nº66 | entrevista

Cuerpos para odiar y comunidades para resistir

Claudia Rodríguez, travesti, chilena, escritora feminista, fanzinera, activista y anarquista

Escuchar a Claudia, leerla y poder hablar con ella es un regalo. Ella habla de su experiencia como travesti que no pasa por cis (sin cispassing), de los dramas pobres, del afecto y de las amigas. De un feminismo que te atraviesa aunque tu realidad sea muy diferente a la suya, porque habla de puntos comunes y colectiviza sus vivencias y saberes. Aprender de ella es aprender con ella y de ti. Gracias a Barret y a Mariana Enríquez tenemos sus fanzines como libro en Cuerpos para odiar.

Empezamos, ¿por qué los fanzines?

Supe de un taller de escritura para jóvenes disidentes. Yo estaba un poquito pasada de edad, pero igual fui. Nos presentaba un autor o autora, hablábamos de su biografía y de cómo eso estaba de alguna manera desarrollado en los textos más significativos. Eran siempre autoras o autores que problematizaban la industria de la literatura, ya que hay un discurso en el que solamente personas con tales características y trayectorias podían escribir.

Era la primera vez que me mostraban un fanzine y podía ser muy educativo. También servía para promocionar escrituras de personas desconocidas. Estuve tres años en el taller, no me podía despegar. Nos mostraron formas de autopublicar y también pasamos por el libro cartonero.

Claro, porque tú hablabas también como la primera mujer trans que está escribiendo en Chile y de la importancia de esa memoria escrita…

¿Cómo lo hacemos las travestis? No me enuncio como mujer trans, sino como travesti, es más política. Provengo de esa problematización de la existencia. Y entonces, ¿cómo lo hacemos si en la organización vuelve a aparecer el patriarcado que invisibiliza, que enmudece a la mujer y a otras diversidades? Y surgió el tema de la escritura. Poco a poco fui participando, vendiendo en la calle. Hay un lugar en Santiago que se llama Las Tarrias, que es una calle para turistas donde la gente se pone a vender cosas, ropa, joyas, en la calle, en el suelo. Y ahí yo puse mil libritos con un letrero que decía «poesía travesti». A la gente le llamaba la atención. Al mismo tiempo, yo me vinculaba con universitarias, que entonces hacían ferias universitarias, anarquistas, feministas… de a poco empecé a ser muy invitada. Y a leer también. Fue un descubrimiento ver que era entretenido escucharme leer los dramas pobres. Así se generó toda una movida, un ambiente que me hizo ver que era importante que existiera.

Naces con una dictadura. Siempre es muy difícil, pero en tu caso, al ser una travesti, mujer y pobre, aún más. Luego una democracia que no te reconoce hasta llegar la ley trans de 2018 en Chile, cuando se pasa de ilegal a ser legal. ¿Cómo es para ti vivir eso?

Tan legal, tan legal, no sé. Sabes tú que por más operaciones, por más tratamientos, uno nunca va a ser legal. Porque las leyes lo que quieren es heterosexualizar todo. Tú puedes ser de la diversidad, pero tolerable dentro del marco binario heterosexual. Entonces, siempre, como dice Pedro Lemebel «lo loca se te sale». Finalmente no se acopla al sistema.

Soy bastante anarquista. Ya no espero mucho de la estructura, de las instituciones, de las leyes. Lo que he descubierto, durante mi activismo, ahora a mis 56 años, es que me interesa mucho más fortalecer que haya organización: ahí es donde hay respuestas radicales. Hay críticas radicales que después se acomodan, que después se cortan, se pegan y se cosen, pero hay una fuerza en lo comunitario, hay una fuerza para hacer reflexiones críticas del mundo. Desde mi perspectiva, esa fuerza que se organiza creo que sirve para subsistir de manera paralela a esta estructura que lo quiere normalizar todo, que quiere ver que el mundo es de una forma cuando, en realidad, es de mil formas al mismo tiempo. Y ahí, entonces, nosotras tenemos la posibilidad de vivir un poco más tranquilas. Si tenemos la perspectiva de que el mundo no es como nos dicen, sino que tiene miles formas de poder existir y de poder ejecutarse como existencia.

Hablas mucho de la belleza, la belleza como cispassing. No es lo mismo ser una mujer que ser una mujer gorda que vive otras violencias.

Claro, porque además también estaba muy relacionado con que la Policía no va a agredir a una persona hermosa. Hubo situaciones donde a las compañeras las trataron distinto que a nosotras, que no estamos totalmente operadas o nos cuesta comprar las hormonas y nos sale barba; la tintura no nos queda bien porque resulta que nos teñimos entre nosotras. La otra, por tener plata, va a una peluquería, compra las mejores hormonas porque pudo consultar con un endocrinólogo particular. Eso hizo un discurso en la comunidad en donde la belleza era clave. Por una parte, te protegía de la Policía y, por otra, podía también darte más clientes. Por eso hablamos de dramas pobres.

Las compañeras tenían una maravillosa estatura. Yo soy chica, pero vi compañeras muy altas, muy estilizadas, pero finalmente era desastroso, porque tenían ellas que penetrar al cliente; aunque ellas querían ser totalmente reconocidas como mujeres, el cliente pedía ser penetrado.

Esa belleza, ese cispassing hace que se reproduzca la violencia entre vosotras.

Cuando yo ingresé trabajando en prevención del sida, no podía trabajar de cierta forma. Si no me conocían, qué tenía que hacer yo en cierta esquina, a qué vienes tú. Muchas eran mayores y no trabajaban. Su función era ir a cobrar a la esquina de las compañeras, les cobraban como la mafia. Y, si no les pagaban, las golpeaban y las echaban. Era un ambiente muy violento, muy vertical, que tenía que ver con el tener que sobrevivir.

Pero después, con el tiempo, distintos tipos de trabajo, la incidencia de los derechos humanos, luego el feminismo, nos hicieron problematizar eso. ¿Hasta cuándo vamos a permitirlo? ¿Por qué tenemos que ser así? Hay muchas formas que hacen quebrar ese destino. Que aun cuando una esté en el trabajo no sea víctima de las propias compañeras. Y que ese trabajo no sea la única alternativa que tengamos. Que podamos ir planteando y desarrollando otras capacidades. Hay compañeras hoy en Chile que cantan, que bailan. Aunque pasan por el trabajo sexual, no es lo principal, no es lo central. Porque se buscan otras formas de existencia. ¿Por qué tenemos que ser eso únicamente?

Aquí, ahora mismo, hay una gran problemática con el feminismo y la transfobia, no sé si tú has vivido eso en colectivos, si en Chile es así o no.

Un poquitito. Había una activista lesbofeminista mayor que, por su necesidad de visibilizarse, era bastante excluyente con homosexuales y con travestis. Me lo decía explícitamente, que las travestis éramos una traición al feminismo porque nosotras repetíamos el modelo de la mujer del patriarcado. Yo, al principio, no lo entendía, pero me pareció importante ponerle atención y de a poco lo fui entendiendo. También recibía violencia de parte de los homosexuales. Se producían prácticas odiosas, por ejemplo, hablaban en mi presencia, obviándome a mí, sobre la pobre vida de las travestis y me decían «tú no estás en capacidad de poder hablar», porque me faltaba preparación. Yo, cuando hablaba, tartamudeaba. Muchas veces no lograba explicitar lo que estaba luchando y me ponía a llorar porque no tenía la preparación política que tenían ellos. No quería que otros hablaran de lo que me pasaba a mí. El cuerpo situado es superimportante.

Siento que el feminismo terf no es americano, sino europeo. En América Latina estamos luchando por la comida y para que no nos maten. Esas son como las necesidades urgentes. Por lo tanto, yo no estoy preocupado por que alguna compañera, en su necesidad de ser visible o de no ser borrada, sienta que yo le estoy quitando espacio. Estoy súper de acuerdo en que nadie debe ser borrado.

Quiero tener prácticas en mi vida en donde pueda reconocer el aporte del feminismo y de las mujeres en mi vida. Una compañera lesbofeminista me dijo que me apuntara a la beca para dirigentes comunitarios en el Diplomado de Género de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. Gracias a ella estuve estudiando todo un año sobre el feminismo y la importancia de reflexiones de mujeres. Y resulta que no fue un hombre gay. Ellos me querían ignorante. Pero esta mirada, de mis compañeras lesbofeministas, siempre me ha acompañado durante distintos periodos de mi vida. Por ejemplo, me invitaban a su cumpleaños solamente mujeres lesbofeministas. Iba con la creencia de que yo tenía que ser el centro de la reunión y divertirlas a todas. Me pusieron en mi lugar, no tengo por qué tener esa visión de mí. Me di cuenta de que podíamos hablar de un montón de cosas y vi algo superimportante, que no hablaban de hombres. Las travestis nos juntamos y lo único que hablamos todo el tiempo es de los hombres. Y para las compañeras los hombres no son el centro. Qué importante sería que nosotras sacáramos al hombre unos milímetros del centro. Me abre el mundo, me problematiza las prácticas y la forma de pensar que yo tenía respecto de ser travesti y una travesti que tiene distintos tipos de amistades, y sacar al hombre del centro era quebrar nuestro destino. No lo hagamos desaparecer. No pido eliminar al hombre. No, solamente sacarlo un poquito, porque nos daría tiempo de ir a nadar, por ejemplo.

Lo maravilloso que está ocurriendo es que vamos encontrando relatos de experiencias, de amores con otras personas. Entre trans, con lesbianas, entonces van apareciendo otras posibilidades de encontrar amor. Pedro Lemebes decía «yo no tengo amigos, tengo amores».

Cómo es ser un referente y cuáles son tus referentes.

La discusión que teníamos con una activista afrodescendiente de Venezuela que está viviendo en Barcelona. En algún momento cité en una conversación a Paul B. Preciado, un texto del Manifiesto Queer, una idea que decía que es la periferia la que nombra al centro. La discusión con las compañeras era «¡ay!, pero Paul B. Preciado ha sido cuestionado por esto, ha sido cuestionado por lo otro». Bueno, pero yo lo estoy mencionando porque él me hizo pensar en una idea. Yo no estoy diciendo que es un superstar impecable, intocable. Puedo enunciarme como activista, de ese activismo que habla de que las travestis podemos ser más, no únicamente prostitutas; que es necesario que nos preocupemos de las nuevas generaciones para que tengan otras oportunidades distintas a las que tuvimos nosotras, que deben integrarse en la sociedad para mejorarla.

Digo ese tipo de cosas, pero no es para que me pongan en ningún lugar excepcional. No me interesa, estoy en contra de eso, de que hagan de las personas, de los activismos, imágenes intocables, porque es repetir el mismo modelo del patriarcado. Estoy en contra de eso, hay que problematizar el poder. Quiero democracia, quiero que mis compañeras puedan tener acceso, incluso me superen en la construcción de su activismo. Quiero que me sorprendan. Hago lo que yo puedo y quizás tenga contradicciones, puedo decir cosas equivocadas. Se puede salir algo de patriarcado, porque también tengo patriarcado. Soy una compañera nomás de lucha y si te sirve algo de lo que yo he dicho, aprovechalo, poténcialo, de eso se trata. Pero no construyamos más superestrellas.

¿Para qué? ¿Para qué fortalecer las instituciones? Lo que tenemos que hacer es que fluya más, para que sí respondan a nuestras necesidades, porque para eso fueron construidas las instituciones, no para ponernos barreras.

Y ya solo de última pregunta, ¿qué nos dices a las nuevas generaciones de feministas, a las nuevas generaciones travesti o cuerpos disidentes? ¿Qué consejo nos darías después de todo tu recorrido como activista?

El mensaje que yo les diría es que nuestras vidas importan y vinimos a este mundo a ser felices. En este negocio que han hecho de la vida no tenemos por qué hacernos parte, podemos, con nuestras comunidades, crear nuestros propios proyectos de felicidad. Este individualismo hace que las expresiones de afecto sean vergonzosas, carezcan de valor. Las comunidades están revitalizando la importancia de ser afectuosos, de tratarse con cariño, con respeto, de reunirse, de estar conectades. Hay que ir contra el sistema, hay que ir contra la idea de que es mejor estar solos, sobrevivir solos, como que si pudiéramos vivir solos. Es necesario siempre estar conectados con alguien y si es en presencia, mejor todavía.

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