Este artículo se escribió con anterioridad al 6 de julio, día en que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco tumbó el ERE con el que la empresa despedía a 129 trabajadores, obligándola a readmitirlxs. ¡Enhorabuena, la lucha sigue!
Desde luego, no suele ser el sueño de ningún niño o niña trabajar en una acería, entre chispas y metales al rojo. Pero hay algo de idealista y romántico en seguir los pasos de nuestros padres y madres formando parte del sector metalúrgico que ha forjado a fuego el paisaje, el carácter y la vida de todo Euskal Herria. Como en el caso de Tubacex que, desde su fundación en 1963, ha sido uno de los principales motores del valle de Ayala. Lo que comenzó como una pequeña fundición satélite del gigante Aceros de Llodio se convirtió, con los años y el esfuerzo de generaciones de trabajadorxs, en una multinacional que opera en más de una veintena de países.
Históricamente, la siderurgia ha conocido profundas crisis y reconversiones, todas coyunturales y pasajeras, pero que han laminado de forma irreversible las condiciones de trabajo en las factorías. Desde hace décadas hemos asistido a sucesivas deslocalizaciones, a la creciente precariedad y a la altísima siniestralidad en un trabajo declarado tóxico y peligroso, todo para alimentar largas etapas de gran rentabilidad y dividendos millonarios. La patronal ha potenciado esos males con su voracidad insaciable, sin olvidar la connivencia de ciertos agentes políticos que han visto los consejos de administración de estas empresas como agencias de colocación.
El actual conflicto de Tubacex no es más que un nuevo síntoma de la enfermedad incurable que asola la sociedad capitalista: la codicia sin límites. Los malos resultados del pasado ejercicio, consecuencia de la profunda crisis global en la que nos sumió la pandemia, han servido de excusa perfecta para intentar acometer otra reconversión encubierta, destruyendo los puestos de trabajo y el futuro de ciento veintinueve familias para proceder, acto seguido, a su subcontratación. Se trata no de asegurar, como vende la dirección, el porvenir del grupo empresarial, sino de abaratar los costes laborales y disparar sus beneficios a costa de la plantilla, acostumbrada a pagar la cuenta de banquetes ajenos.
Sin embargo esta vez, todxs a una, convencidxs de la justicia de nuestras reivindicaciones, los trabajadores y trabajadoras dijimos «¡BASTA!» el jueves 11 de febrero, convocando la huelga indefinida. Contra su ambición desmedida, con las manos desnudas nos enfrentamos a ellos mediante nuestras mejores armas: la movilización sindical y la acción directa. El 21 de junio se cumplirán ciento treinta días de lucha, fecha en la que se celebrará el juicio por el expediente de regulación de empleo en el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Un juicio en el que lo que está en juego no es solo la pérdida de ciento veintinueve empleos, sino el gradual desmantelamiento de todo el tejido productivo y la consecuente sentencia de muerte a nuestra industria, nuestro valle y nuestro entorno. Ciento treinta días dan para infinidad de historias. Detenciones, autobuses de esquiroles, abusos policiales, barricadas, multas, amenazas, comunicados capciosos de la dirección, indiferencia de políticxs y periodistas… Pero ante todo han dado para más de dieciocho semanas de participación, de camaradería, de fuerza obrera. Más de cuatro meses de amor propio, en los que para sobrevivir entre todxs hemos aprendido a aportar lo mejor de cada unx. Incluso a sabiendas de que nuestra principal debilidad es la económica, han surgido decenas de iniciativas para crear un fondo solidario, una caja de resistencia a la que aquellos compañeros y compañeras en peor situación pueden recurrir para poder seguir en la brecha, sin rendirse.
Mientras escribimos estas líneas permanecemos todavía en la batalla, sumidxs en la misma incertidumbre con la que comenzamos, pero también con la misma fe en nosotrxs mismxs, con la misma unidad y con el mismo orgullo de defender nuestra dignidad, el pan de nuestras familias, el mañana de nuestrxs hijxs. A ellxs podremos contar que lucharemos a brazo partido y hasta el último aliento para lograr la victoria. Porque no somos héroes, pero somos currelas. Porque no somos un pueblo de bueyes, sino vascxs de piedra blindada. Jo ta ke, irabazi arte!