Huelga de alquiler
nº42 | construyendo posibles

Huelgas de Alquiler : Revoluciones a Punto Cero

La historia de los sindicatos de inquilinas y las huelgas de alquiler en el Estado español son un capítulo en blanco en los libros de historia sobre los movimientos sociales. Hasta la fecha, pocas fuentes historiográficas nos asisten en la laboriosa tarea de rastrear los momentos de mayor efervescencia colectiva en asociaciones y sindicatos de inquilinas e inquilinos, que suelen coincidir con la eclosión de huelgas de alquiler. Despertar la memoria colectiva del movimiento inquilino no solo contribuye a elaborar una genealogía crítica de las luchas que se están llevando a cabo por los sindicatos de inquilinas en el presente. También ayuda a pensar la vivienda como un espacio de conflicto que, bajo el mando de los actuales dispositivos de especulación inmobiliaria del capital financiero, alberga la potencia de un movimiento antagonista capaz de defender y desmercantilizar el derecho a la vivienda.

LA HUELGA DE ALQUILER ES DESMOVILIZACIÓN ACTIVA

El concepto de huelga se ha relacionado en exceso con la categoría de trabajo asalariado, es decir, con la (des)movilización colectiva que interrumpe la producción y el trabajo a fin de conseguir mejoras laborales. Sin embargo, el fenómeno de la huelga reluce por su modularidad, pues se ha empleado en múltiples lugares, por una gran variedad de actores sociales y contra una gran variedad de adversarios políticos. La capacidad de adaptación a diferentes contextos hace de la huelga uno de los repertorios de acción colectiva más flexibles y modulares. Las huelgas de alquiler, ampliamente utilizadas por asociaciones y sindicatos de inquilinas a lo largo del siglo XX, son un ejemplo de huelga al margen del ámbito laboral.

Una huelga de alquiler consiste, muy sencillamente, en dejar de pagar el alquiler de la vivienda al arrendador. Es el modo de protesta que los inquilinos e inquilinas emplean, de forma colectiva, contra aumentos injustos del precio del alquiler o por la falta de mantenimiento y de servicios en la vivienda. La huelga de alquiler es una estrategia de presión económica que fuerza a los propietarios a cumplir las demandas de las inquilinas, utilizando el único lenguaje que el capitalismo entiende: la pérdida de beneficios. Aunque en el Estado español la huelga de alquiler no está reconocida como un derecho del inquilinato, otras legislaciones extranjeras en materia de vivienda sí que han incorporado esta práctica como parte fundamental de los derechos y obligaciones que regulan la relación entre inquilinas y arrendadores. En el estado de Nueva York, por ejemplo, se permite la reducción o el impago del alquiler cuando los arrendadores no cumplen con sus obligaciones de manutención o reparación de los servicios básicos de la vivienda.

La particularidad de la huelga de alquiler está en poner término, de forma coordinada, a la transferencia económica habitual que el inquilino realiza a su arrendador. Es en este sentido que la huelga de alquiler deviene una desmovilización activa: una acción política que, al dejar de hacer, abre un litigio con el objetivo de reconfigurar las relaciones de poder entre el inquilino y el arrendador. Pero la desmovilización activa que instaura la huelga de alquiler no es solo un medio para cumplir las demandas de las organizaciones de inquilinas, sino que también tiene su fin en sí misma: su potencia cobra cuerpo en cuanto se despliega en el proceso de empoderamiento colectivo. Con la incertidumbre que origina toda huelga, se abre también un proceso de aprendizaje colectivo, de apoyo mutuo y de cooperación vecinal. Es en el propio proceso donde aflora la potencia política de una huelga de alquiler: cuando se hace valer la consigna feminista de que «lo personal es político».

LA HUELGA DE ALQUILER ES LA GENEALOGÍA CRÍTICA DEL MOVIMIENTO INQUILINO

A mitad del siglo XIX, al mismo tiempo que el capitalismo industrial se consolidaba en Europa y forzaba el desplazamiento masivo de la fuerza de trabajo a las grandes ciudades, el problema de escasez de vivienda aumentaba y el espacio urbano se convertía en otra fuente más de extracción de riqueza. Es entonces cuando podemos localizar los primeros brotes de conflictos entre la condición de inquilino y la figura del arrendador rentista, quien aprovechaba el aumento de la demanda en vivienda para subir los precios del alquiler. No sorprende, entonces, encontrar las primeras evidencias de huelgas de alquiler a finales del siglo XIX. En 1872, el diario hegemónico en el Estado español, La Correspondencia, hacía eco de una misteriosa convocatoria en las calles de Madrid:

Se invita a todos los inquilinos a que acudan el domingo próximo, a las cinco de la tarde, frente a la casa del Ayuntamiento, para una manifestación, con el fin de obtener que los caseros, desde el próximo mes, rebajen el 25 por 100 del precio actual de los alquileres y, en caso de negativa, dejar todos de pagarlos hasta obtener la rebaja que con justicia pedimos. (La comisión, representante de gran número de inquilinos, 16-08-1872).

Mientras el tiempo de los trabajadores se convertía en una mercancía a explotar en las fábricas, el espacio de las ciudades se organizaba de tal suerte que permitiera la extracción de valor económico para otro tipo de clase capitalista: la del rentismo urbano. Por ello, los congresos de trabajadores de la época empezaron a dar respuesta al conflicto latente entre el rentismo urbano y la clase obrera en el terreno de la vivienda. En Valencia, en 1883, tuvo lugar el Congreso de la Federación de Trabajadores, cuyo orden del día incluía el siguiente punto: «¿Es conveniente emprender una campaña en pro de la rebaja de alquileres?» (El Constitucional: diario de Valencia, 4-10-1883). El congreso acordó que la rebaja de alquileres se realizara por medio de huelgas en cada región federada.

Pero fueron las primeras décadas del siglo XX las que inauguraron un ciclo de luchas inquilinas sin precedentes, tanto en el Estado español como en las grandes ciudades europeas. La organización de sindicatos de inquilinas crecía de forma exponencial y la huelga de alquiler se convertía en el verdadero dolor de cabeza de los rentistas. El Congreso de la Federación Obrera de 1903 incorporaba como punto de extrema importancia la «cuestión del inquilinato»: se acordó pedir la reducción de un 50% del precio de los alquileres, apelando si fuera necesario a la huelga de inquilinos. Ese mismo año, en Barcelona y Bilbao se preparaban huelgas generales de inquilinos: «¡Abajo los caseros tiranos!», «¡Viva la renta módica», «¡Viva la huelga de inquilinos!», eran los gritos de protesta que registraban los diarios de la época.

En 1905, Baracaldo fue testigo de una gran movilización inquilina que culminó en una huelga de alquiler. El exorbitante precio de los alquileres, el hacinamiento de varias familias en las mismas casas y la injusta rutina de los desahucios encendió la mecha de una revolución liderada por las mujeres vizcaínas. Manifestaciones multitudinarias, prácticas antidesahucios y alborotos contra la Guardia Civil provocaron que las autoridades declarasen el estado de alarma en la ciudad durante un mes. Así se pronunciaba uno de los manifiestos inquilinos:

(…)

«¡Consigamos nuestros propósitos, que son justos!

¡Firmes en nuestra actitud, somos el océano que lo invade todo!

¡Nuestros muebles en la calle, porque el desahucio es inicuo!

¡No pagar a los caseros si estos no rebajan los alquileres y sanean las habitaciones!

¡Abajo el robo legalizado!

¡Viva la justicia y la salud!

¡Viva la unión y el apoyo mutuo!

Los inquilinos»

(25-05-1905, La Rioja: diario político)

Las huelgas de alquiler se propagaban como el fuego de ciudad en ciudad; y de sus cenizas nacían sindicatos y asociaciones de inquilinas. En Barcelona, Bilbao, Baracaldo, Valencia, Madrid y muchas otras ciudades, florecían de forma simultánea organizaciones en defensa de los derechos de las inquilinas e inquilinos. En 1920, Madrid fue el escenario de la primera asamblea constituyente de la Federación de Ligas de Inquilinos del Estado Español.

Fue precisamente ese mismo año, en 1920, cuando se aprobó la primera legislación garantista en materia de arrendamientos urbanos: el Decreto Bugallal de reducción del precio de los alquileres. Este decreto no solo congeló el precio de los alquileres, sino que además limitó las causas de desahucio, prohibiendo así las expulsiones por causas injustificadas. El Decreto Bugallal fue el fruto de décadas de movilización y de luchas de los sindicatos de inquilinas, logrando impugnar el statu quo de los rentistas urbanos y limitar sus privilegios de forma decisiva. Y la huelga de alquiler fue la estrategia más poderosa que permitió defender el derecho a unos alquileres dignos.

LA HUELGA DE ALQUILER ES FEMINISTA

Resulta inverosímil comprender las huelgas de alquiler que se han desarrollado a lo largo del siglo XX sin atender al protagonismo femenino que las caracterizaron. En el ámbito de la vivienda, históricamente, no es exagerado afirmar que la organización colectiva del movimiento inquilino no hubiera sido posible sin la iniciativa y el liderazgo de las mujeres.

Solo hay que mencionar algunas de las huelgas de alquiler más importantes de principios de siglo XX para darse cuenta de la feminización de la lucha inquilina. La histórica huelga de alquileres de Buenos Aires, de 1907, es conocida como «la huelga de las escobas», pues fueron las mujeres bonaerenses quienes «barrieron la injusticia» de sus casas, negándose a pagar las subidas de alquiler que imponían los arrendadores de forma injustificada. La famosa huelga de Glasgow de 1915 es recordada como «el ejército de Mrs Barbour», en honor a la activista escocesa Mary Barbour que lideró el movimiento por la rebaja de los alquileres junto a la Glasgow Women’s Housing Association (La Asociación de Vivienda para las Mujeres de Glasgow). Si prestamos atención a las huelgas de alquiler que tuvieron lugar en Viena y París, Bilbao y Barcelona, durante las primeras décadas del siglo XX, la organización y protesta femenina sigue siendo determinante en la creación de sindicatos de inquilinas y en la eclosión de las huelgas.

La discriminación de género que impuso el capitalismo industrial con la división del trabajo abonó el terreno para que emergiera el antagonismo femenino en la esfera de la reproducción. La labor teórica del feminismo ha permitido comprender el modo bajo el cual las relaciones de poder del capitalismo industrial penetraron en los hogares, explotando el trabajo doméstico femenino, sin remuneración ni reconocimiento, como parte fundamental del modo de acumulación capitalista. La crítica del marxismo a la explotación del tiempo de trabajo bajo el capitalismo industrial no solo eclipsó las formas de poder que el capitalismo emplea fuera de los muros de la fábrica (en los hogares, las escuelas, las prisiones…), sino que también desatendió otras formas de resistencia y luchas que nacían fuera del ámbito productivo.

El pensamiento feminista, además de poner en tela de juicio el concepto de trabajo desde un punto de vista de género, también ha reformulado los términos para pensar las formas de lucha y resistencia en la actual fase del capitalismo. La esfera doméstica, en tanto epicentro de la producción de la fuerza de trabajo, es el espacio donde surgen los movimientos sísmicos de resistencia contra otros modos de explotación capitalista. El ámbito de la reproducción, como suelo que sostiene la fuerza de trabajo, es el punto de partida de toda revolución. En palabras de la pensadora feminista Silvia Federici: «la reproducción es la revolución a punto cero». Es desde este punto de vista que hace falta pensar las huelgas de alquiler —en tanto acción colectiva que se despliega desde la esfera de la reproducción— como un modo de declinación de la revolución a punto cero: el terreno preliminar que alberga la potencia política de restablecer otras relaciones sociales en el ámbito de la vivienda.

Las huelgas de alquiler y el movimiento inquilino que las impulsó forman parte de la historia del antagonismo constituyente y feminista en la esfera de la reproducción. Históricamente, las huelgas de alquiler han demostrado ser una estrategia de presión económica muy poderosa en la lucha por el derecho a la vivienda. La infravaloración e invisibilización del movimiento inquilino, de las huelgas de alquiler y de su feminización está íntimamente relacionado con la poca atención prestada a los conflictos políticos que se han dado en la esfera de la reproducción. Pero si algo pone en evidencia la historia del movimiento inquilino y de las huelgas de alquiler es su potencia constituyente: es decir, la capacidad de cristalizar sus demandas políticas en más derechos sociales. En suma, la genealogía del movimiento inquilino y de las huelgas de alquiler nos coloca ante el reflejo de un pasado del cual aprender, con el objetivo de seguir pensando y construyendo otro mundo posible, donde la vivienda sea un derecho social efectivo y no un activo financiero que alimenta sin cesar la máquina especulativa del capital financiero.

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