Cariño, el mundo ha cambiado, no lo sabes, pero tú y yo sobrevivimos a su imagen bélica, a esa envolvente humareda de violencia presente de mil maneras distintas en todas las rutinas. Violencia estructurada, inyectada en las escuelas o en los centros de trabajo y asumida como normal. Lo normal es una verdad inventada, pero no es la nuestra.
Cariño, la gente interactúa en un mundo sin sorpresa que ya está de vuelta de todo, sobreinformado, reactualizado; un mundo aplicado que tiene más respuestas que preguntas. Todos saben de todo y tú y yo somos felices en la inopia.
Cariño, el mundo ha cambiado pero la incertidumbre siempre nos ha seducido desde el primer instante en que te miré a los ojos, esos que en algún momento fueron verdes. Así construimos nuestra historia entre la sospecha y el deseo, felices de descubrirnos después de un Gotim Bru y un Caprici. El amor no surge, más bien eclosiona, cocido a fuego lento con la erótica de la incerteza.
Cariño, el mundo va a otra velocidad, en otra longitud de onda, se mueve rápido, pero tú y yo nos embelesamos al sol, mirando perros blancos trotar alrededor de un feliz pastor negro, con su palo y su sombrero. La quietud nos invade, hacemos una tortilla, bailamos cumbia y nos deseamos entre besos y caricias. Fuera hace frío, pero no nos importa.
Cariño, el mundo puede estallar, de hecho, está en riesgo constante, en peligro inminente, pero tú y yo lo vemos a cámara lenta, como esa imagen de una bomba atómica explosionando con forma de coliflor, en un cielo apocalíptico. Y lo vemos como quien ve llover tras los cristales, desde el calor de lo protegido.
Cariño, reinventemos el mundo, hagamos nuestro deseo disidente; reconfiguremos el amor y que se contagie. Tú y yo, con ese aire despistado que nos describe, somos activistas del placer, del amor y de sus historias.
Cariño, tú y yo somos el mundo.