Coincidimos las cuatro en una actividad en Tramallol sobre soberanía alimentaria. Os dejamos las reflexiones que salieron ese día y otras que hemos ido hilando en el proceso colectivo de armar este texto, porque, ¿qué sentido tiene un producto eco si ha recorrido 10 000 kilómetros hasta llegar aquí? ¿Qué estamos pagando con el dinero que cuesta un producto local y ecológico? ¿Preferimos eco del Aldi o local de tienda convencional? ¿Cuál sería el orden de tus prioridades? ¿Cómo hablamos de ecológico en contextos de pobreza estructural? El debate no es la ecología, como mera técnica de cultivo, sino la agroecología, la cual supone un posicionamiento político: el cuidado a las personas, al medio y situar el debate en los contextos socioeconómicos.
Cuando hablamos de alimentarnos eco, no nos referimos en exclusividad al hecho de comprar productos ecológicos o con sello eco. Implica mucho más: toda una serie de hábitos de cuidados que conlleva alimentarse de forma más sostenible, darle un lugar principal a nuestra alimentación en nuestro día a día, concebir que comer también es político.
Hacer la compra, planificar tu menú, cocinar tus productos frescos, recoger tu cesta de verduras, hacer tu pedido de carne, etc., favorece y fortalece un sistema de producción y distribución local y sostenible, unas condiciones dignas de trabajo, una relación con el entorno respetuosa, saludable, cercana y un paso más hacia un sistema agroalimentario territorializado; el tránsito hacia otras formas de producción alternativas al sistema actual globalizado causante de muchas de las actuales problemáticas socioambientales. Detrás de cada producto hay toda una red de personas preocupadas y que trabajan por otras formas de consumo y producción que pasan por adaptarnos a las temporadas, variedades y recursos locales, reconociendo que somos seres ecodependientes con nuestro entorno y entendiendo que nuestra salud individual depende de la del medioambiente. Además, tender hacia alimentos de cercanía de producciones pequeñas y biodiversas es también ecológico: aunque no tenga sello, te lo certifica tu sentido común.
Una dieta con una base de verduras, cereales, legumbres y frutas, menos basada en la proteína animal, es una dieta que necesita menos consumo de energía fósil para su producción y que también ha generado menos CO2, además de contribuir a diversificar nuestros territorios.
Si comparamos un producto concreto, seguro que hay una diferencia sustancial entre lo eco y lo convencional en el precio, y también somos conscientes de que hay dentro de lo eco toda una línea de productos elitistas y poco sostenibles que hacen que veamos todo lo eco caro. Pero hemos de poner en duda al final cuánto nos gastamos en comer, en alimentarnos y en mantener nuestra salud. En la alimentación básica que vemos en la mayoría de las familias hay muchas cosas que se compran (productos alimenticios y procesados) que no aportan nutrientes y que, por el contrario, incrementan nuestras posibilidades de enfermar, y eso, individual y colectivamente, sale caro, aunque poco se habla de ello.
Las cadenas de alimentación convencional invierten mucho dinero en estrategias de mercadotecnia para que consumamos otros muchos que podrían y deberían ser eliminados de nuestra dieta (en la línea de las necesidades y satisfactores que planteara Max Neef), por eso, insistimos, una dieta equilibrada basada en alimentos frescos y muy pocos elaborados es perfectamente asumible con precios eco. Pero esto conlleva un cambio en nuestras cocinas recuperando recetas y dedicando más tiempo a nuestra alimentación, planificando nuestras compras para que no nos cuelen lo que no necesitamos y estando muy pendientes en casa de que este trabajo no recaiga solo en las mujeres, que no queremos la mochila de lo eco en nuestra espalda.
El sello eco de las grandes marcas y superficies no son agroecología, no tienen en cuenta criterios de sostenibilidad económica para lxs productorxs ni de los territorios, ni la cercanía o las relaciones laborales, criterios de justicia social y ecológica. Siguen poniendo como único criterio para apostar por ello la rentabilidad económica sobre el cuidado de las personas.
¿Conocemos los recursos que hay disponibles? Cestas de verduras, compra directa a productores, huertos comunitarios para el autoconsumo, mercados locales, etc. Estos espacios también lo son de ocio y relacionales, no solo de consumo. Redes de apoyo y cuidados compartidos (te recojo la cesta si tú no puedes; hoy cocino yo y mañana tú y nos intercambiamos un táper; te ofrezco mi local para que puedas repartir tus cestas; si un mes no puedes pagar, lo hablamos…). Conocemos gente nueva, visitamos sitios, aprendemos oficios, compartimos decidiendo sobre nuestra alimentación, aprendemos recetas, construimos nuevos espacios en nuestras ciudades y pueblos, mayor soberanía sobre nuestras vidas, vidas más felices, y eso también es salud.
A la hora de ponernos manos a la obra, es esencial poner en el centro del aprendizaje en las escuelas la alimentación. Desde que somos niñxs, aprender qué es comer sano y el placer que ello conlleva; de dónde vienen los alimentos; qué es una semilla, cuál es el proceso hasta que se convierte en fruto; quién cultiva la tierra; cocinar y hacer recetas; conectar la ciudad y el campo; y conocer a las personas que hacen agroecología, sus necesidades, sus deseos, y poner en valor la responsabilidad de su trabajo y dignificarlo.
La responsabilidad, a todas luces, no es solo de las personas consumidoras que elegimos qué comprar: ¿quién asume las responsabilidades cuando se venden en los supermercados productos alimentarios y ultraprocesados? Las familias que viven en pobreza, que viven con ingresos tan reducidos que no pueden acceder a sus necesidades básicas, familias precarizadas, en situaciones de pobreza energética que se ven obligadas a destinar lo poco que tienen a pagar la factura de la luz, ¿pueden acceder a comer productos frescos diarios de calidad? El problema no es que esa familia coma ultraporcesados porque es lo único que puede pagar, sino todos los factores de carácter estructural que afectan al derecho de todas las personas a una alimentación sana.