nº55 | política global

Chile y el proceso constituyente

Chile no deja de ser un guion tragicómico para el mundo entero, que vio con ojos de esperanza como el pueblo se alzó en rebeldía y pretendía dar un vuelco histórico que permitiera pasar de ser el laboratorio del neoliberalismo a ser su sepulturero. Luego, la serie de hechos que transcurrieron resultan un poco confusos para quienes, desde otro continente, buscan dar una explicación de cómo llegamos a este retroceso, donde hoy pareciera que no solo la historia se congela, sino que volviera al punto de vernos, de nuevo, enfrentadxs a la Constitución de la dictadura.

Para empezar, sería interesante reseñar ese 18 de octubre en el que la juventud irrumpe en la estación del metro, señalando: «No son treinta pesos, son treinta años», siendo esta la primera vez que el pueblo chileno se rebela tantas semanas y en tantos territorios. El aumento del pasaje del metro fue la chispa que encendió a Chile de Norte a Sur.

Comienza a vivirse un caos liberador, espontáneo, sin dirección, una catarsis social que rompe con la apatía de la política que había dejado la dictadura. Las generaciones de la derrota salen del clóset y se encuentran una juventud que quiere cambiarlo todo, donde muchxs comienzan a despertar a la vida política y darse cuenta de que las justas demandas en las calles venían acompañadas de una fuerte represión que quería acallarlas. El aprendizaje inicial fue que las fuerzas del Estado no están para el resguardo de la seguridad común, sino para cuidar los intereses de los privilegiados, de lo contrario no se entiende la represión, ni los asesinatos, mutilaciones, violaciones…

Estas movilizaciones fueron acompañadas de mucho debate, la rabia debía encauzarse en organización y así fue. Comienzan a levantarse cabildos y asambleas para discutir cuál era el Chile que queríamos. Parecía que se apuntaba a diversas demandas amañadas a la Constitución de la dictadura por lo que comienza a esbozarse una demanda trasversal: Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Libre, porque no queríamos que nadie nos viniera a imponer qué tema entraba o se dejaba afuera, todo podía discutirse. Soberana, porque no permitiríamos que ningún poder fuera más decisivo que la soberanía del pueblo decidiendo en una asamblea sobre el destino de nuestras propias vidas y, en esta ocasión, todas las vidas eran valiosas. Chile se volvió multicolor, diverso e hizo justicia con su propia memoria histórica: comienzan a derrumbarse todos los símbolos de la colonización y, por primera vez, el pueblo chileno comienza a empatizar con la histórica lucha del pueblo mapuche que, por años, venía alzándose y recibiendo balas y cárcel. A su vez, la fuerza del movimiento feminista también emerge como un huracán con la perfomance de Las Tesis. Se hizo temblar no solo al neoliberalismo o al racismo, sino también al patriarcado.

Sebastián Piñera —presidente de ese entonces— trató de utilizar diversas estrategias. Primero, nos declaró la guerra y sacó militares que mutilaron y asesinaron a manifestantes. Cuando se dio cuenta de que no lograba sacarnos de las calles, comenzó a posicionarse a favor de las demandas, pero el ánimo de lucha no mermó y el 12 de noviembre se impulsó una masiva movilización con un paro que logró colocar a la clase trabajadora como un sujeto activo, lo que puso en jaque los bolsillos de los empresarios del país. No es casual que dos días después, el 15 de noviembre, toda la clase política gobernante realizase un encuentro a puerta cerrada con el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, donde el actual presidente —Gabriel Boric— fuera el diputado bisagra, al conciliar los intereses de los partidos de la derecha y de centroizquierda.

Fueron momentos de confusión, ¿era un logro? Lo cierto es que ese desvío institucional, abrió esperanzas en algunos sectores, en la medida que otros actores políticos devenidos de las movilizaciones entran a la Convención Constitucional, mecanismo del cual surgiría la nueva propuesta constitucional. Pero, también dio lugar a la merma de las movilizaciones, a la vez que se establecieron cerrojos al proceso.

Es difícil resumir todo el proceso, pero podemos mencionar algunas de sus contradicciones. En primer lugar, comienzan a sancionarse con prisión política a jóvenes que estuvieron en las movilizaciones de la rebelión a pesar de que, los mismos movimientos sociales al interior de la convención, habían prometido que harían todo lo posible para liberarlos. Luego, se respetan todas las restricciones que impuso el acuerdo del 15 de noviembre, lo que fue dando cada vez, más cabida a la derecha, incluso otorgándole poder en la mesa central bajo la idea de que fuera lo más democrática posible.

El plebiscito de salida se da en el marco del reciente Gobierno de Boric, un triunfo que parecía ser un punto de apoyo para el apruebo y que, sin embargo, resultó que el rechazo arrasó. En un contexto donde la gran mayoría de la gente veía en el Gobierno altas expectativas de cambio que no llegaron, sumado a noticias mentirosas y millonarias sumas en los canales de televisión, lograron asustar a la gente de los cambios que se avecinaban con la nueva Constitución. Podemos, por ende, sacar en limpio que, el voto del rechazo, no solo fue de la derecha, sino que fue también llevado a cabo por gran parte de la población que realizaba un voto castigo al Gobierno y otra manipulada por las campañas del rechazo. Fue así que todo se derrumbó, sin embargo, hay un punto en común transversal en la población, las ganas de cambiar esta Constitución de Pinochet.

¿Era posible un curso alternativo al desvío? Pues claro que sí, pero para que ese camino se impusiera se requería un fuerte nivel de organización que luchara y no se entregara al desvío institucional, una estrategia que apostara por llevar hasta el final la autorganización que se estaba desarrollando, en la perspectiva de una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Hoy hay que superar toda desmoralización o resignación, debemos seguir peleando por el futuro que nos merecemos.

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