nº43 | entrevista

Escribir con saliva maga

Entrevista a Andrea Abreu, escritora

Nos sorprendimos al vernos las bocas. En esta era donde lo cívico supera la ficción, desnudarse y descubrir otras bocas sentadas en la terraza de un bar es todo un acontecimiento. Charlamos con Andrea Abreu mientras bebíamos agua con gas (con hielo y limón) para sofocar el calor de principios del otoño en la Alameda. No logramos determinar si éramos demasiado chicas o demasiado viejas para pedirnos una cerveza.

¿Cómo va la gira?

Jajaja. Hay dos cosas que me están ocurriendo: estoy realmente contenta con lo que estoy viviendo y sobrepasada por las circunstancias. Como nunca me había visto en esta realidad: nunca había hecho una gira, nunca me habían entrevistado tantos medios, nunca había estado tan expuesta, pues siento que de alguna manera no tengo las herramientas adecuadas para enfrentarme, y es como si viviese una realidad continuamente desde fuera; me veo a mí actuar.

Sé que es una analogía un poco bestia, pero he vivido bastantes muertes en mi vida y, para sobrevivir al impacto de la muerte, una tiene también la sensación de vivirlo desde fuera; luego ya, cuando pasa el tiempo, eres consciente de que esa persona que querías se murió y te da to el bajón, pues lo mismo, pero en positivo.

¿Cómo surge editar con Barret, editorial pequeñita de la periferia como tu escritura?

Barret tiene un proyecto editorial, que se llama «Editora (o editor) por un libro», en el que eligen un escritor o escritora que les gusta —anteriormente habían sido Patricio Pron y Sara Mesa— y, en esta ocasión, eligieron a Sabina Urraca. Mi novio me había regalado un curso con ella para que yo continuase escribiendo una novela que había empezado cuando me mudé a Madrid, Mejores amigas. En el curso leía los fragmentos de esa novela de la que no estaba nada orgullosa, no conectaba con la historia. El último día de clase Sabina me dijo que Barret le había propuesto ser editora y quería sacar mi novela.

Me flipé toda. Tenía claro que no me iba a dedicar al periodismo, que no iba a tener éxito en la literatura y estaba asumiendo que tenía que dedicarme a intentar sentirme bien; sacar dinero para pagar el alquiler y seguir adelante. Tenía 6 o 7 meses para entregar la novela y dio la casualidad de que durante el taller empecé un libro de relatos que se llamaba Panza de burro, donde narraba historias de personajes que vivían en áreas rurales de Canarias y que eran muy solitarios y extraños. La forma en la que yo escribía esos relatos imitaba el habla de los barrios rurales y más en concreto mi barrio natal, Los piquetes en Icod de los Vinos, en Tenerife.

Como la forma en que me sentía cómoda en ese momento para escribir era esa, pensé en fusionarla con la idea de novela que tenía en Mejores amigas. A partir de ahí replanteé por completo la novela y me puse a escribir a piñón durante unos seis meses, todos los días de mi vida, y la saqué adelante.

Creo que otra editorial no me hubiera comprado la historia porque no había ningún precedente de una novela que narrase la realidad rural de los barrios de Canarias desde el habla, utilizando elementos
referenciales kinkis. Para mí, Panza de burro es una burrada que se me ocurrió de repente y Sabina me dejó que me pasase. Después, si había que pulir o limpiar, se hacía; y además Barret nunca me dijo «esto no».

Parece que las lectoras estaban esperando un libro así.

Yo también estoy realmente sorprendida por la forma en la que la gente lo está recibiendo y tengo esa sensación. Por lo general las historias que se narran en España parecen que son de ninguna parte: se huye de la riqueza cultural y referencial de localizaciones concretas. Tratamos de parecernos a cosas mucho más anglosajonas y todo se transforma en un subtítulo de Netflix que no se sabe determinar de dónde viene. A mí me ayudó leer mucha literatura latinoamericana actual que utiliza el habla y los contextos muy locales, muy micro (Fernando Melchor con Temporada de huracanes o Papi de Rita Indiana). Tenía que acudir a latinoamérica para encontrar historias que me hacían sentir bien. Para mucha gente las referencias que utilizo de mi infancia, de los 2000, son insuficientes, no son valiosas como para aparecer un libro, y me he dado cuenta a raíz de una conversación con el poeta venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, de que parece que la fotografía que yo saqué en Panza de burro no estaba en el álbum de la literatura, y puede ser que mucha gente sienta que necesitaba esa fotografía.

Cuando en literatura se utiliza una voz infantil no parece real, y eso no pasa en tu libro.

Una cosa muy complicada en la literatura es escribir desde la voz de una niña o un niño. Puede quedar tan poco creíble que se utilizan fórmulas como la de Elisa Victoria en Vozdevieja o en mi libro: una perspectiva adulta atravesada por un lenguaje infantil. La gente me pregunta si voy a seguir escribiendo así, pero es imposible porque el lenguaje de Panza de burro nace y muere en Panza de burro. Es una herramienta que uso para narrar esa historia, un momento muy concreto de la preadolescencia, y está cruzada por las jergas y referencias de aquel momento.

Como andaluzas sabemos el esfuerzo que supone y el peso que tiene que en algunos contextos aparezcan textos escritos en lenguas periféricas.

En la novela hay una especie de periferia dentro de la periferia. Siempre digo que en Canarias hay islas dentro de las islas, y esas son los barrios rurales. Yo no estoy narrando una periferia dentro de España y dentro de Europa, una realidad colonial al fin y al cabo, si no que estoy hablando también de una realidad que está en la periferia de Canarias. Una cosa que he entendido con el tiempo es que hay mucha desigualdad y mucho clasismo entre las áreas metropolitanas y las rurales en Canarias. De hecho hay un término que se utiliza para designar a la gente del norte de Canarias que es mago, pero no mago de magia, sino de persona bruta e inculta. Entonces Panza de burro es la historia de unas niñas magas, una reivindicación de la identidad maga y una autoaceptación, porque a mí me ha costado muchísimo tiempo, supongo que a ustedes les ha ocurrido parecido, entender que mi forma de hablar es completamente válida y que puedo utilizarla en contextos oficiales. Toda la vida se nos ha enseñado a avergonzarnos de nuestra forma de hablar, nos han obligado a modular y rebajar el acento cuando en realidad no puedes huir de ello.

¿Cómo ha sido volcar lo verbal en el papel?

Cuando fui a escribir la novela y tenía claro que quería trasladar la oralidad, primero acudí al diccionario del español canario y me quise ceñir a las reglas, porque creo que es importante que haya un registro para que haya legitimidad hacia el exterior y se entienda que hay una forma propia de hablar, pero me di cuenta de que buena parte de las palabras que yo utilizo no estaban registradas o estaban registradas de otra forma. En el canario al vencejo se le llama andoriño, pero en mi barrio se le dice aldoriño; y ahora, ¿qué hago? Me sentiría muy forzada escribiéndolo así. Como soy consciente de que esto es un registro, decidí que no solo iba a llevar el lenguaje al límite con el léxico, sino también con la forma, porque me di cuenta de que para contar mi historia la lengua canaria se dejaba fuera toda la realidad que yo viví y mi forma de hablar. Así que decidí registrar yo misma a través de mi texto palabras que no se han registrado.

¿Cómo se ha recibido en tu entorno?

Hay dos reacciones muy claras: gente a la que le ha encantado porque se ha visto representada, sobretodo la gente de mi barrio porque por primera vez aparecen en un mapa cultural, y por otro lado los mayores palos que me he llevado ha sido de gente de Canarias. Yo pensaba que iba a ser desde la península desde donde iba a recibir más leña, y creo que es porque en los medios se ha presentado mi escritura como la nueva escritura canaria millennial, y les parece que estoy obviando toda la tradición del uso del habla en la literatura canaria. Yo soy consciente de que formo parte de una tradición del uso de la oralidad en la literatura: sin haber leído a Víctor Ramírez no hubiese podido escribir mi libro. Somos parte de una cadena de tradición.

A través de la historia de amistad de dos niñas tratas muchísimos temas: el turismo, la homofobia, la pobreza, etc.

Es una elección política al elegir dónde pones la mirada. Hay una parte de elección consciente de temas que yo siempre había tenido enquistados y hay otra parte de naturalidad, ya que buena parte de experiencias yo misma las viví: el control de la alimentación, de la sexualidad, la transfobia, el descubrimiento de la internet sin ningún tipo de tutela. También un elemento que no se suele mencionar, y que para mí es primordial, es el abuso de poder de los niños para con las niñas en la infancia.

En la novela hay mucha presencia de cuidados de las mujeres: ¿esto forma parte de ti?

La abuela, que es muy importante en la novela, representa los valores tradicionales. En el caso de la abuela de Isora ese control de la alimentación, ese sentimiento de culpa judeocristiano que intenta trasladar a la niña… Creo que las figuras de las abuelas para mí han sido primordiales porque me han hecho entender que se puede ser mujer de otra forma. Las mujeres de mi infancia son como mi madre: mujeres fuertes que cuidan de la tierra, que van a trabajar. No son mujeres que se quedan encerradas en la casa sirviendo a un hombre, aunque también tienen esa parte, pero no esperan a nadie para hacer las cosas que tienen que hacer. Ese modelo de mujer me marcó profundamente. En la infancia me sentí muy acompañada por las mujeres de mi entorno. Igual que me transmitieron valores de los que me intento desprender, también me transmitieron una forma de ser mujer muy fuerte, muy válida y eso ha influido en que yo escriba. Mi madre me ha enseñado a no tener miedo.

¿Desde cuándo escribes?

Por lo general está este cliché de que «un gran escritor tiene que haber leído mucho para empezar a escribir», pues en realidad yo de pequeña como era una echaíta palante que flipas, empecé a escribir porque me dio la gana y yo creía que yo era poeta. El primer evento literario importante es que cuando tenía 10 años gané un premio de poesía escolar. A partir de ahí me pasé unos años escribiendo y presentándome a los premios. Luego, en el instituto parecía que no estaba de moda escribir relatos, era como vergonzoso, y me alejé por completo de ese mundo sentimental. Como desde pequeña había bailado me centré en el baile, pero de repente ganó las elecciones Rajoy; empezamos a manifestarnos y comencé a interesarme en la ecología, el feminismo, etc., y ahí empecé a leer textos políticos, sobre todo relacionados con el pensamiento anarquista y di el salto a la literatura. Entonces me obsesioné por completo con que tenía que saldar una deuda con la cultura y me lo quería leer todo. Sentía que tenía muchos huecos culturales que no iba a poder tapar. Poco a poco perdí la vergüenza y entendí que todo el mundo es válido.

El Topo es un periódico libertario, hablemos de anarquismo: ¿cómo te relacionas con él?

Es complicado porque ahora mismo participo de muchos contextos que tienen que ver con iniciativas gubernamentales o estatales, y creo que estoy entrando en confrontación con mis valores de mi yo de 19 años. Por un lado están mis ideas políticas y por otro mi necesidad de comer y tener dinero. Estoy en una confrontación porque quiero seguir teniendo estos valores, pero me encuentro con la realidad de la vida y es muy difícil combinarlo. Pero aun así, siempre que tengo dudas sobre lo que debo hacer dialogo con la Andrea de los 19 e intento seguir lo que ella haría. Porque en esa época que sufrí incluso depresión porque no me gustaba cómo el mundo estaba planteado, senté las bases de mi pensamiento y de las cosas que no quería en mi vida; eso es lo que me guía.

¿Eres más Isora o la narradora?

En Panza de burro construí dos personajes, no son dos personas, y yo tengo un poquito de cada una. Igual que pasa con los personajes de las novelas de Elena Ferrante, que te sientes identificada un rato con una amiga y otro con otra, pues lo mismo con mi novela. Lo que a veces me planteo es cómo contaría Isora su historia. Probablemente también sentiría envidia de la otra niña y querría ser como ella. Creo que todas hemos sido las dos amigas, la que sigue y la que es seguida.

¿Estás escribiendo alg0 nuev0?

Voy a ser sincera: tengo ganas de encerrarme en una cueva de cabreros y no salir. Nunca había tenido la sensación de que alguien esperara que hiciese algo, siempre lo había hecho todo por propia iniciativa y encontraba en la escritura un espacio de libertad. Ahora, sin embargo, siento que soy escritora y esa es mi labor. Esa presión me bloquea un poco, pero creo que necesito distanciarme un rato de mi exposición en redes y reconectar con mis ideas y con mis lecturas y ahí empezaré a escribir. Tengo dos ideas: una es como una biografía ficcionada de mi abuelo materno y, por otro lado, un libro de relatos también ambientado en Canarias, que recoge la idea inicial que tenía de Panza de burro de hacer un libro de relatos. Pero a lo mejor dentro de un mes dejo la escritura y me meto en Bachata Lovers… Tengo la sensación de que quiero vivir y ya está.

Pregunta para las escritoras revolucionarias: ¿qué es lo que más te toca el coño?

En este momento lo que más me toca el coño es que se me acerquen señores mayores del mundo de la literatura y me digan «para la edad que tienes escribes muy bien».

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