente importante no esté teniendo su lugar en nuestra realidad tiene un precio: las heridas se convierten en amputaciones.

Somos muchas las que estamos empezando a pagar el coste personal, social y político del silencio. Que no hablemos de esto en nuestra cotidianidad y en nuestros espacios no significa que no exista, que no dañe, que no exija atención. Por eso necesitamos con urgencia sentarnos a compartir para crear un accionar común que nos haga transformar las condiciones que han hecho posible estas últimas agresiones y los discursos impuestos a partir de ellas.

Como post data (ojalá innecesaria): no queremos ser víctimas, ni necesitamos ser protegidas. Reclamamos la atención de nuestros compañeros como quienes se implican con nosotras en el mundo a crear. Pese a que el grado de violencia por razón de género alcanza dimensiones extremas, exigimos que se nos considere como sujetos políticamente capaces de soportarla y, sobre todo, de generar respuesta. Es en esta elaboración colectiva de discursos, acciones y respuestas donde esperamos estar con vosotros, donde queremos que estéis con nosotras.

NOTA: En el artículo se usará un lenguaje que diferencia lo masculino de lo femenino, sin buscar genéricos que señalen puntos de encuentro. Creemos absolutamente necesario que dichos encuentros existan y que lleguen a ser una realidad social, pero escribimos desde la dicotomía actual que no solo diferencia, sino que categoriza, discriminando en todo ámbito a las mujeres.

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Galería Taberna ANIMA, propiedad del austriaco Peter Mair, que en 1985 recaló por el Barrio de San Lorenzo y abrió este negocio.