nº40 | entrevista

Antonio Sáseta

«La precisión en Las Meninas es sobrecogedora»

Entrevista a Antonio Sáseta Velázquez (Sevilla, 1949) en el marco de la exposición-homenaje en torno a su trayectoria docente y profesional Antonio Sáseta. Mágico Maestro, que, por las circunstancias actuales, se está realizando en forma digital en quijeta.nam42.cc hasta que el confinamiento social se reduzca y sea posible un encuentro en La Carbonería.

A partir de la geometría has construido en tus investigaciones un sólido planteamiento sobre el cuadro de Las Meninas que revela incoherencias en el relato más asentado sobre esta pintura. ¿Cuánto cuesta plantear alternativas al discurso hegemónico y al saber popular?

El discurso hegemónico es monolítico, para alterarlo se exige pedigrí, aunque no por inatacable es más verídico, más bien al contrario, está lleno de falsedades como nos demuestra la historia… para un pobre es imposible acceder al castillo y, por otra parte, ¿a quién le interesa? Allá ellos con sus rigores y sus pelucas.

Velázquez, muy cercano al rey, representa a través de Las Meninas un apoyo explícito a Felipe IV ¿Es una mirada que enfatiza un rey «humanista» frente a un rey «conquistador»?

Ya dije que Las Meninas no me parecían ni un encargo ni un permiso, sino un regalo, un regalo para un amigo, un consuelo en momentos muy tristes, no creo que eso suponga un apoyo explícito de tipo político a Felipe como rey, en todo caso como persona, como padre o como amigo. No existen «reyes humanistas» eso es una quimera, al menos los que hemos soportado por estos lares. Al repasar la historia, solo en la familia de Felipe IV, encontramos un bisabuelo Carlos capaz de pasar a degüello a 50 000 hugonotes, sin importarle romper la unidad de la Iglesia y permitir el aplastamiento del pueblo azteca exprimiéndolos de su oro para sobornar a los príncipes alemanes y así conseguir la corona del Sacro Imperio; un oscuro abuelo Felipe, imperialista y pusilánime; un padre Felipe, beato y estúpido, que sin inmutarse condena a cientos de miles de pobres moriscos al destierro por el simple pecado de ser diferentes; y Felipe el Planeta, rijoso, mujeriego, indiferente a las penurias de su pueblo… ¿dónde está ese «humanismo»? Lo único que se puede decir a favor de Felipe IV es que tenía buen gusto, fue servido por los más grandes artistas: Rubens, Quevedo, Calderón, Velázquez, y, desde luego, no era un burgués. Produce una amarga sensación melancólica, compararlo con la pobre corona actual, con esa despreciable afición por el dinero que han demostrado sus descendientes.

Velázquez, según tu teoría, tenía un pensamiento científico muy elevado para su época, atreviéndose con experimentos sofisticados como el de la linterna mágica. ¿Fue una excepción o existía una comunidad con ese espíritu científico? ¿Los grandes poderes, más allá del rey, apoyaban ese espíritu experimental?

Durante mucho tiempo se tuvo a Velázquez desde luego como un gran pintor, pero más bien como artesano que como intelectual. Hoy conocemos, por su biblioteca, consignada en su testamentaría, que era poseedor de cientos de libros que representaban lo más puntero de la ciencia de su tiempo, tratados de Aritmética, Geometría, Óptica, Geografía, Astronomía, Arquitectura, etc. Curiosamente muy pocos libros religiosos. Se hace necesario, pues, pensar en Velázquez como un intelectual, un teórico versado en los aspectos científicos más avanzados de su tiempo. Además, convivía con los más grandes artistas de la época en España y en Italia; no es inverosímil que dominara la teoría y la práctica de la óptica y otros aspectos científicos. La ciencia era vista con recelo por la Inquisición, acordémonos de las sospechas de nigromancia que despertaba un personaje como Juan de la Espina, aunque era practicada, con gran relieve, por los jesuitas; nigromancia, magia negra, pero estamos en la corte, en palacio, aquí no hay miedo, se pueden hacer con impunidad experimentos que fuera despertarían peligrosas sospechas.

Una de las revelaciones de tu investigación fue darte cuenta que «en Las Meninas todo encaja». ¿Casual? ¿Se encontró Velázquez una serie de relaciones espaciales que le hicieron plantear el cuadro o todo lo pensó originalmente como una escenografía?

El proceso de reconstruir el espacio representado por Velázquez es una dulce experiencia, poco a poco, pero fielmente, el propio cuadro te va proporcionando la información necesaria, con mínimos pero suficientes indicios, lo que falta sería obvio en su tiempo, y lo más sorprendente que se descubre es la extremada precisión del sistema, es sobrecogedor. El sistema espacial es de tal precisión que un simple giro de ±2 grados descompondría toda la imagen. ¿Cómo logró Velázquez tal precisión? Lo ignoro. ¿Casualidad?: imposible. No conservamos ningún apunte, boceto, ni comentario. El sevillano era una persona muy callada, ni siquiera dibujó: la radiografía del cuadro nos lo demuestra. Posiblemente, Velázquez dibujaba tan bien que ya ni dibujaba…todo el cuadro está compuesto a partir de tres números mágicos: 10, 16, 26. Esta serie de Fibonacci y sus duplos representan todo el universo velazqueño… ya digo: ¿casualidad? ¿Quién puede creerlo? Además, recordemos que Velázquez decoró esa sala, el cuarto bajo del Príncipe, cuando años antes ejercía de arquitecto de los espaciales áulicos del Alcázar viejo de Madrid. ¿Puso allí el espejo que refleja a los reyes pensando ya en el cuadro? ¿Se encontró el espacio como un ready made? ¿Representó una escena que se produjo con anterioridad o solo pintó una escena que se podría representar? Quién sabe, pero debo insistir, tal precisión excluye cualquier casualidad.

Además de experto en Las Meninas y arquitecto, eres escenógrafo, geómetra, diseñador de lámparas, lector de ciencia ficción y tebeos… ¿En qué te ha servido la cultura popular profesionalmente?

Si la cultura no es popular, no es cultura. La artesanía, la otra historia, no la de los grandes acontecimientos, sino la de la gente, las costumbres, el saber tradicional de los que no tienen nombre, la rebeldía desvergonzada y antisistema del teatro, los modelos ancestrales, el conocimiento de las características lumínicas y climáticas locales frente a formalidades importadas, descontextualizadas y mal comprendidas… ese es, quizás, el bagaje profesional sobre el que me he apoyado toda la vida.

Entras en la Escuela de Arquitectura en el año 1993, justo tras la Expo 92 y sus consecuencias urbanas. ¿Qué se podía contar a tus alumnos tras ese reventón de la ciudad?

Reventón quizás de gentrificación, que en aquellos años se despierta como una nefasta epidemia sobre la ciudad, expulsando al vecindario tradicional de los barrios del centro; recordemos actuaciones como el Plan Urban, financiadas con fondos europeos, diseñadas para la reforma y rehabilitación de barrios antiguos y lo que se logró, como digo, fue echar a la calle a los vecinos y sustituirlos por una pequeña burguesía forastera y actuaciones turísticas… todo muy lamentable. Lo más indeseable que trajo la Expo 92 fue una invasión de enchufados y paniaguados, que cayeron como una plaga sobre las administraciones, gestionadas por el PSOE, y que ha perdurado casi hasta nuestro días. ¿Qué se les podía contar a los alumnos? Señalar algunas pocas muestras de arquitectura entre tanta pamplina y parafernalia decorativa. Lo más significativo fueron algunas actuaciones bioclimáticas, muy novedosas para aquellos tiempos en que los arquitectos habían olvidado lo importante que es el clima para su trabajo. Nosotros hablábamos de las personas, de la responsabilidad social como profesionales, de lo que se había hecho rematadamente mal y se insistía en ello, como el urbanismo que se practicó en la posterior llamada «burbuja inmobiliaria» y que treinta años antes ya se había demostrado como práctica perversa y nefasta.

Tras más de 25 años de profesor en la Escuela de Arquitectura de Sevilla, de la que te acabas de jubilar. ¿Te ha dejado la burocracia un vacío difícil de llenar?

¿Y a quién no? Esa perversa burocracia que congela la lucha de clases y establece diferencias insalvables a base de contratos indefinidos, vitalicios, y contratos eventuales, pendientes de un hilo, para el mismo trabajo, solo por haber realizado una oposición que, tacaña, se resiste a convocar; solo por esa diferencia imposibilita la continuación de ninguna labor docente a quienes, como yo, no somos funcionarios, en el momento quizás, de mayor madurez, experiencia y conocimiento. El daño que produce esa burocracia es manifiesto. Por otro lado el alumnado ha cambiado en los últimos años: piensa que esos jóvenes son hijos de la crisis, más de uno ha visto cómo sus padres perdían el trabajo y la casa, y a lo mejor yo también he cambiado, el caso es que la conexión que lograba años atrás ya no se producía con facilidad y el proceso docente me producía desasosiego y desencanto, y bueno…, todo lo que empieza acaba, todo lo que tiene principio tiene final, así que digamos, «hasta aquí hemos llegado».

Nuestro querido Ramón Salido dice que el bar Barros [donde Antonio se reunía con estudiantes y cualquiera con curiosidad antes, durante y después de las clases] fue durante años el mejor estudio de arquitectura de Sevilla, ¿qué crees que hacía a ese espacio tan singular?

El bar Barros no tenía nada de particular, solo estaba enfrente de la Escuela y se podía fumar. Los despachos, y en general los espacios docentes de ese edificio, son torpes, oscuros, obsoletos. Al aire libre, a la sombra en las mañanas de primavera, delante de un café y con un cigarrillo entre los dedos, se podía hablar, discutir, analizar, cómodamente; es lo mínimo que se puede pedir. ¿Cómo pretendía la administración encerrarnos en un despacho estrecho y sin ventanas? Y eso que propusimos soluciones al departamento, pero la rutina burocrática lamina el ingenio arquitectónico, al parecer, eso y el sostenimiento de privilegios de algunos que ambicionaban dos despachos para ellos solos.

La digitalización y la globalización abrió una ventana para experimentaciones de distintos tipos. ¿Se ha cerrado esa ventana definitivamente o el cambio climático es una continuación inevitable de ese proceso?

El cambio climático será la mayor amenaza para la humanidad en los próximos años, mucho peor que las epidemias o las crisis económicas. Para hacer frente a esa hidra de siete cabezas habrá que inventar soluciones que exigirán cambios de mentalidad radicales. El sistema actual que vivimos será incapaz de hacer frente a los problemas que se avecinan. Si se quiere salir adelante de esa situación habrá que demoler el actual capitalismo neoliberal e instaurar nuevas formas de producción y otras relaciones socioeconómicas muy diferentes. ¿Será capaz la humanidad de transformar el sistema y conseguir hacer frente a los problemas en tan corto periodo de tiempo como proponen los modelos climáticos? Seguramente, si somos capaces de sacarle partido a nuestros conocimientos. De todos modos la cuestión se planteará como de vida o muerte, nunca se habrá enfrentado el ser humano a problemáticas tan graves.

Para finalizar, asististe a las clases de Agustín García Calvo [colaborador histórico de El Viejo Topo] cuando estaba de profesor en la Universidad de Sevilla. ¿Nos cuentas algo sobre él?

Don Agustín ha sido el más grande poeta vivo que he conocido. Sus clases, sus charlas, sus discusiones, sus conferencias, a lo largo de mi vida, me han abierto una forma nueva, distinta, de ver la realidad. Solo te contaré que lo que más admiraba de don Agustín era aquella forma tan natural de vestir cuatro o cinco camisas una encima de la otra, cuyos cuellos aparecían superpuestos; siempre me pareció de lo más original y elegante. Intenté muchas veces imitarle pero mi crianza pequeño burguesa me lo hacía imposible… lástima.

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