nº2 | política local

Algo se muere en el agua cuando un amigo se va…

El último culebrón del Guadalquivir y Sevilla

Sobreexplotado, desplazado, contaminado… Nuestro río Guadalquivir se nos va. El nuevo proyecto de dragado de río, aún más profundo que el actual, puede terminar por darle la puntilla a nuestro malherido amigo.

Y dentro de mí, y de muchas personas más que piensan como yo, algo se remueve y se llena de rabia, más aún cuando todo este daño se pretende realizar con dinero público. Guadalquivir, ¡no te vayas todavía, no te vayas por favor!

Sevilla y el Guadalquivir: una relación de amor y odio

La historia de la ciudad de Sevilla y el río Guadalquivir ha sido una relación de amor y odio. Las ventajas de asentarnos junto a un río rico en recursos naturales han sido cruciales en la historia sevillana. Pero los ríos son salvajes, cambiantes e impredecibles, algo que nos cuesta entender. Por eso, Sevilla ha estado marcada desde sus orígenes por el miedo a las inundaciones y la lucha por mantener de forma artificial una comunicación comercial con el mundo a través de un río navegable.

Desde hace unos 200 años la maquinaria urbano-agroindustrial ha ido engrasándose hasta ser capaz de transformar el paisaje planetario a velocidades vertiginosas. Una de las sociedades científicas más prestigiosas de geología, Geological Society of London, consideró que el Holoceno, etapa milenaria en la que se han desarrollado las distintas civilizaciones humanas, ha terminado para dar paso a otra era histórica marcada por la incidencia de la «especie humana» en el planeta Tierra (1). Los ríos son quizás uno de los ecosistemas más maltratados: 1 de cada 10 grandes ríos no llega a desembocar en el mar y, de promedio, la mitad de los ríos del planeta posee al menos un gran embalse (2).

Fuertemente transformado desde hace más de 200 años

Los ríos han sido fuertemente transformados. El Guadalquivir no es una excepción. Ni su propia madre lo reconocería en su tramo bajo. Desde hace poco más de 200 años sus llamadas «vueltas» (meandros) han sido anegadas rectificando su trazado mediante «cortas» que han supuesto que la distancia de Sevilla al mar pasara de los 128 a los 80 kilómetros actuales. Los brazos en los que se dividía el Guadalquivir aguas abajo de la ciudad han sido reducidos a un solo cauce, que actualmente se draga para mantener una profundidad de 6,5 metros y permitir así la entrada de buques mercantes. El trazado a su paso por Sevilla ha sido también muy transformado desde hace siglos. Pocas personas conocen que el río recorría la actual Alameda de Hércules (La Laguna), la calle Sierpes o Plaza Nueva (antigua Laguna de la Pajería).

A estas grandes presiones y transformaciones del río Guadalquivir en su tramo bajo hay que añadirle la contaminación y la demanda de agua en continuo aumento (principalmente para la agricultura de regadío) que ocurre en buena parte de su recorrido y sus afluentes. Así que, pese a discurrir junto al Parque Nacional de Doñana, el Bajo Guadalquivir está fuertemente alterado.

La puntilla para el Guadalquivir: el nuevo proyecto de dragado

La Autoridad del Puerto de Sevilla, organismo público dependiente del Ministerio de Fomento, lleva desde 1999 tratando de que se apruebe el nuevo dragado de profundización del Guadalquivir. El dragado ampliaría la profundidad del Guadalquivir desde los 6,5 hasta los 8-9 metros, permitiendo la entrada de buques mayores (de hasta 10 000 toneladas). Tras la entrega de la memoria del proyecto y el proceso de información pública, el ministerio daba luz verde al proyecto en 2003 con su Declaración de Impacto Ambiental (DIA) positiva. Pero la DIA se olvidó —¡qué despiste!— de la opinión del Patronato de Doñana contra el proyecto. Así que en 2005, la entonces ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, acordó junto con la Autoridad Portuaria y el Patronato de Doñana la creación de una sola comisión científica que estudiara con rigor las afecciones del nuevo dragado.

Como resultado de esta comisión, en 2010 vio la luz uno de los estudios científicos más completos sobre un estuario de río: Propuesta metodológica para diagnosticar y pronosticar las consecuencias de las actuaciones humanas en el estuario del Guadalquivir. El estado catatónico del Bajo Guadalquivir quedó más que demostrado.

El estudio, realizado por el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y coordinado por Miguel Losada y Javier Ruiz, concluye que el río no soportaría una profundización del actual dragado (de los 6,5 actuales hasta los 8-9 metros de profundidad). No por el impacto del proyecto en sí, sino por la multitud de presiones a las que actualmente se ve sometido el Bajo Guadalquivir. El estudio aboga por una «gestión integral de los recursos naturales». Es decir, para que este dragado fuese ambientalmente «viable» debería acometerse primero la restauración del estuario que obligaría a sentar en una misma mesa a todas las partes implicadas para ver cómo se disminuye la presión humana sobre el río.

¿Cómo finalizará el culebrón?

La cosa aún se complica más para el Guadalquivir. La recién estrenada esclusa, que ha costado unos 160 millones de euros, no sirve para nada si no llegan barcos de mayor calado, condicionando su utilidad a la realización del nuevo dragado. Por lo que la Autoridad Portuaria intentará por todos los medios sacar adelante el proyecto. Para ello cuenta con bastantes apoyos. Sin embargo, actualmente tiene en contra a otros grupos: arroceros, pescadores, empresas de acuicultura, sindicatos de Cádiz y Málaga, ONGs, Patronato de Doñana…

De momento, el Ministerio espera a que la Autoridad Portuaria le envíe un nuevo proyecto, el definitivo, que asegure que no perjudicará al entorno de Doñana ni a los arroceros… ¿se olvidaron de los pescadores?

En breve volveremos a escuchar eso de que «la protección del Medio Ambiente está garantizada», así que, ¡prepárense para salir de sus galerías!

(1) El Antropoceno: la crisis ecológica se hace mundial. Ramón Fernández Durán, 2011.

(2) Impactos ambientales de las presas de Alcalá del Río y Cantillana sobre las comunidades acuáticas del Bajo Guadalquivir. Carlos Fernández Delgado, 2009.

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