nº66 | tema que te quema

Aulas y jaulas: cuando tu compañero te llama maricón

Las infancias y las adolescencias son fenómenos muy complejos atravesados por unas dinámicas más amplias, aquellas propias del postcapitalismo y de la precariedad. En esta maraña, las personas que nos dedicamos al acompañamiento de les pequeñes, hemos ido viendo cómo los jóvenes se han ido radicalizando a la par que aumentaba un discurso de odio contra el colectivo LGTBIAQ+.

Llevamos varios años dando clases en centros públicos o acudiendo a ellos para hablar sobre fobias LGTBIAQ+ y masculinidades y hemos vivido cómo se ha ido agravando el estado de estas violencias en los últimos años, especialmente después del covid. Sí, pinta mal la cosa y no, no estáis loques, chiques. Ni somos unes exagerades.

«Tenemos que ser un poco machistas porque el feminismo se está pasando y tenemos que igualar la balanza». Estas son las palabras que me decía un nene de 2.º ESO, de unos 13 años. La radicalización en el alumnado ha sido evidente. No es necesario ahondar en los datos que ya sabemos por multitud de informes y estudios: un quinto de los delitos de odio son contra el colectivo y los agresores son en su mayoría hombres jóvenes asociados a la extrema derecha. De estos mismos informes extraemos que la salida del armario se produce cada vez en edades más tempranas y que esta visibilidad está estrechamente ligada al acoso escolar y al riesgo de abandono del mismo. De hecho, según el informe Estado de la educación LGTBI+ de 2024 del FELGTBI+, de las personas que decían haber visibilizado su disidencia en infantil, un 83,3% abandonó los estudios con el consiguiente riesgo de pauperización que podría conllevar.

Definir qué está ocurriendo, aparte de nuestra experiencia, es complejo y no venimos a sentar cátedra, que cada une juzgue y vea dónde puede actuar y cómo quiere hacerlo. Tampoco queremos caer con esto en crear una alarma social y ni mucho menos centrar el problema solo en les jóvenes. Pero para nosotres hay varios elementos importantes en los que pararse.

Llevamos años viendo cómo emergen discursos de odio muy potentes contra los feminismos y el colectivo LGTBIAQ+ desde la manosfera o manocultura, especialmente violentos contra lo trans*. Detrás de ellos se encuentran poderes económicos y políticos que están interesados en aprovechar la rabia y la frustración para garantizar su propio estatus a través de desarmar todos los avances conquistados por las mujeres, las personas LGTBIAQ+ y otras disidencias. Desde ahí se están creando espacios de pertenencia, de intercambio, de certidumbre y afectividad para muchos jóvenes. Todo ello en un mundo en el que se está produciendo una precarización de la vida y de la masculinidad y una incertidumbre desoladora para la gran mayoría de las personas. En estos espacios los chicos aprenden a trolear al feminismo, victimizarse, restaurar una masculinidad rota y a organizarse para perpetrar violencias.

¿Y nosotres qué estamos haciendo? Desde una profunda autocrítica debemos plantearnos que nuestras formas de trabajo, las metodologías que hemos venido utilizando con les adolescentes, no han funcionado. No han funcionado por muchos motivos.

En primer lugar, las personas que hacemos este acompañamiento hemos venido arrastrando un tono adultocéntrico, muchas veces aleccionador, del que muchas personas han querido alejarse. No hemos atendido al componente emocional y de pertenencia de la manosfera y hemos tardado en ver sus dimensiones políticas y económicas. Mientras, el alumnado ha creado defensas muy fuertes en torno a los feminismos, a la violencia de género, los no‑binarismos (especialmente en el uso de la e como lenguaje neutro), etc. Hemos intentado acercar al alumnado a nuestra versión de la realidad, pero pocas veces nos hemos acercado nosotres a sus intereses, ni les hemos dado importancia.

Por otra parte, los mismos centros educativos parecen estar incurriendo en el incumplimiento de una normativa que obliga a educar en igualdad desde todos los ámbitos. La educación en diversidad se relega, por tanto, a charlas de entidades externas que quedan a merced de presupuestos puntuales y que, pese a su importancia, se reducen a talleres de una hora o dos una vez al año. Esto tiene dos problemas esenciales. Por un lado, las personas que imparten estos talleres se encuentran con una clara cerrazón por parte del alumnado que es difícil de solventar cuando el vínculo para llegar a ellos debe trabajarse en una hora de sesión. Sumado a esto, al no estar incluido en el currículo de forma verdaderamente clara y efectiva, se corre el riesgo de que se imponga un pin parental de facto ya que, en algunos casos, el discurso de odio se refuerza desde las propias familias.

Tampoco contamos en Andalucía con protocolos específicos en caso de acoso LGTBIAQ+fóbico, apareciendo de forma anecdótica en la legislación y relegándolos a la autonomía pedagógica de los centros, lo que provoca que estas violencias pasen sin consecuencias para el alumnado que las comete y se siga condenando a las infancias y adolescencias LGTBIAQ+ a la invisibilización y encorsetamiento dentro de unos cánones de género binaristas.

Por si todo esto fuera poco, debemos contemplar también la falta de sensibilización de parte del profesorado ya que la formación continua y permanente en igualdad no es obligatoria y en muchos casos no hay tiempo o interés para dedicarle. Esto puede incluso conllevar situaciones de abuso de poder e incluso acoso por parte del profesorado. Sin caer en sesgos punitivistas, consideramos que tener herramientas efectivas para la prevención, intervención y reparación contra estos delitos de odio es esencial para que el alumnado del colectivo pueda visibilizarse libremente.

No es de extrañar que ante esta escalada de violencia contra el colectivo ni siquiera la mayor parte del profesorado del mismo se visibilice, privando así al alumnado
de referentes cercanos. Ante esta tesitura, el alumnado se forma en temáticas del colectivo, se identifica y encuentra espacios seguros en la red, en contraposición a la manosfera que señalabamos antes. Para muches adultes disidentes que nos estén leyendo, probablemente las RRSS e internet también hayan sido refugio en su adolescencia. A pesar de ello, desde un discurso tremendamente adultocéntrico, se ha repetido una y otra vez que los móviles son artilugios peligrosísimos y ha derivado en su prohibición en los centros, lo que además se hará por decreto en Andalucía el curso que viene (25/26). Esta decisión podría dejar fuera la oportunidad de educar en un uso crítico y responsable de estos dispositivos. La educación en tecnologías debería actualizarse para incluir un análisis riguroso de las noticias falsas y la expansión de discursos de odio, el uso que le damos a las IAs o la búsqueda y creación de estos espacios seguros a los que nos referíamos antes.

¿Qué nos queda? Mientras seguimos reivindicando recursos y condiciones más dignas para acompañar las adolescencias e infancias disidentes y normativas, haremos lo que podamos con lo que tenemos. Le hemos dado muchas vueltas desde lo teórico y lo experiencial pero nos cuesta encontrar respuestas con lo poco que contamos. Sin embargo, al menos partimos de la idea de que en el curro con les jóvenes es esencial dejar de demonizar a las adolescencias y no caer en discursos milenials autocompasivos. Sabiendo de dónde venimos, deberíamos escuchar lo que proponen e incorporarlo a nuestro propio discurso y vivencias para no repetir errores generacionales. Otra propuesta pasaría por abrir y hacer accesibles nuestros espacios de activismo a las personas más jóvenes. De esta manera quizás consigamos establecer un vínculo para, desde ese lugar, hablar de temas que les interpelen alejados de moralismos. Tal vez mostrándoles nuestro propio camino recorrido conseguimos animar a los chicos a construir vínculos sólidos y apetecibles; futuros posibles alejados de estéticas deslumbrantes y militarizadas. También proponemos enfrentar con valentía el compromiso de convertirnos en referentes inmediatos en lugar de buscarlos fuera, con todos los tropiezos que implica el camino. En definitiva, como en todas las luchas, hacer piña y organizarnos para velar por que nuestras infancias y adolescencias LGTBIAQ+ lo tengan más fácil que nosotres y sean libres de explorar las (im)posibilidades del género y vivir vidas chulísimas.

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