En el primer envite migratorio desde el inicio de la pandemia ha ganado el caos a pesar de los esfuerzos. El Gobierno de España ha llegado tarde, mal y con un enfoque distorsionado a la situación migratoria de Canarias por la lejanía y la ausencia de una respuesta integral y temprana a un fenómeno que implica coordinación, disposición, músculo administrativo, capacidad diplomática, pedagogía y prevención de la xenofobia, y humanidad. Y han fallado, al menos, estas seis columnas capitales.
El repunte migratorio que venía viviendo Canarias se inició en septiembre de 2019 y la red de acogida humanitaria se está levantando un año y cuatro meses después. Mientras tanto, se vivió de angustias y noches sin dormir por no tener capacidad de acogida, del uso de espacios públicos durante el confinamiento y de la utilización de hoteles como espacios de acogida humanitaria de emergencia.
La descoordinación entre administraciones hasta el mes de noviembre fue preocupante, especialmente entre los diferentes ministerios del Gobierno de España que están implicados en la gestión (Interior y Migraciones, con Defensa como invitado especial). Es inexplicable la tardanza en habilitar un Centro de Atención Temporal a Extranjeros que desahogara Arguineguín, tanto como el retraso en la cesión de espacios militares en desuso para gestionar la acogida humanitaria ante la ausencia de recursos disponibles. Todo esto ha ido desembocando en una suerte de decisiones arriesgadas en las que cada error u ocultación ha sido un tiro en el pie para los gestores y unos metros más en el trampolín del racismo para las personas migrantes, completamente expuestas. Y ha tenido como consecuencia revestir la realidad migratoria de una situación de crisis que conceptualiza el fenómeno como un problema y no como una situación estructural a gestionar.
El muelle de Arguineguín fue el cénit de la exposición de algo evidentemente evitable. Se llenan la boca algunos representantes públicos para acusar de racista a la población civil que ha vociferado contra las migraciones cuando el mayor grito racista ha sido el muelle de Arguineguín y la violación de derechos sistematizada que se produjo en aquella explanada durante semanas. Centenares de personas vieron sus derechos violentados en aquel espacio, sin que se preservara siquiera la salud en tiempos de pandemia. Carencia de higiene, de asistencia letrada, poca comida, sin servicios adecuados y durmiendo en el suelo, muchas de ellas a la intemperie. Una innecesaria crueldad que se podía haber evitado y no se hizo. Esa pesadilla no quita que las protestas contra personas vulnerables con evidentes tintes racistas sean intolerables.
La situación migratoria en Canarias y las decisiones del Gobierno de España se han solapado con una grave crisis del principal motor de la economía de las Islas: el turismo. En 2019 el 35% del PIB local dependía de forma directa de este sector al que le ha estallado las restricciones de movilidad impuestas a consecuencia de la pandemia. En la última década, a pesar de récords encadenados de llegadas de turistas, hasta los 16 millones de personas anuales, la población de las Islas ha soportado tasas de riesgo de pobreza y exclusión social muy por encima de la media estatal. Alrededor del 35% de la población en riesgo de pobreza y exclusión social, según el último informe Arope presentado por EAPN; más del 27% de la población en edad de trabajar está en paro, casi 270 mil personas; además, a finales de octubre había, además, casi 85 mil personas con un ERTE.
Esta situación de dependencia económica de un sector que ha quedado destruido por las restricciones derivadas de la pandemia, la cronificación de una pobreza que se ha convertido en estructural, el potente incremento de las personas desempleadas y la incertidumbre de aquellas que tienen un ERTE hacen que las políticas migratorias deban de tener en cuenta el contexto social. Se ha producido un tremendo desajuste en el contexto con la crisis turística, la pandemia y el fenómeno migratorio. Las decisiones puestas en marcha no poseen un carácter integral, que hayan comprendido este desajuste y sus consecuencias.
Este caldo de cultivo se ha visto convenientemente regado por la ola aventada por círculos próximos a la extrema derecha que tiene la intención de pescar en el caladero del miedo utilizando mentiras difundidas de forma organizada en momentos determinados: desde anunciar que las migraciones forman parte de una invasión, que son personas con complexión y en edad militar, o incluso sostener que la crisis turística es derivada del repunte migratorio. Se trata de una práctica deshonesta, una trampa antidemocrática y un señalamiento y hostigamiento de la población vulnerable que inflama la reacción de rechazo.
De lo acontecido hasta ahora se espera que se depuren responsabilidades, pero también que sirva como guía de aprendizaje para no volver a errar en las mismas curvas. La comprensión del desajuste del contexto invita a pensar que conceptualizar a las Islas Canarias como un lugar de retención, identificación y expulsión es un error histórico. Se debería profundizar en el refuerzo de los servicios sociales comunitarios de los municipios de acogida de los nuevos campamentos y también trabajar de forma más coordinada entre administraciones. Convendría no homogeneizar al colectivo migratorio en un momento especialmente complejo, con una pandemia que galopa los meses y hace añicos previsiones y formas de vida.
El cambio climático que asoma no puede ser olvidado, nos lo ha dicho esta ruta migratoria en forma de jóvenes que han visto el cambio drástico del clima y su radicalización ya sea en forma de lluvias torrenciales o de sequías prolongadas. La falta de expectativas de vida, la crisis de los sistemas educativos de los países de origen, las situaciones de persecución y la amarga desigualdad que separa a dos mundos vecinos hacen que la ruta migratoria siga siendo una oportunidad de cambio 26 años después de la llegada de la primera patera. Los miles de personas que han muerto o desaparecido durante estos años no han sido obstáculo para que se siga utilizando. Es una ruta a cara o cruz.
Las costuras de la acogida en Canarias han saltado por los aires y el archipiélago ha lanzado un SOS. La respuesta es comedida: SOS escuchado, pero no comprendido. 2020 fue el año en el que entendimos que vamos a ser una cárcel a cielo abierto contra nuestra voluntad.