nº31 | editorial

Cinco años, ¿aprendiendo?

Cinco años ya de El Topo siendo una realidad. A punto de comenzar el sexto año de vida del periódico tabernario y bimestral más leído de Sevilla. Cinco años de asambleas, horas pensando y haciendo; miles de cervezas artesanas servidas, decenas de baños fregados, cientos de platos de garbanzos o de papas aliñás; muchos bailes, muchas risas y algunas frustraciones…

Cientos de miles de palabras que, hiladas entre sí, nos han ido revelando cómo estamos desgarrando la tierra, las injusticias cometidas, los abusos de poder, las luchas ganadas y perdidas; y, por supuesto, los proyectos que de manera colectiva buscan generar mejores posibilidades y oportunidades para las personas presentes y futuras.

Cientos de miles de palabras revisadas por el equipo que se ocupa de la lengua, subsanando errores e intentando que el texto cumpla con más eficacia la intención expresiva de cada autora.

Cientos de ilustraciones que a través de sus trazos le ponen forma e imagen a las palabras reveladoras de la realidad invisibilizada.

Cientos de páginas maquetadas, organizadas conjugando palabra imagen y espacio en armonía.

Treinta y un eventos organizados para juntarnos, para pensarnos, para seguir construyendo colectivamente y, cómo no, para celebrarnos; porque por muy mala que esté la cosa, y por muy bajito que estén los ánimos, bailar y celebrar siempre sana, siempre.

Y tras todo este trabajo, ¿hemos aprendido realmente algo? Nos sale un sí rotundo como una casa; pero con la misma seguridad nos sale decir que los procesos colectivos duelen: sacar algo tan material como un periódico a través de un proceso colectivo es precioso y cansino.

El Topo nos enseña a acercarnos y alejarnos, y nos recuerda que la existencia cotidiana de los proyectos —lejos de los focos de atención— viene cargada de tareas ingratas, invisibles y «ni agradecidas ni reconocidas», como dicen nuestras madres.

Nos enseña que el trabajo colectivo no se da solo ni se presenta carente de retos: destacando la necesidad de ser generosas con las demás y estar preparadas a que las cosas no sean como deseamos.

Nos enseña a desperiodistizarnos y comprobar que no siempre hay que estar ahí para darle voz a otrxs sino echarte a un lado y dejar que lo cuenten ellxs. Y sobre todo que rigor y militancia no tienen por qué estar reñidos, y que hay muchísima gente encantada de ofrecer su trabajo político intelectual o artístico de manera altruista. También a reposar la actualidad y tomarnos tiempo para digerirla.

Nos enseña a desintoxicarnos del lenguaje académico para contar las cosas aunque no siempre lo consigamos, aunque sepamos que el lenguaje usado también es una herramienta de transformación —a veces olvidamos que para que se produzca la comunicación lo primero es entendernos—. 

Nos enseña a replantearnos nuestro papel en los colectivos, a identificar comportamientos nocivos en grupo y a recolocar nuestra relación entre los diferentes géneros desde cada yo (y todos sus perejiles); tanto en el seno del proyecto como fuera.

Y nos enseña la importancia de saber hacer bien, y con cariño, los relevos en los procesos colectivos, y de saber hacerles sentir bienvenidas e iguales a las nuevas incorporaciones; que los mecanismos de funcionamiento sean sencillos, transparentes, abiertos a cambios y muy cerca del sentido común: la sencillez de lo complejo.

El Topo no es un proyecto simple, pero sí sencillo. Sacar un periódico en papel cada dos meses durante ya cinco años, en estas condiciones de autogestión, colectivismo y también precariedad, no es simple. Conlleva ciertas complejidades que, sin embargo, parece que se consiguen vivir desde la sencillez. Porque en todos estos años hemos aprendido que una asamblea puede ser efectiva y eficaz sin tener por qué ser fría o de simple gestión; dándosele cabida también a lo emotivo, a los sentires y a los debates, y sobre todo, a los cuidados y a las relaciones.

Y, por supuesto, nos reafirmamos en la importancia del disfrute y la alegría y en que los cuidados y el cariño que ponen todas las personitas acogedoras son esenciales.

Como diría nuestra Emma: «si no puedo reír y disfrutar, tu enreo colectivo no me interesa».

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