nº17 | política estatal

Acerca de la infiltración en la bestia

Pretendía dar comienzo a estas líneas con una letanía de las miserias que nos impone el sistema u Orden Mundial, con intención de hacer énfasis en lo urgente de frenar la destrucción implacable del territorio, de la salud de las personas y de las relaciones sociales, y ese largo etcétera de sindioses y estupideces que nos arruinan la vida. Pero antes de haber empezado, ya me quedaba sin espacio. Pardiez, sí que hay que ir al grano en estos artículos cortos. Como buen topo, iré a la raíz.

La tesis de partida es, como anarquistas comprometidas con la agitación y lucha política, y en el actual contexto histórico, asaz diferente al de 1900: ¿debemos seguir absteniéndonos del hecho electoral o involucrarnos, hasta un grado por definir, en el parlamentarismo? Esta pregunta puede reformularse de muchas formas con el fin de matizar en lo posible su intención. Por ejemplo, ¿nos es tan indiferente un gobierno de las CUP que uno de VOX a la hora de dialogar con el mandril del dispositivo que viene a desahuciarnos o impedir una reunión? ¿Tendremos tantas luchas por la defensa del territorio (v. g. minas, fracturas, etc.) con un gobierno de tinte ecologista que con uno convencido de las virtudes autorreguladoras del mercado? Ahora bien, aquí no se habla de tomar poder, sino de infiltrarlo. Desde ahí, ser hostiles al gobierno, sacar trapos sucios y participar de la agitación que se dé fuera.

Desde topillo, el ácrata que hay en mí conoce la estrategia electoral gracias a los escritos de preclaras anarquistas de ayer y hoy. Advertían al proletariado del engaño del artefacto burgués para legitimar al Estado y atenuar su malestar. Comprendemos ferpectamente la naturaleza del poder y la incapacidad de un gobierno de alterar las reglas del juego económico, que es en última instancia el que regula nuestras vidas. En resumen, no nos hacemos ilusiones.

Ahora bien, como anarquistas tenemos la obligación de llevar la agitación y la lucha a todos los frentes, y aquí señalamos el parlamentario: ¿por qué ponérselo tan fácil e inhibirnos de hacerlo en el ágora más visible que tenemos a nuestra disposición? ¿Por qué no emplear las herramientas de que dispondríamos para el largo camino de la revolución? ¿Es que vamos sobradas de recursos? Y para la difusión de la Idea: ¡menuda plataforma! No se trata de hacer la revolución gracias al Estado, sino a su pesar, infiltrando una maquinaria que en cualquier caso encontraremos de frente. Así pues, el voto en la urna, ¿no podría considerarse como un sabotaje en lugar de una claudicación? ¿Son incompatibles el parlamentarismo y la agitación revolucionarias?

Este escrito sostiene más bien lo contrario. La sintonización táctica con lo primero es más un impulso que un freno para lo segundo. Cabe preguntarse si ello devendría en sostener o adulterar el acervo anarquista, desafortunadamente no hay cabida aquí para ese análisis esencial. Por mi parte, estoy convencido de que lo sostiene. Antes de empezar a tirarnos de nuestra revolucionaria pelambrera ante tamaña supuesta herejía, reflexionemos un poco.

Tradicionalmente, el socialismo anárquico se ha apartado del parlamentarismo y ha hecho apología de ello entre la clase trabajadora. Por muchas razones sí, y como si su proximidad fuera condición suficiente para contagiar el virus de la apatía, del aburguesamiento y otros males asociados al poder. No obstante, el balance positivo de ello a mí no me queda tan claro. Y menos si pienso en la difusión del anarquismo en el último siglo y su actual estado de coordinación (aunque la culpa de todo sea del Estado opresor, lo sé). Por dos razones fundamentales:

El pueblo ignora el discurso anarquista, al que no tiene acceso más que —tergiversado— cuando el Estado tiene a bien engrasar su aparato represor. La difusión del ideal anarquista es muy limitada si lo que pretendemos es una revolución de masas y no la inmolación de un puñado de personas con buenas intenciones. El pueblo debe politizarse y, qué duda cabe, si lo va a hacer al ritmo que asimila el ideal anarquista y los conflictos humanos de sus afines, no va a agotarse el petróleo, ¡se va a agotar el Sol! (exagerando una miqueta). Y ya habrá tiempo para esa maduración revolucionaria tras la que las masas caerán rendidas ante la grandeza y coherencia del ideal anarquista. Pero deben estar politizadas. ¿Qué más da por dónde empiece? Ya llevará la lucha más allá.

La segunda razón es la transmisión de ideas. Aisladas no tenemos ocasión de comunicar la Idea más que a quienes tienen un interés previo. ¿Acaso no gozamos de todas esas ocasiones en que colaboramos en alguna lucha colectiva, tipo luchas vecinales, ecologistas, el 15M, etc.?: así transmitimos nuestras ideas. Aquello de «el roce hace el cariño»…

El mandato revolucionario es explícito en que las anarquistas deben estar siempre ahí para instigar, agitar, apoyar cualquier movimiento emancipador, denunciar al Sistema que aliena y subyuga. Que el pueblo tome con conciencia todo el control que pueda.

Aquí hablamos de colocarnos en posiciones estratégicas para conocer sus tejemanejes con más antelación. Atisbar su ponzoña antes de que nos caiga encima. Y reducir la velocidad a la que arden los bosques y las libertades. Un apoyo a la verdadera lucha de afuera: ¿qué se pierde? ¿Acaso no ahorramos energías por la información de que disponemos así como otras muchas prerrogativas muy convenientes a la disidencia, como son los palos en la rueda represiva? ¿O es que preferimos hacer el triple tirabuzón con las manos atadas y sin red? Hay quien defiende el cuanto peor mejor; mejor dictadura a parlamentarismo. ¡Ay!, cuántas veces se ha demostrado falso y con cuánto sufrimiento. Las ideas no progresan gracias al mal, sino a pesar de él.

Renunciar a los beneficios de la infiltración en la bestia por la pureza del ideal anarquista, por su coherencia, no es muy coherente si tomamos en cuenta los innumerables compromisos a los que nos sometemos en el empleo, el consumo, relaciones, etc., solo por vivir en esta sociedad. ¿A cuento de qué ponernos tan tiquismiquis en algo ambiguo? «Nada de compromisos: cuando madure la conciencia revolucionaria, la gente admirará nuestra coherencia, sabrá quién no cambia de chaqueta». «Afirmemos la idea, ella encontrará la forma de hacerse realidad». Hasta no ha mucho, el topo que les escribe suscribía eso. La pureza del ideal aporta energía para sobreponerse de cualquier varapalo. Pero tengo la impresión de que es una proposición errónea. Aunque solo sea porque la especulación temporal se lleva mal con el sufrimiento y la destrucción cotidianas.

Muerte al Estado, Viva la anarquía.

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La moneda Puma comenzóa gestarse en septiembre de 2011 a partir de un Taller organizado por la Red de Decrecimiento de Sevilla, e impartido por Julio Gisberten la Casa Grande del Pumarejo.

A partir de este momento y hasta marzo de 2012, fecha en que comienzan a circular y funcionar los pumas, se constituyó un grupo motor que impulsó diferentes encuentros y talleres y diseñó de manera abierta, horizontal y participativa con su entorno cómo sería la moneda Puma.