nº58 | está pasando

Arte dramático contra el abuso

Desde hace mucho tiempo las alumnas y alumnos de la ESAD (Escuela Superior de Arte Dramático) de Sevilla nos hemos estado enfrentando a métodos de enseñanza que juegan con nuestra integridad física y mental. Maltrato verbal, vejaciones por cuestiones como tu orientación sexual o género se normalizaban en las aulas donde este profesor del que vamos a hablar convivía con nosotras. El pasado 6 de febrero volvió a la escuela tras su baja, sin esperar una escuela lista para la acción.

Hace cinco años que estudio en la ESAD de Sevilla y recuerdo al entrar los avisos de la primera promoción de gestual sobre este profesor: es muy duro, es cruel, pero vais a aprender bien. Todas las alumnas entramos ilusionadas por aprender lo que de verdad nos gusta, y más aun (o así lo pienso yo) la gente de gestual, que entra en este mundillo con la visión de dedicarse plenamente al teatro. Todas las alumnas de primero, desde gestual hasta textual (las dos ramas de interpretación en la ESAD), tenemos que pasar la barrera de enfrentarnos a este profesor. Es entrar y darte el primer batazo en la cabeza: sus clases eran un régimen militar, estábamos obligadas a llegar media hora antes para calentar, obligadas a no beber agua tras horas de trabajo físico, obligadas a sangrar, a vomitar, a escupir e incluso a mear en la tarima del aula, según él nos decía. Me acuerdo de ver vomitar a uno de mis compañeros porque él no quiso que saliera del aula, vomitó frente a todas nosotras y su régimen de enseñanza lo tachaba de débil. En su clase éramos entes individuales que no tenían permitida la empatía: si te preocupas por un compañero este profesor te reñía e insultaba, era un sálvese quien pueda. Muchas son las ocasiones en las que alguien no conseguía hacer un ejercicio y este profesor agredía verbalmente a esa persona, consiguió a final de curso hacer que muchas personas se desilusionasen con el teatro, nos hacía verlo como un mundo oscuro y doloroso.

Soy una chica trans y cuando entré en esta escuela aún no había empezado mi proceso de hormonación. Hablé con todos los profesores para que supiesen que me llamo de una manera y no como lo pone en las listas, y que por favor me respetaran. Este hombre, tras saber que soy trans, jugó conmigo, me trataba en masculino siempre a modo de castigo; durante las clases me machacaba diciéndome que yo tengo energía masculina. Esto se repitió más tarde hasta llegar a cuarto de carrera. Digo esto porque recuerdo un ejemplo que me marcó. Un compañero se vistió con un vestido para una escena, decidió dejarse la barba, sin simular que era mujer, simplemente un ente intermedio, algo no binario. Este hombre, aprovechando esa escena, me atacó diciendo que jamás seré una mujer para el público, pues hasta que no me hormone y me cambie completamente el público verá a un hombre, en la vida me verán como un hombre y que tengo que aceptar eso y eso si tengo suerte de que todo vaya bien. No son palabras para decirle a una chica con problemas de aceptación que se odia a sí misma por ser lo que es; directamente no son palabras para una persona trans que está enfrentando la decisión de hormonarse, palabras cargadas de transfobia. Luego en privado me hablaba en femenino y se escudaba en que conoce a gente trans; como eso de que no soy machista porque quiero a mi madre, pues igual. Luego, en cuarto, tras empezar a hormonarme, no paraba de recalcar que no iba a entrar en ningún traje si me empezaban a crecer las tetas de esa manera, palabras textuales que me dijo antes de entrar a una tienda para buscar vestuario. Pasé de ser una cosa ridícula y asquerosa para sus ojos a ser una más de las chicas a las que sexualiza y se atreve a decir comentarios fuera de tono sobre su cuerpo. Recuerdo que nos obligaba a hacer un ejercicio donde él apagaba la luz, nos desnudábamos y él encendía la luz para ver si lo hacíamos rápido, con la excusa de que era para ver si éramos capaces de cambiar de vestuario a tiempo en oscuros.

Se recogió una tanda de más de veinte testimonios en contra de este profesor, los cuales fueron entregados a inspección y, al principio de este año académico, el susodicho se cogió una baja que le duraría hasta el 6 de febrero de este año. Frente a esta situación, donde las víctimas de su supuesto maltrato se veían obligadas a convivir otra vez con él, decidimos levantar la escuela y manifestarnos. Desde asambleas a manifestaciones por las calles de Sevilla, el alumnado no iba a parar frente a las injusticias. Durante el período de manifestaciones, cuando cortamos las clases, nos negamos a pisar esta escuela. Este señor se dedicaba a pulular por nuestra escuela, esperando en la puerta cuando volvíamos de manifestarnos, con tono supuestamente amenazador, a la espera de que alguien le dijese cualquier cosa, para entonces escudarse en la violencia que recibía por parte de las «feministas radicales», «hembristas», que él decía que supuestamente existían en esta escuela.

El mayor problema de toda esta situación es el no ser creída por la gente a tu alrededor. Es muy normal, por desgracia, que en el mundo de las artes escénicas, directores y gente con poder, en su mayoría hombres, tomen un rol de abusador sobre la gente con la que trabaja o con la gente a la que enseña. Este tipo de actitudes se ven como «lo normal», y cuando sufres abuso, del que sea, la gente se escuda en que, como nuestra profesión es cercana, es normal que ocurran cosas.

Al final, tras todos nuestros esfuerzos y horas revisando leyes, enviando correos a todo tipo de administraciones que tengan que ver con educación, hemos conseguido que a este profesor se le dé una suspensión de su trabajo como docente, por varias faltas muy graves y graves.

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