El pasado febrero se celebraron unas jornadas sobre prostitución con enfoque proderechos en Extremadura, ya de por sí falta de alianzas, que se han saldado con más sensación de frustración e impotencia que de éxito. No podemos seguir invisibilizando o negando que se producen situaciones violentas que atraviesan cuerpos que ya están muy cansados.
Han sido meses tan cargados de dificultades que a estas alturas no sabemos ni por dónde comenzar a analizar lo que se nos viene cada vez que proponemos espacios de debate integrado por prostitutas o trabajadoras sexuales, pero vamos a intentar resumir qué está significando posicionarse al lado de las compañeras, para que ni quede en lo invisible, ni sigamos ignorando el tema.
Empecemos hablando de lo que incluso ya hemos asumido: el boicot y la violencia continua que están recibiendo las compañeras prostitutas y las que se posicionan a su lado por defender una postura política que las contemple como sujetas de derecho y no como objeto de normativas y planes profundamente machistas, paternalistas y victimizadores. El siguiente problema viene, desde hace tiempo, cuando esto deja de ser solo el funcionamiento sistemático del Estado para convertirse también en las herramientas que se utilizan desde colectivos que se proclaman feministas.
Acusaciones de proxenetismo, como las vertidas por @abolicionistasextremadura y otros perfiles, ataques directos a colectivos que apoyan los actos, violación de la intimidad de las compañeras prostitutas, como al CPS, y hasta peticiones a las instituciones de intervenir el espacio okupado autogestionado la Algarroba Negra en Badajoz. Y, la verdad, que estemos acostumbradas no quita que estar continuamente en alerta genere un agotamiento cada vez más crónico; hasta escribir esto trae flashbacks de Vietnam.
Seguro que compartimos rabia e indignación por tener que enfrentar estas violencias de instituciones o del feminismo hegemónico. Ahora viene la parte de la crítica pa dentro: necesitamos ya interpelar(nos) y dejar de obviar las situaciones que vivimos cerca y que se siguen perpetuando.
Las Jornadas Proderechos finalmente tuvieron lugar en el espacio autogestionado, no sin antes tener que lucharlo en asamblea. Además, y para ser transparentes, se compartió con las personas asistentes la incomodidad y el malestar que supuso que las jornadas fueran propuestas en principio sin contar con los colectivos que están trabajando desde hace tiempo en el territorio, como Derecho a la Escucha, o con personas cercanas que conocen de la temática, de los discursos y por tanto de los desequilibrios y riesgos.
Si los «espacios seguros» no dejan de albergar violencias, ¿por qué no podemos dejar de llamarlos ya espacios seguros?
Sin embargo, durante una asamblea previa a las Jornadas también se aprobó en el mismo CSOA la celebración de otras jornadas abolicionistas una semana después, promovidas por otros colectivos cercanos. Entendemos que hay personas y espacios que necesitan de debates internos propios para ir entendiendo un tema tan complejo (nosotras los hemos necesitado), pero esto no puede servir como excusa para sostener y defender públicamente posturas ambiguas que amparen violencias como seguir llamando «prostituidas» o «alienadas» a las compañeras con total impunidad. Seguir promoviendo la idea de que prostitución y trata son lo mismo fue lo que ocurrió en estas segundas jornadas, en las que no participó ninguna persona que ejerciera la prostitución. El seguir negando automáticamente espacios de escucha a activistas proderechos o incluso identidades políticas (el anarquismo/feminismo es abolicionista). ¿Son seguros aquellos espacios o colectivos que siguen reproduciendo estas violencias? ¿Quién, aparte de quien opta a ciertos privilegios, se puede sentir seguro en ellos? ¿Tenemos que aguantar también las acusaciones desde grupos «afines»?
Esto no es un ataque individual hacia un espacio o colectivo en concreto, por desgracia esto está ocurriendo de forma sistemática en pueblos y ciudades, también en lo interno de muchas asambleas cercanas, donde se ha normalizado sostener que partimos de una igualdad de condiciones a la hora de defender los #derechosparatodas y que por tanto caben todos los discursos, argumentos,
reacciones o resistencias. Esto surge de la necesidad de plantearnos preguntas que llevan ignorándose desde hace mucho tiempo. ¿Qué estamos haciendo para apoyar desde la acción? A las prostitutas las invitamos a bloques dentro de jornadas ya organizadas, pero no damos pie para una coorganización o autoorganización —lo que en las jornadas extremeñas derivó en un primer cartel nefasto— o les decimos que moderen el tono en algunos espacios porque hay que «hacer pedagogía».
Las estamos apartando de los espacios de construcción colectiva porque creemos que tenemos tantos temas que abarcar y a tantas identidades a las que «hacer hueco» (las racializadas, las migras, las trans, las lesbianas, las personas no binarias, etc.), todas en una lista que nos sabemos ya de carrerilla, que olvidamos que muchas compañeras están atravesadas por muchos ejes indivisibles y que no es cuestión de que nosotras les hagamos hueco a ellas (como siempre, volvemos a crear otredades), sino que las apoyemos y cedamos el espacio que ellas estimen necesario; poner nuestros cuerpos a disposición de su seguridad, para que nuestros colectivos sean verdaderamente incluyentes y no partan de una jerarquización o de una tokenización que establecemos en cuanto alguien cruza el primer umbral.
¿Para qué estamos creando jornadas si no están transformando nada de la cotidianidad de las compañeras?
¿Nos hemos planteado, aparte de estos apoyos teóricos, qué podríamos estar haciendo? Por ejemplo, ¿por qué se siguen abriendo más y más espacios en los que solo vemos los mismos perfiles pero que no sirven de refugio para las que siempre quedan en los márgenes? ¿Por qué no nos estamos replanteando para qué y quiénes seguimos okupando? ¿Por qué no dar techo a todas las compas que por ejercer trabajo sexual o por su situación administrativa no pueden acceder nunca a una vivienda digna, para que tengan espacios seguros y quitarles así esa carga y riesgo? ¿Les hemos preguntado siquiera si eso cubriría sus necesidades? Y como decimos okupar, podemos decir crear, investigar, facilitar, abrir cajas de resistencia, publicar, acompañar, etc., pero subrayamos la okupación porque es algo que ya denuncian feministas afrodescendientes para asegurar la vida de las migras y refugiadas.
Quizás ya es hora de dejar de repetir jornadas que se quedan en marcas en las agendas y que solo sirven para ratificar lo ya dicho —no vayamos a vaciarlas de significado—, de dejar de esquivar nuestra responsabilidad hacia todas las compas y dar el paso que nos llevan exigiendo desde hace mucho.