En la mañana en que comienzo a escribir este artículo, el titular de un periódico me informa de que existen en España cerca de dos mil municipios con más personas jubiladas que trabajando. Las noticias sobre un futuro demográfico en el que la longevidad se considera una amenaza y no un generador de oportunidades son una constante en nuestros medios informativos. Y sin embargo puede haber también muchas oportunidades y, para aprovecharlas, es necesario tener en cuenta que, quienes ahora envejecen, tienen otras necesidades, han vivido de manera muy diferente a la de sus abuelxs y desean mantener ese estilo de vida también en su vejez. Quienes comenzaron su vida activa a partir de la democracia, están llegando ahora a la edad de jubilación y lo hacen con una nueva actitud que demanda cambios en la organización de su atención para que las soluciones tradicionales se adapten a una realidad social muy distinta. Algunos ensayos hablan ya de una nueva economía, la plateada, y de una serie de innovaciones que pueden generar desarrollo social.
Porque resulta indudable que la edad nos discrimina y un dato muy común que lo prueba es que a quienes somos mayores se nos infantiliza, se nos habla frecuentemente en un tono indulgente y conmiserativo, aunque desde luego tampoco la infancia debería ser destinataria de ese lenguaje simplificado. Además se nos denomina «clases pasivas», un ejemplo más que evidencia los perjuicios de una sociedad que, una vez finalizada nuestra vida laboral, nos aparca, considerándonos incapaces de generar riqueza, aportar conocimientos o de cuidar de nosotrxs mismxs.
Son estereotipos que la omnipresente publicidad refuerza y cuyas consecuencias constatan diversos trabajos de investigación realizados recientemente por universidades europeas y americanas. Unos estudios que han podido comprobar que el interiorizar conceptos negativos sobre el envejecimiento influye de manera determinante en cómo se vive esa etapa de la vida, lo que permite concluir que quienes tienen una visión positiva sobre su propia vejez tendrán una mayor y mejor esperanza de vida.
Pero además de los factores psicológicos, también nos determinan los factores sociales y está igualmente demostrado que la cohesión social favorece nuestra salud y la soledad la empeora; quienes viven aislados se medican más y tienen más riesgo cardiovascular. Son solo algunas de las razones que deben empujarnos a buscar soluciones que nos faciliten vivir de una manera activa esa nueva etapa, manteniendo nuestro protagonismo y fomentando esa cohesión social imprescindible a través de la colaboración y el compromiso.
Por todas estas razones, un grupo de personas cuyo nexo común es que queremos envejecer entre amigxs, en un ambiente en el que sea posible mantener nuestro estilo de vida y evitando ser una carga para nuestros hijxs o terminar en una residencia en la que perdiéramos el protagonismo sobre nuestras vidas, creamos en 2018 la asociación Abante Jubilar Sevilla, cuya finalidad es poner en marcha un modelo residencial en el que sea posible cumplir nuestros objetivos vitales. Sabíamos lo que no queríamos y juntxs empezamos a definir un proyecto común que deseábamos autogestionado y basado en la convivencia, la ayuda mutua y la responsabilidad. Y el modelo que encontramos acorde con nuestras intenciones fue el conocido internacionalmente como cohousing o viviendas colaborativas, que cuenta ya con una larga tradición porque, aunque comienzan ahora a construirse en España, se generalizaron en numerosos países europeos y americanos a partir de los años 60, lo que permite tener ya datos muy concretos, y en este caso favorables, sobre sus resultados.
Como todo lo que innova, son muchos los obstáculos a superar para convertirlas en una realidad en España, porque en nuestra sociedad actual la mentalidad que prima es el individualismo y en este proyecto —como su mismo nombre indica— es primordial la colaboración. Ya en los años 70, y porque ese individualismo se generalizaba, Aute cantaba —y con ello nos recordaba— que el otro es uno mismo. En este 2019 esa deriva se ha agudizado y lo más habitual es que vivamos rodeados de personas a quienes no vemos y que no nos ven, de vecinos que no saludan, de una soledad cada vez más frecuente.
De entre sus características destacaremos que, en las viviendas colaborativas, sus futurxs usuarixs son también sus promotorxs. Es un llamado grupo motor quien define primero, tanto su estilo de vida como el rango económico de la inversión necesaria y la ubicación de las mismas. Después, una vez decidida esta, es el momento de buscar los socios necesarios para formalizar una cooperativa que será la propietaria de unas viviendas que se disfrutarán en régimen de cesión de uso y cuyo diseño se llevará a cabo por los cooperativistas, con la ayuda técnica necesaria. El diseño debe combinar la privacidad de los domicilios particulares con unos espacios comunes que faciliten el encuentro y la vida social y en los que se organicen aquellas actividades que la comunidad decida. Finalmente, la gestión estará en manos de unas personas residentes que deberán ejercerla de manera democrática e igualitaria, primando el consenso, y que además mantienen su independencia vital y económica, contribuyendo en lo que se consideren gastos comunes.
Por último, resulta destacable el que, en su ya larga trayectoria, se haya podido constatar que, las personas que en ellas residen, disfrutan de un mayor bienestar personal, se consideran más felices, enferman menos y se medican menos, cuestiones todas que suponen un importante ahorro para el gasto público. Son razones que deberían ser suficientes para que los poderes políticos se comprometieran en su fomento, bien actuando como facilitadores, bien llevando a cabo las reformas legislativas necesarias para que la normativa urbanística las considere equipamiento social. De esta forma se reducirían las numerosas trabas que ahora encuentran quienes, como es nuestro caso, pretenden habitar un modelo que resulta ser además muy beneficioso para los municipios en los que se ubica, especialmente si son de pequeño tamaño. En este 2019 hay ya datos esperanzadores, tanto por los numerosos grupos que desde hace un par de años están surgiendo en toda España, como por las particulares iniciativas de ayuntamientos que están concretando fórmulas innovadoras para promover la ubicación en sus municipios. Esa es también nuestra esperanza: que se faciliten y se multipliquen.