nº3 | editorial

¡Al fuego con ella!

De apropiaciones y otros hechizos

«Eres una bruja de oro, eres un pequeño gángster…» (Radio Futura)

La última víctima mortal de la inquisición en el estado español fue María de los Dolores López, también conocida como «la beata ciega». Esta mujer sevillana murió en la hoguera en 1781, acusada de brujería. Le atribuían la extraordinaria «capacidad» de  poner huevos.  Desde luego, manda ídem que este tipo de sucesos no estén denunciados, que no se muestren en las escuelas y que, a día de hoy, lo único que parece que haya cambiado sea el combustible que usan para «quemar» al personal que se revela. Si antes las rebeladas ardían en la hoguera, ahora somos quemadas a golpe de multas y denuncias, en muchos casos falsas, y en otros criminalizando reivindicaciones más que legítimas. El fuego moderno se alimenta también de precariedad laboral, censura, pérdida de derechos y libertades.

Resulta sorprendente que del terrible feminicidio acontencido durante la transición del feudalismo al capitalismo solo queden fábulas. En ellas muestran a las «brujas» como unos seres despreciables que se alimentan de infantes, que blasfeman y hechizan, sobre todo a los hombres…

Hoy en día, la palabra bruja se suele utilizar para hacer referencia a alguna mujer acusada de ser «más mala que un doló». Sin embargo, se desconoce que todas aquellas señoras asesinadas cometieron el único delito de ser conocedoras de los saberes asociados al conocimiento del cuerpo y la procreación, y rebelarse ante la iglesia y el estado.

Y así se apropiaron de nuestros cuerpos.

El estado tenía que saber y controlar la capacidad de dar vida, ya que era la única manera de «crear» fuerza de trabajo (trabajadores y trabajadoras) que generaran plusvalía sin poner demasiados problemas.

Se apropiaron de nuestros cuerpos y se apropiaron de nuestras mentes. La apropiación de los cuerpos mediante la violencia, la apropiación de las mentes…

¿Qué está pasando con nuestras mentes? ¿Quién marca nuestra agenda intelectual? En la televisión nos aturden con vidas ajenas que nada deberían importar pero que adquieren relevancia por el simple hecho de tener detrás una serie de corporaciones financiando una programación aletargamentes.

Y en las escuelas y universidades, pretenden que esas mismas corporaciones sean las que marquen los contenidos con los que adiestrar a las futuras generaciones de series de seres manodeobrabarata-consumidores.

Se han apropiado del territorio, subordinando su ordenación a los intereses del mercado. Se han apropiado de la posibilidad de existir de manera saludable, emponzoñando todo lo que nos rodea con sustancias de las que muchas veces desconocemos sus verdaderos efectos. No sé, no me imagino yo con el tercer ojo visible.

Se apropian del lenguaje de la gente, se lo apropian, lo vacían de contenido y lo devuelven con  efecto de marca registrada, participativo, sostenible, democrático. Se apropian de la ilusión y la esperanza, engañándonos, confundiéndonos con espectáculo barato y con discursos y procederes engañosos. Y se apropian del amor, hasta de eso se apropian. Programándonos como sufrientes y sumisas damiselas (a ellas), como negadores de emociones y salvavidas (a ellos). Por supuesto, atendiendo a que solo haya ellas y ellos, dicotomizando nuestra existencia, no nos vayamos a liar.

En fin, por apropiarse, se han apropiado hasta de «la roja», que además seguro que también hubiera acabado calcinada en una hoguera.

Poco a poco deberemos ir reapropiándonos, o vamos reapropiándonos, de los comunes saqueados. Hay personas que lo consideran pequeños logros, insignificantes. Otras lo consideran fechorías propias de gentes de mal vivir. Pero, aquí entre nosotras, no puedo evitar sentir cierta alegría, consuelo o paz,  cuando veo que el vecindario de un barrio es capaz de recuperar el territorio pretendidamente arrebatado para construir una carretera cuya única finalidad es facilitar que lleguen más personas a consumir muebles de usar y tirar. Reconozco que me reconforta un poquito la conciencia ver como espacios destinados a la especulación más atroz han sido rescatados como espacios públicos, verdaderamente públicos, que no estatales. Espacios gestionados por y para la gente. Y no puedo evitar que se me escape una sonrisilla al ver que un edificio y un enorme solar vacío, «propiedad» del banco malo, situado en uno de los centros históricos con menos metros cuadrado de espacios verdes de Europa, se haya «liberado» y se quiera abrir al barrio para que la gente disfrute, conviva, produzca…

¿Será que soy mala? ¿Será que yo misma soy más mala que un doló? ¿Será que soy una bruja? Será que somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar. Y, por supuesto, lo que no vamos a hacer es dejar de echar «palitos en candela»; pero ahora, que en el fuego ardan otros.

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