Entrevista realizada a José Pérez de Lama Osfa, profesor titular de la E.T.S. de Arquitectura de Sevilla, para una breve historiografía sobre la arquitectura bioclimática en homenaje a uno de sus promotores, el recientemente fallecido Jaime López de Asiain.
¿Cómo definirías la «arquitectura bioclimática» (AB)?
AB es una denominación que surge a finales de la década de 1970 para describir una práctica arquitectónica preocupada por el ahorro energético, las relaciones más amplias entre medio construido y medio ambiente más en general y el desarrollo de unos modelos de vida más ecológicos, en mayor armonía con la naturaleza, o quizás los flujos naturales de materia y energía. El aspecto más destacado en los inicios era la intención de usar lo que se llamaba «sistemas pasivos», que consistían en tratar de lograr el acondicionamiento ambiental —temperaturas en verano e invierno, iluminación…— mediante el propio diseño arquitectónico y la selección de materiales y sistemas constructivos. Se trataba de recuperar en estos aspectos las prácticas de la arquitectura tradicional o «vernácula», actualizada con los nuevos materiales y recursos tecnocientíficos cuando fuera necesario.
¿Cómo se ha transformado el concepto de AB en estos cuarenta años?
En las publicaciones fundacionales del Seminario de Arquitectura Bioclimática (grupo de investigación de Jaime López de Asiain, el promotor de todo esto en Sevilla y recientemente fallecido) el énfasis se situaba en dos cuestiones: el tema energético y el desarrollo de una arquitectura —y luego una ciudad— más ecológica, en mayor armonía con la naturaleza y la cultura local. El bio– de bioclimática pretendía hacer referencia a eso, a otra forma de vida; podría haberse llamado climática solo y plantear soluciones ultratecnológicas, pero no era el caso. Desde la perspectiva actual me parece que el verbo bioclimatizar funciona mejor que el sustantivo: climatizar aprovechando, modulando, los flujos naturales, pero también en el contexto de las culturas locales.
Hoy en día, con el cambio climático, la cuestión se ha hecho mucho más urgente y poco a poco se está generando una preocupación más general sobre el asunto, entre la gente y entre las autoridades. Ya no es un problema de ahorro o de recursos escasos en un futuro no demasiado preciso. Por otra parte, la crisis ambiental se ha revelado en estas décadas como mucho más multifacética: no solo es el cambio climático, sino que hay otros ocho o diez procesos que están llevando la biosfera a posibles cambios cualitativos. Y, por no extenderme demasiado, creo también que en estas décadas se han ido poniendo cada vez más de manifiesto las estrechas relaciones entre crisis ambiental y capitalismo y crecimiento.
¿Cómo fue recibido el tema del bioclimatismo en la Expo 92? Desde la perspectiva del olvido actual —hasta muy recientemente— parece que hubiera sido un tema menor.
En su día creo que fue objeto de bastante interés, tanto por parte de los gestores de la Expo, como del público y los medios de comunicación, como de los especialistas. Yo creo que frente a las críticas muy evidentes que se podían hacer a la exposición universal, aquello fue una gran contribución tanto a la escena científica como a la urbanística y ciudadana. Quizás el sector que lo recibió con más suspicacia fue el de los propios arquitectos consolidados, que lo veían, como era en parte, una crítica a su forma de hacer arquitectura.
Ocurrió que luego la cosa se difuminó bastante. Situándonos en Sevilla, incluso quizás Andalucía, —y me cuesta expresarlo— me parece que hemos carecido de liderazgo y audacia política y estratégica: tanto la Junta como el Ayuntamiento como la Universidad, las instancias que uno puede observar, se limitan a implementar normas, recomendaciones y políticas que vienen de fuera. Siempre detrás. El horror o la incapacidad de tomar la iniciativa y a la experimentación. ¡Una pena!
Ahora bien, resulta interesantísimo cómo está resurgiendo el interés en estas cuestiones con la creciente preocupación por el cambio climático. Me encanta la idea de que la presión de una asociación de madres y padres de estudiantes, Escuelas de Calor, haya logrado estos últimos años la aprobación en el Parlamento Andaluz de una ley de bioclimatización para el acondicionamiento térmico natural de colegios e institutos. Aunque me cuentan los responsables que la Junta no la está implementando debidamente…
¿Qué pasa con la emergencia climática y qué podemos esperar de las formas de abordarlas?
Uno tiende a creer en que efectivamente está sucediendo, principalmente como resultado de la acción humana, y que efectivamente se trata de una emergencia. La instancia que parece liderar todo esto, el IPCC, es una institución que recopila y evalúa el trabajo de cientos o quizás miles de científicos y sus conclusiones actualmente son para preocupar, y que todxs más o menos conocemos… Es una situación rara, no cabe duda, ya que la mayoría de la población no podemos comprender los modelos computacionales en que se basa el diagnóstico. Pero tenemos que confiar en la comunidad científica.
En estos momentos se puede esperar cualquier cosa. Durante un tiempo me obsesionaba la idea de que técnicamente, incluso financieramente, parece ser viable, y desde luego deseable para la mayoría, hacer la transición energética, incluso civilizatoria. Pero los únicos que se toman el asunto como algo grave y urgente, jóvenes y una minoría de científicos, por ejemplo en torno a Extinction Rebellion, son considerados como radicales. Por ello, el escenario más probable que imagino es uno en el que una minoría convertirá todo esto en un negocio, como están haciendo las energéticas, y se atrincherarán en sus guetos privilegiados y bien acondicionados, dejando que la mayoría de la población sufra los peores efectos del cambio.
Entre las propuestas recientes me atrae la que Donna Haraway viene haciendo con el término, un poco en broma, del Chthuluceno, donde se relacionan prácticas de hacer mundo —worlding dice la autora— y se componen de formas nuevas humanos, no humanos, máquinas, recursos, lugares… en experimentos locales que valen por sí mismos además de su posible valor general… Sin desesperación, aunque tampoco sin un exceso de esperanza. Nec spe, nec metu… La vida misma…