nº32 | está pasando

Redes sociales, turbas y populismo punitivo:

¿es el feminismo decolonial una vacuna en las periferias?

Un nuevo ciclo de movilización del miedo se está produciendo en las periferias obreras de diversas ciudades españolas: la pugna por la definición de la ‘seguridad’ y su abordaje se ha convertido en el  campo de batalla a nivel local y el nuevo terreno en el que la derecha se frota las manos. El populismo punitivo, aquél que coloca a un ‘otro’ externo, incivilizado y brutalizado como objeto a ser combatido para el bienestar interno, está ganando terreno a propuestas de superación de la crisis que aborden los problemas de manera estructural y profunda. Ya sean las ‘hordas’ de migrantes, los manteros, la prostitución o la droga, la construcción del ‘desborde’ y la externalización del locus del malestar se convierten en herramientas profundamente útiles para la reproducción del orden de las ciudades neoliberales. Si introducimos al cóctel la reciente intensificación de la ‘españolidad’, ese mito belicoso y conquistador que tan bien describía Goytisolo (1969), los discursos securitizantes se vuelven todavía más peligrosos, especialmente en los barrios obreros donde el malestar es muy intenso y el deseo de revancha muy grande. Generar alternativas anti-neoliberales, feministas y decoloniales, capaces de movilizar de nuevo un deseo radical ante el desencanto comienza a ser imprescindible para construir transversalidad desde abajo frente a la derechización del espectro social y la policialización de los conflictos sociales en los barrios periféricos.

Donde el estado no está, o es deficitario, surgen manifestaciones que apelan a generar nuevas formas de institucionalización política para la protección de ‘la comunidad’. El modelo popular de la ‘turba’ (frente al modelo-tribunal) que describía Foucault (1979) ha re-emergido en diversos barrios obreros como desencanto ante las formas sosegadas y tibias de las democracias liberales a la hora de lidiar con la crisis sistémica del neoliberalismo global. En las periferias de diversas ciudades españolas, esta energía túrbica se dirime entre varios caminos. Por una parte, una tendencia que canaliza el reclamo frente al abandono a través de la demanda de inversión y recursos públicos incluida, a menudo, la intensificación de la presencia policial como herramienta central de superación de los conflictos sociales. Como vaticinaban Débora Ávila y Sergio García en ‘Enclaves de Riesgo’ (2015), el reclamo de policía para atender cuestiones sociales se ha extendido como la pólvora, hasta el punto de que en los barrios obreros la policía es convocada tanto para cerrar narcopisos o casas okupas, como para amedrentar a la chavalería fumando porros en los parques o espantar a vecinos y vecinas vendiendo informalmente en la calle como forma de subsistencia. Por otra parte, militantes de partidos reaccionarios, como Ciudadanos o VOX, invocan incesantemente al ‘caos’, al ‘desorden’ y a la necesidad de ‘mano dura’ con un explícito discurso xenófobo y aporofóbico que alimenta la legitimidad de sucesos escabrosos, como los desalojos efectuados por Desokupa o multitudes buscando ‘dar una lección’ a los delincuentes. Ambas tendencias coinciden en su facilidad para apelar al discurso de la ‘falta de seguridad’ y para describir como buenistas a quienes prefieren hablar de desigualdad o pobreza en la ciudad.

Otras tendencias, más cercanas al sindicalismo social y a los movimientos autónomos, se preguntan en qué medida la propia apelación a la ‘seguridad’ es reapropiable llenándola de otro contenido, o si es preferible impugnar la propia invocación al concepto y desecuritizar la vida cotidiana. La pregunta, en este caso, podría ser: ¿Qué estrategias pueden sernos útiles a la hora de re-acaparar el discurso de la ‘dignidad’ en los barrios desfavorecidos desde lógicas no securitizantes, es decir, no punitivas? Y unido a lo anterior, ¿cómo aprovechar esta crisis para generar movimientos emancipadores que cuestionen, incluso, el monopolio de la protección (y la violencia) del estado sobre las comunidades ya de por sí fuertemente policializadas y dependientes? ¿Qué tensiones surgen y qué otras preguntas se abren en estos intentos?

En cuanto a las estrategias, frenar la crispación reaccionaria es una de ellas. Y una clave fundamental reside en el papel que juegan las nuevas redes sociales como nutriente de la derechización de estas potenciales turbas. Existe una guerra digital por acaparar y canalizar las narrativas sobre el descontento. ¿’Degradación’ o falta de oportunidades? ¿Especulación u okupaciones ilegales? ¿Grandes criminales y tenedores o pequeños delincuentes? ¿Delincuencia o pobreza? Redes como whataspp han sido clave en la diseminación de fake news y la magnificación de una agenda mediática alarmante. Como señala el periodista Pedro Vallín, la irresponsabilidad de muchos medios en la transmisión de esta agenda reaccionaria se manifiesta en la sobre-representación de determinados problemas, como los narcopisos o las narco-ocupaciones, frente a otros malestares que afectan, estadísticamente, a miles de ciudadanos de estos mismos barrios, como los desahucios, el desempleo y la ley de extranjería. En Madrid, en medio de una guerra electoral, esto llega hasta tal absurdo que algunos medios altavocean la creación de plataformas vecinales falsas, como la generada desde la estadounidense SouthWest Virginia, o el constante 15% que, a ojo de buen cubero, siempre pierden comercios y hoteles en el centro debido a las políticas del nuevo Ayuntamiento. Habla, habla, que algo queda. Ojo, Ahora Madrid no se libra: bien por incompetencia, por herencia de racionalidad neoliberal o por interés electoralista, algunas decisiones del Ayuntamiento de Madrid han sido nefastas, como su reciente campaña absolutamente racista contra la venta ambulante. Esta tendencia, por otra parte, ya se había manifestado anteriormente, cuando el Concejal Presidente de Puente de Vallecas, Paco Pérez, denunciaba el ‘paisaje abigarrado de mantas y mantones’ y decidía colocar de manera constante efectivos policiales en una de las zonas del barrio con mayor aspiración de centralidad, hasta que, por fin, consiguió expulsar al rastrillo informal que tenía lugar en la misma.

El consumo en los barrios de este tipo de noticias amarillistas, alarmistas y criminalizadoras de las de abajo parece más voraz que nunca. Además las redes dan la oportunidad de sentir agencia, de sentir que haces algo en esta época de escasez de espacios de participación efectivos. Reenvío la noticia, estoy haciendo algo. Me quejo en la red, estoy haciendo algo. El revanchismo frente a los ‘buenos modales’ y la tibieza de la democracia liberal se manifiesta ahora a través del mantra orgulloso de ser ‘políticamente incorrecto’, de no callarse nada. Ser el fucker de la comunicación digital viendo la tele en pantuflas. Por si fuera poco, el anonimato que permiten estas redes posibilita una extraña paradoja: se propaga la permisividad de una actitud profundamente infantil, que combina la facilidad para sentirse ofendido y ser hiriente con aparente impunidad. Recientemente, la publicación en El País de un artículo escrito junto con Jorge Sequera, en el que criticábamos el peligro de esta deriva neofascista en los barrios periféricos, nos permitió observar esta extraña y dolorosa paradoja: en un chat de whatsapp barrial, un vecino recién llegado al barrio montó un cristo con la publicación de la noticia. En ese chat, en el que no sabía que participábamos, se permitía llamarnos ‘pijipis’, ‘intelectuales elitistas’ y de usar al barrio como ‘ratas de laboratorio’ justificando sus insultos en la ‘ofensa’ que había sentido al leer nuestro artículo. Teníamos que entenderlo: “El barrio se degrada, junto con nuestras inversiones” lo que suponía para él un “drama personal” (sic). La misma persona que aparentemente apenas participa en ninguna red vecinal -salvo este whatsapp-, joven y nuevo propietario recién llegado, se enfadaba porque los niños jugando en la calle a altas horas para él son molestos, y para nosotros no. O porque apostamos por buscar alternativas a la hiper-policialización de un barrio con una de las tasas más altas de población migrante de la ciudad. Más allá de este caso concreto, al que tampoco merece la pena dedicarle mucho más tiempo, lo curioso es cómo el capital inmobiliario ve en este tipo de perfiles recién llegados a barrios periféricos, junto con sus ‘legítimos malestares’, el caramelo goloso de la acumulación y reproducción de capitales. Al capital inmobiliario le interesan estos discursos latentemente xenófobos y aporofóbicos de vecinos indignados con lo que hacen otros vecinos. Cuando en los barrios periféricos, entre la red de aliadas adecuada, seamos capaces de ver la relación entre el patrimonio familiar de Villacís en forma de inmuebles en la ciudad de Madrid, y su obsesión por hablar de ‘chusma’ y ‘falta de seguridad’, lo entenderemos todo. Mientras, haremos ruido malo. Muy malo.

¿Y, entonces, qué hacemos desde lo local? Organizar el miedo y la rabia, está claro, pero ¿cómo?  ¿con quién? Desvelar todos los discursos que justifican prácticas de expulsión es fundamental. No ser neutral, también. De hecho, si sabemos que la provocación a las izquierdas a través de las redes sociales es parte de la estrategia promocional de partidos como Vox, Bolsonaro o Trump, quizá sea prudente no hacer mucho caso, pero desvelar los intentos de crispación y neutralizarlos. Pensar en una ética de los cuidados y de la confianza, a lo Carol Giligan, puede sernos útil. Frente al erotismo de la disputa en red, es importante encontrar fuentes de valorización social en otra parte o, como plantea el camerunés Achille Mbembe, trascender la política de la enemistad heredada de la mentalidad colonial que impregna buena parte del ‘pensamiento blanco’, también el español.

Por otra parte, las espías o troles del buentrato en estas redes, podemos llenarlas de otro tipo de contenidos frente a las fake news y el amarillismo mediático. Superar la agenda contra-informativa y construir contenidos nuevos, propositivos, explorar nuevas fórmulas y estéticas más allá de los ritmos de la crispación, como propone la feminista negra Dríade Aguilar. Usar el humor, llenar las redes de @memesfeministas. Convertirnos, de vez en cuanto, en leftish ofenders para descansar. Pero, complementariamente, confrontar comprendiendo, o comprender confrontando, el miedo de nuestras personas cercanas. Más allá de las superioridades morales de la izquierda llamada a decir lo que está bien o mal, negando la sensación de inseguridad o combatiéndola racionalmente con ‘datos objetivos’ y estadísticas ¿en qué puntos sí nos encontramos con otras personas, quizá ideológicamente no idénticas, con quienes co-habitamos los barrios? ¿Qué mínimos podemos encontrar para generar alianzas contra el populismo punitivo? En Vallecas, por ejemplo, la recuperación hace un año del discurso de los derechos y la dignidad en las caceroladas contra la inseguridad costó mucho esfuerzo cotidiano por múltiples vecinas asustadas de la deriva neofascista que tomaba el movimiento. Es importante reconocer esos esfuerzos, aunque vengan de personas aparentemente alejadas políticamente. A su vez, la iniciativa Vallekas No Se Vende contrarrestó la escalada securitizante del conflicto vallecano, colocando encima de la mesa otros problemas y otras protagonistas en la agenda social: los procesos de especulación en las periferias denunciadas por la PAH y el Sindicato de Inquilinas (donde la burbuja del alquiler ha sido de las más desorbitadas, con subidas de un 39% en los últimos cuatro años), la violencia machista (con cerca 150 órdenes de alejamiento por violencia de género en vigor el distrito) denunciada y combatida por los  colectivos feministas del barrio, el drama del crecimiento de las casas de apuestas denunciado por Moratalaz Despierta, la violencia y abuso policial que sufre la juventud racializada, mal llamada bandas, denunciada entre otras por la Asociación Suyae. También luchar contra la desmemoria, convocando al recuerdo de Madres Contra la Droga, y cómo consiguieron trasladar la escalada de odio contra el yonkie hacia el estado policial responsable de la introducción de la heroína en los barrios obreros durante la década de los 80s. Registrar el abandono y el olvido de los espacios vacíos de las periferias, para poder recuperarlos para el común, es la propuesta actual de Mapas del Kas.

Quedan, no obstante, algunos retos pendientes para los movimientos barriales en los próximos tiempos: frente a todas las propuestas de cierre (cierre de fronteras, cierre de espacios sociales, recorte de libertad de expresión, acotamiento de información en manos de expertos, tapiado de lugares problemáticos -como los famosos narcopisos- (en)cierre en la falsamente construida comodidad del hogar privado) nos toca apostar por un ejercicio de apertura y acogida salvaje. Una apertura que implica también desvelarnos como seres frágiles, finitos e inciertos. La tímida consciencia de que la crisis del neoliberalismo global y de las democracias representativas no es pasajera, sino que ha llegado para quedarse, alimenta el temor de las clases medias a su propia extinción. Y este temor puede convertirse en un terrible fantasma, si no lo frenamos. Superar la épica heroica que nos invita a ‘no tener miedo’ ante las múltiples crisis que habitamos, es imprescindible. En las periferias obreras, esto supone un trabajo constante por tejer movimiento vecinal, fuertemente anclado en las prácticas feministas y decoloniales. Digital y sensible. Corpóreo y cotidiano. Y, también y sobre todo, anti-punitivista y que camine hacia una cultura de los cuidados y el Buentrato. 

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