A veces pensamos muy en serio que, en realidad, nadie se lee El Topo. No es victimismo, no van por ahí los tiros. Tampoco es que nos creamos de una densidad inaccesible, aunque en ocasiones tengamos un poco de todo. Es más como que a veces esperamos de algún texto que suscite un debate que no siempre se acaba produciendo o que provoque escozores y nos digáis cositas por la calle, o ese hilo de tuiter con su poquita de confrontación, de revisión, de polémica por qué no. Y, cuando esto no ocurre, y casi nunca pasa —vayamos con la verdad topil por delante—, nos da por pensar que en realidad nadie se lo lee.
Sería algo así como que El Topo es un objeto de coleccionismo, una forma de militancia por treinta euros al año, de manera que nos llega a casa o lo recogemos en nuestro espacio de confianza, pero, una vez que lo apoyamos en la estantería, revistero o ese lugar que tengas en casa para acumular tus topos, no lo volvemos a abrir y se queda cogiendo polvo hasta que un día te faltaba papel para limpiar los cristales —cosa que ocurre una vez al año, si acaso— y lo abres, y alucinas con la ilustración de la página por la que casualmente has abierto el periódico. O, en otro escenario que imaginamos, se queda como lectura de cuarto de baño, con toda su dignidad.
Se rumorea también que ni la madriguera se lo lee, que ni quienes hacemos El Topo lo leemos, o al menos no al completo. Y se da el caso que alguien llega con un temazo para proponer que ya había salido dos números antes. ¿Os imagináis llevar diez años publicando un periódico que nadie se lee? Nos da morbo hacer esta idea-bola grande. Y si nadie lee El Topo, ¿quién está leyendo ahora mismo este editorial que encima es que no tiene ni ilustración? Vamos a hacer una cosa. Suscriptora, entidad asociada, amiga, en el caso improbable de que alguien esté leyendo esto, que corra a hacerse una foto y subirla con un #yoleoeltopo #meleoeltopoenterito, como poco. Como mucho, jalea algún debate en el bar; en la próxima comida de colegas, que se note que eres de esa clase de gente. Esa clase de gente que se lee El Topo de pe a pa.
Ahora en serio, al margen de conspiranoias topiles de asamblea o de la cervecita de después, y que son una maravilla y mantienen el proyecto vivo, sabemos que estáis ahí, sabemos que estamos ahí. Nos llegan las propuestas de temas, los comentarios; las críticas cuando nos pasamos con el academicismo; cuando se nos cuela alguna institución chunga detrás de un proyecto; nos llega el calorcito en las presentaciones; nos sigue emocionando cómo se habla del proyecto y que la gente dé un paso adelante cuando toca.
Sigue leyendo El Topo donde y como te apetezca. De un tirón, despacito, de principio a fin o eligiendo las secciones que más te gustan. Primero las ilustraciones y luego los textos, o al revés. Lee el número cuando sale o un año más tarde. Léelo o que te lo lean. Al final, lo más importante va de que El Topo tenga la capacidad de leerte a ti.