La iniciativa comenzó en 2013 con un grupo de mujeres que buscaba dar respuesta a mujeres migrantes violentadas o en situación de vulnerabilidad. Conocidas por ofrecer de comer a cualquiera que se acerque un miércoles a medio día por el Centro Vecinal del Pumarejo.
Si queremos comprender la naturaleza de la organización debemos adentrarnos en la profunda herida histórica que sufrimos aún hoy en día las migrantes. Nacer en un continente despojado de historia y nutrido por la sangre de nuestras propias ancestras es una herencia que atraviesa nuestro sentir-pensar, pero sufrir discriminación, violencia y precariedad, es algo que no podemos aceptar en Europa.
Al ser mujeres racializadas, violadas, asesinadas y acalladas en esta Europa racista y patriarcal, normalizamos silenciosamente la violencia colonial. Desde aquí, aceptando trabajos precarios, abusivos y hasta vejatorios, lo único que nos queda es soñar con la cima de una rocosa montaña donde el final del túnel se llama tener «papeles» y «¡regularización ya!»
En este sentido, tenemos por cometido un feminismo decolonial que considera las distintas opresiones de las mujeres por motivos de género, raza, clase social, profesión (incluyendo la prostitución), orientación sexual, identidad y disidencias, siendo este un paradigma emergente que cuestiona las instituciones creadas por el colonialismo y ¿cómo no? cuestionando el feminismo eurocéntrico y hegemónico que excluye y oprime a las mujeres desde todas estas diversidades.
El feminismo decolonial reivindica la existencia de la mujer latinoamericana como sujeto político, con historia, cultura, dignidad y sueños. Una praxis política que incida y cuestione al Norte Global, para que repare y se responsabilice de los abusos cometidos durante siglos en América Latina y sus habitantes. Con el ardiente deseo de que, algún día, se produzca el reconocimiento de las otras como seres humanos; pensantes, adultas y como las legítimas herederas de un linaje femenino poderoso capaz de sobrevivir en Europa, a pesar de toda su violencia, abusos y humillación.
Nuestro comedor social es el centro vital y amoroso de encuentro cada semana. Donde todas nos juntamos para organizar la comida, cocinarla y brindarnos cuidados y afecto; un espacio que, con mucho esfuerzo, sacamos adelante entre todas. Solemos servir casi cien fiambreras de comida. En eso de repartir somos expertas: repartimos ternura, confianza, cuidados y hasta abrazos. Construimos alrededor de los fogones a fuego lento «el plato nuestro de cada día», solidaridades y porvenir con nuestras hermanas andaluzas y venidas de otros continentes.
Con pocos recursos tenemos que jugar para conseguir cocinar platos nutritivos y sabrosos. Construimos comunidad a golpe de lentejas, gazpacho y fruta de temporada; la fuerza nos viene de los fogones y calderos donde se cocina la solidaridad y la esperanza. Con el estómago lleno el alma vuela.
Lidiamos con esta precariedad impuesta por el sistema, intentando no naturalizar la pobreza, el hambre y la exclusión. A pesar de esta escasez continuamos nuestra labor de manera cariñosa y llenas de esperanza, haciendo todo lo posible para que alcance el puchero para todas las personas. Esto no siempre lo logramos, aunque, aun así, siempre recibimos palabras de reconocimiento y cariño. Nos sentimos agradecidas de poder sentir nuestro barrio en las tripas.
Al mismo tiempo, nuestra entidad proporciona a las mujeres que han sufrido violencia machista un acompañamiento, asesoramiento y apoyo psicológico. A través de nuestro modelo de intervención Cartografía del proyecto vital, donde se sitúa en el centro a las mujeres y sus procesos personales, rompiendo con los ciclos de la violencia machista.
De esta manera, intentamos evitar la revictimización de las mujeres, la violencia estructural y la falta de credibilidad de las denuncias. Promoviendo procesos subjetivos y autogestivos de reconstrucción personal y amor propio. La entidad también plantea como objetivo fundamental evitar que las mujeres que han sido acompañadas profesionalmente, no repitan relaciones de abuso o maltrato con otra pareja.
Formándonos y formando permanentemente pues, debemos entender que es de vital importancia la formación constante a lo largo de la vida, aprender y ser mejores personas cada día.
Partiendo de esta base, Mujeres Supervivientes realiza talleres, conversatorios, charlas y jornadas dirigidas tanto a mujeres como a hombres, con el objetivo de concienciar y fomentar la igualdad, la creatividad, el empoderamiento y la autoestima de las mujeres. Haciendo pedagogía y círculos de aprendizajes colectivos, en torno al patriarcado, derechos humanos, cambio climático, arte, poesía.
Un buen ejemplo de estos planes son las jornadas feministas Cartografía de las subjetividades migrantes que realizamos a mediados de septiembre en el centro cívico Las Sirenas, con la colaboración de la Universidad de Sevilla y con la colaboración de una experta invitada desde México.
Somos mujeres diversas con capacidad de agencia, entonces, no somos solo un comedor social que administra y comparte alimentos un día en semana. El trabajo que hacemos es luchar por la dignidad y sanación de nuestros cuerpos, por la herida migratoria, a través de nuestro pensamiento insumiso y rebelde. Por honrar, celebramos la vida con alegría, pan, lentejas y cumbia. Esta dignidad comienza en nuestra propia organización, trabajando como mujeres autogestionadas, sin estar sometidas al yugo de un sistema que nos explota.
Entendemos que el patriarcado no afecta por igual a todas. Las otras, las migras, vivimos determinadas discriminaciones y desventajas, debido a estructuras de opresión que se intersectan como clase, raza, orientación sexual, cultura, religión.
No queremos esencializar nuestras opresiones: es justamente a través del enfoque interseccional que pudimos identificar las condiciones históricas del racismo colonial y el patriarcado como las causas estructurales que dan forma a las relaciones de opresión, poder y privilegio. Rechazamos la exotización de nuestros cuerpos migrantes por su color de piel, su sexualidad, sus costumbres y la construcción de imaginarios alrededor de las pieles negras, las latinas, donde aparecen vinculados nuestros cuerpos y deseos a la naturaleza, a una condición lubrica y sensual.
En realidad, no hay voluntad verdadera de profundizar en el hecho colonial y en las consecuencias de esos procesos históricos en el presente. En el racismo, en la discriminación y en los delitos de odio; en la violencia estructural que vivimos día a día por ser extranjeras quiénes sostenemos la vida y el sistema con nuestro trabajo. Nosotras, las que llegamos a estas tierras expulsadas de nuestros territorios por un sistema que ha construido la abundancia del Norte a costa de la explotación del Sur, nosotras que aún no hemos asimilado que nuestras bisabuelas fueran esclavas, cuestionamos este sistema de opresión patriarcal.
De esta manera, nuestro comedor social, surge como un espacio de cuidados, de resistencia y apoyo mutuo entre iguales, siendo este la fuente que nos brinda el soporte para identificar, resistir y enfrentar toda esta violencia machista y neoliberal sobre nuestras vidas. Soñando en colectivo con un mundo mejor, lleno de ternura y cuidados, sin tanta injusticia social. Y es desde ahí, solo desde ahí, desde donde nace nuestra fuerza para luchar.
Entendemos nuestro activismo feminista como el incidir políticamente en nuestro entorno y construir gestos revolucionarios basados en el amor. Nuestro gesto revolucionario es, a través del día a día, entendiendo la migración como un proceso generado por la explotación capitalista en todo el mundo. Nosotras entendemos la interculturalidad como la única apuesta hacia la convivencia, la justicia social y el intercambio de saberes alejados de la colonización.
Con esto queremos decir, que realizamos un reconocimiento de nuestra historia, nuestros orígenes y culturas como el lugar de enunciación de los sujetos migrados hacia la construcción de identidades diversas para el diálogo, la convivencia, el respeto mutuo y la aceptación de nuevas identidades diversas.
En definitiva, para comprender nuestro qué hacer en la organización de Mujeres Supervivientes no basta con exponer el trabajo territorial autónomo de Sevilla en el comedor, sino que nos consideramos sujetos políticos.
Mujeres Supervivientes tiene como principios una ética y estética para la sostenibilidad de la vida, de los cuidados, de los afectos que construyen redes y comunidad; ya que la habitabilidad de la tierra es un problema existencial en el que tenemos que tomar partido. La única manera en la que concebimos este afecto es desde una práctica horizontal, de igual a igual, ejerciendo un liderazgo compartido, evitando cualquier jerarquía o ejercicio de poder. Deviniendo así un equipo de mujeres que se autorregula y fortalece con sus propios lazos de sororidad y apoyo mutuo.
Haciendo uso de la antigua frase africana: «Yo soy porque nosotras somos», pensamos y nos sentimos más felices compartiendo lo que tenemos y somos. Reconocernos como personas importantes y dignas a nosotras mismas y a las otras, en nuestra propia valía. No solo somos un deseo y sueños compartidos; somos palabra, acción y coherencia en un mundo posible.
Recortes presupuestarios, cuestionar el testimonio de las mujeres víctimas, falta de formación sobre la perspectiva de género de los/as profesionales que atienden a mujeres en situación de violencia machista, androcentrismo de la justicia, falta de voluntad política y de recursos en el desarrollo de programas para la atención integral a mujeres víctimas de violencia machista, etc. Estas son las múltiples caras de una de las violencias más invisibles y dramáticas: cuando el Estado y sus agentes fallan en la atención y protección frente al maltrato machista, es decir, ¡¡VIOLENCIA INSTITUCIONAL!!
«El derecho de ciudadanía no es pleno para las personas migrantes en España, existe discriminación en el acceso a ciertos derechos. Por tanto, no somos ciudadanas de pleno derecho. No solo duele el hambre, sino también el abandono institucional», nos dice la presidenta de la asociación, Antonia Ávalos, y con esto tenemos que hacer algo.
A nosotras nos sostienen los fogones y nuestras hermanas, puesto que el Estado y la Administración nos han dado la espalda con sus absurdas promesas y políticas sociales que nunca llegan a nuestras vidas. En efecto, estos falsos discursos que proclaman el tan oído «que nadie se queda atrás» lo único que hacen es poner en entredicho derechos ya conquistados que tanto nos ha costado conseguir.
Esta es nuestra pequeña derrota, no sentirnos apoyadas por la Administración pública, la misma que transitamos con «organizarse es empezar a vencer», porque la rabia que desata esta desafección e indiferencia es la que nos infunde energía para reiventarnos la vida y arañar la superficie.
Como diría Pasolini «debemos aprender del valor de la derrota, construir una identidad capaz de imaginar una comunidad en la que se pueda fallar y recomenzar sin que el valor y la dignidad se vean afectados».
En resumen, Mujeres Supervivientes nos ha permitido formar parte de un proceso que genera transformación social, conciencia feminista, ternura, alegría, otras formas de praxis y, por tanto, otras formas de pensamiento, de habitar el mundo y de subjetividades sensibles frente a la naturaleza y el medio ambiente, reconocimiento de nuestra interdependencia con ella y nuestra fragilidad humana.
Sabemos que nunca dejaremos de luchar, de amar; de apostar a la justicia social, a una sociedad diversa, feminista, ecologista; que pueda ser habitada por mujeres y hombres libres, sin importar su origen, procedencia, clase social, religión o identidad sexual porque el cariño y nuestra convicción política y amorosa por nuestro colectivo es mucho más fuerte que el hartazgo que sentimos frente al Poder. Esta red que creamos y sostenemos día a día, sabemos que puede salvar la vida de una mujer y esto es una elección radical que asumimos de manera cabal y comprometida. Por todo ello, nos sabemos imbatibles y supervivientes.