nº50 | construyendo posibles

La Marea y El Salto, #UnidasFrenteAlOdio

Los dos medios se han enfrentado a un ciberataque en mitad de una campaña de suscripciones en común para sumar lectores y lectoras.

El Salto y La Marea no son los únicos medios de comunicación que han sufrido un ciberataque recientemente. Pero justo esos días, El Salto y La Marea estaban unidos por una campaña conjunta: #UnidasFrenteAlOdio. Las dos redacciones trabajamos por separado, como hasta ahora, pero al dar este paso quisimos cubrir una demanda que muchas socias y lectores nos habían trasladado hacía tiempo. Desde la lógica de cooperar y no competir con las que desarrollamos este oficio desde hace años, planteamos la posibilidad de unificar el apoyo a dos proyectos con diferencias, por supuesto, pero con muchas cosas en común: entre ellas, el mensaje combativo contra la extrema derecha.

No es fácil crear una agenda propia en un contexto de profunda transformación —podríamos echar mano de esa palabra tan conocida en Andalucía como la «reconversión»—. Sin embargo, poco a poco, el trabajo que venimos haciendo cala cada vez más en ámbitos muy diversos. Tampoco fueron agradables aquellos momentos en los que ibas a publicar una información y no podías. O, lo que es lo mismo, ibas a trabajar y no te dejaban hacerlo. Ver cómo el medio en el que escribes no funciona porque alguien no quiere que funcione te genera impotencia, desasosiego y es, sobre todo, desmotivador.

Miremos por donde miremos, vivimos momentos desalentadores —por momentos, parece que estoy haciendo el discurso navideño del rey—. Bromas aparte, no nos engañemos. En los medios, el panorama es desolador, en el periodismo también. Y la situación entre quienes apostamos por un trabajo riguroso, sin dependencias de los poderes económicos, políticos y gubernamentales, es, como mínimo, incierta. Por eso campañas de suscripciones como la que hemos desarrollado en La Marea con El Salto son vitales. No solo para quienes trabajamos en esos medios, que, obviamente, comemos, pagamos alquiler, hipoteca, tenemos hijos/as, nos gusta ver pelis en plataformas de pago… sino para garantizar un periodismo honesto y de calidad a nuestras lectoras y lectores, a veces, incluso molesto para ellos mismos. Es importante no olvidar esta cuestión: en La Marea dedicamos todos nuestros esfuerzos a hacer un periodismo profesional. Comprometido, por supuesto, con los derechos humanos, con el feminismo, con los servicios públicos —con la ética, en resumen—, pero sin perder de vista la rigurosidad.

Nos hace más fuertes estar unidos, está claro. ¿Es posible un periodismo así? ¿Es posible trabajar como siempre habíamos soñado? ¿Como, en algún momento, pudimos llegar a trabajar? Es posible, pero siempre y cuando haya, también, lectores y lectoras comprometidas. Esa es nuestra principal fuente de financiación. Y sin ello, no vamos a ningún sitio que no sea precariedad, angustias y frustración. Grandes compañeros y compañeras periodistas están abandonando esta profesión porque, sencillamente, no se puede vivir del aire, ni de la vocación, ni del amor al arte, por mucho que nos guste, por mucho que amemos este oficio. Esta es la realidad. Y no verla no nos ayuda.

Les pongo un ejemplo. Hace unos años, en nuestra revista en papel, publicamos un especial sobre rutas de la memoria. El coste total de la primera ruta que emprendimos, al campo de concentración en Castuera (Badajoz), ascendió a 417 euros. La hicimos, sí. Pero hubiéramos necesitado más tiempo y dinero para, en primer lugar, pagar un precio justo a los trabajadores/as. Y, en segundo lugar, para realizarla de un modo más completo: nos dejamos por el camino otros lugares destacables de la memoria y viajamos sin un fotógrafo/a.

Nuestro objetivo era llegar a 50 rutas repartidas por toda la geografía española, que supondrían un coste mínimo de 20 000 euros. Para ello, creamos una suscripción específica de apoyo a Rutas de la Memoria de 60 euros, que incluía, además del boletín mensual, una suscripción semestral a la revista La Marea en papel y una joya artesanal conmemorativa de la República (pin o colgante), realizada en acero inoxidable con los principios: libertad, igualdad y fraternidad.

¿Qué pasó? No lo pudimos concluir. Publicamos algunas con mucho esfuerzo, en muchas ocasiones a costa de nuestros bolsillos personales, de jornadas excesivas.

No tenemos corresponsales, ni enviadas especiales ni podemos hacer coberturas a lo grande. En La Marea, si uno vive en Canarias, como le pasa a nuestro compañero Eduardo Robaina, cubre la crisis migratoria o los primeros días del volcán. Y si está en Lesbos documentándose para una historia justo cuando se incendia el campamento de Moria, como Patricia Simón el verano de 2020, puede enviar una crónica diaria desde Grecia. Luego puedes hacer un encaje de bolillos con un viaje pendiente a EE UU para poder cubrir las elecciones. O a Cuba. Pero eso, como saben, es cuestión de suerte, de estar un día en el sitio que hay que estar —o costeártelo por tu cuenta, como digo— y en el que no podríamos estar de manera natural, como requiere el periodismo, por la falta de recursos.

Y es importante estar, insisto, porque no siempre se cuentan las cosas que pasan o las cosas que interesan o las cosas que a otros no les interesa que se cuenten. En La Marea, al menos, lo intentamos. Nos pasa con las informaciones que hacen referencia al IBEX. «Casi nunca vemos en el titular la palabra Endesa», me dijeron algunos familiares afectados por la explosión de un transformador en un hotel de Tarifa en el verano de 2017 en la que murieron dos trabajadoras y varios compañeros y compañeras resultaron heridas.

En La Marea apostamos por contar su historia cuando se olvida el titular del día, cuando las administraciones no prestan tanta atención a las familias, cuando la actualidad deja de serlo por las prisas y se olvida. El caso sigue abierto en los tribunales. Fuimos, costeamos el viaje, invertimos el tiempo necesario sabiendo que dejábamos otras cosas de lado, como la información diaria, por ejemplo.

Y algo más: no podíamos permitirnos el lujo de contar solo esa historia. «¿Qué podemos hacer más en aquella zona?», preguntó la directora, Magda Bandera. Así que aprovechamos también aquella cobertura para narrar una de esas rutas de la memoria, la de la playa de Bolonia y las fortificaciones que 30 000 prisioneros construyeron en el Campo de Gibraltar entre 1939 y 1940. En aquella ocasión, al menos, las vistas hicieron más llevaderos el viaje y la sensación de impotencia que te dejan dos historias de desgarro separadas por el tiempo.

Un año después, tras los resultados de las elecciones municipales, cuando los diarios estaban llenos de declaraciones y entrevistas con los nuevos alcaldes y alcaldesas de las grandes ciudades —con razón, obviamente—, nosotros volvimos a Tarifa. Uno de los trabajadores que resultaron heridos en la explosión acababa de ser elegido concejal en el Ayuntamiento de esta localidad gaditana. Le hicimos la entrevista en la playa, con la Isla de las Palomas al fondo, separada del continente por un camino de piedra. «¿Has estado alguna vez ahí dentro?», le pregunté. Y el concejal de Tarifa, como los parroquianos del pueblo, respondieron: «Qué va, nunca».

Después, La Marea entró en la isla y contó cómo era aquel lugar paradisíaco y a la vez nauseabundo donde se ubicaba una de las vergüenzas de España: un CIE.

Y, visto así, hay una cosa buena de ser «pequeños» en este océano de medios de comunicación: estamos obligados a mirar donde otros no miran, no quieren o no los dejan mirar. Por eso es importante el apoyo de quienes nos leen. Por eso fue posible también PorTodas, una investigación periodística basada en el análisis de los 55 asesinatos por violencia machista cometidos en España en 2014, según los registros oficiales. Pensamos que cinco años después de que mataran a estas mujeres, reconstruir sus historias nos permitiría averiguar si hubo factores que favorecieron o posibilitaron los homicidios, y qué medidas y cambios se han adoptado posteriormente para evitar que se pudiesen repetir. Y en ello estamos, gracias a las casi 3 000 personas que microfinanciaron el proyecto a través de un crowdfunding. Sí, un crowdfunding para hacer periodismo.

Recientemente, nos acaban de dar un premio por uno de esos reportajes, el de Antonia, una mujer asesinada en Cúllar Baza (Granada) por su marido. ¿Qué pasó después?, ¿qué pasó con la familia?, ¿y con el asesino?

Eso es lo que explica con detalle este trabajo, que ha permitido, siete años después, detectar cómo afecta la violencia a mujeres mayores, cómo el sistema judicial, en ocasiones, alarga el dolor de las familias y cómo determinados atenuantes, como la reparación del daño, resultan complicados de explicar y entender en casos en los que se arrebata una vida.

El día que recibimos el premio no se podía leer ni este ni ningún otro artículo de La Marea ni El Salto porque estábamos en mitad del ciberataque. No sabemos cómo hubiéramos afrontado esta amenaza en solitario, aunque sí sabemos con total seguridad que juntas nos ha ido muchísimo mejor.

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