nº27 | política estatal

Desbordando el 8M

El día de huelga comienza de noche. Son las 22:30 h del 7 de marzo y algunas andamos dando vueltas por las calles para no quedarnos dormidas en los sofás antes de poder arrancar para el piquete de las 00:00 h. Las vecinas nos hemos convocado a esa hora en la Alameda de Hércules para estrenar una huelga feminista que, por nueva, suscita numerosas dudas a nuestro alrededor.

Mientras esperamos bajo una tromba de agua nos inundamos con las incertidumbres: ¿irá gente al piquete? Llueve mucho… Y a nuestro alrededor otros nos acribillan con las suyas: ¿si soy un hombre debo hacer huelga? ¿Qué hago? ¿Voy mañana a trabajar? ¿Yo puedo consumir? ¿Y si es en un sitio donde no trabajan mujeres? ¿Los piquetes son mixtos?… La única certeza que nos acompaña es que la lluvia ha decido caer como si el mañana no existiera.

A las 23:55 h caminamos a la Alameda, al punto de reunión. Allí nos esperan unos 80 o 90 paraguas bien apretaditos unos contra otros, para dar calor a las mujeres que, con risas nerviosas, se saludan bajo ellos. Comenzamos cantando la canción que nos acompañará durante 24 horas (y durante muchas más resonará en nuestros cerebros): «Oooli, ooooli, olá, la huelga vencerá / Es la huelga feminista, es la huelga feminista / Oooli, ooooli, olá, la huelga vencerá / Este mundo no nos gusta / y lo vamos a cambiar» o más popularmente conocida como el «alialió». Cantamos bajo la lluvia pasando por los bares y repartiendo panfletos. Algunos cierran a nuestro paso, otros nos miran con una mezcla de curiosidad y susto vital…  Sobre las 01:30 h empapadas y con una felicidad eléctrica decidimos disolvernos. Queda mucha huelga por delante.

Sevilla se levanta con la Ronda cortada a la altura del Arco de la Macarena. Una pancarta fijada con cubos de fregar inamovibles reza: «A la huelga, compañeras». A eso vamos. Comienzan de nuevo los piquetes. Vamos por nuestro barrio, donde vivimos, donde trabajamos, repartiendo panfletos con nuestro alioli y otras consignas. Rápidamente nos venimos arriba, andamos por la carretera, entramos en un cole, visitamos supermercados, centros de salud. Cada vez somos más. Cortamos la Ronda, y a estas alturas la energía que nos recorre comienza a desbordarse por la piel. Emprendemos el camino a las Setas donde nos encontraremos con las estudiantes en huelga. Cuando llegamos gritando «¡Alerta, alerta! Alerta que camina la lucha feminista por las calles de Sevilla» realmente sentimos que el asfalto retumba ante tantas mujeres juntas y revolucionás. El encuentro con las estudiantes que ocupan las escaleras de las Setas con sus pancartas de cartón y sus gritos es uno de los múltiples momentos del día en los que algunos ojos, como el día, hacen aguas.

Toca ahora avanzar hacia la Plaza del Duque donde la Asamblea Unitaria Feminista ha convocado una concentración. Llueve a mares de nuevo, pero en el Duque no se cabe. La CGT ha montado en su sede un punto de cuidados. Hay fruta, tostadas, café y té; baños y un montón de niñxs perseguidos por adultos con diferentes grados de agobio en su rostro. Una compañera dice: «Esto debería de ser todos los días así». La concentración comienza su particular mitosis y las células de mujeres hambrientas (con algunos hombres hambrientos empotrados) se dividen. La mayoría se dirigen hacía el Pumarejo donde hay convocada una comida antipatriarcal con teatro y actuaciones. Las células van cortando las calles, cantando y gritando «Este mundo hoy lo paramos» y «Hoy ni limpio, ni cuido ni cocino», al tiempo que alguna se gira y agarra del brazo a la amiga: «Cuidado con el escalón que yo casi me tropiezo», y es que cuesta dejar de cuidar cuando nos sale a cada rato.

De nuevo entre los gritos, las risas y el subidón de llegar a un Pumarejo (bastión del barrio) desbordado y tomado por mujeres, nos caen dudas como lluvia fina: ¿se puede no cuidar? ¿Qué implica esta huelga de consumo? También hablamos riendo de cómo para parar hoy hemos pasado toda la semana currando a doble ritmo y dejado comida y casa lista los días anteriores para no hacerlo hoy. Llegamos a la huelga eslomás. Pronto se hace evidente que es imposible acercarse a la barra donde compañeros venden tiques y sirven comida y bebida. No hemos socializado muy bien los cuidados alimentarios hoy y parece que cada oveja se preocupa de alimentar a su pareja, algunos compañeros les traen tuppers sobre los que nos abalanzamos sin piedad. Compartir es amor (y no les damos muchas opciones, la verdad). Vuelven a calarnos las dudas sobre la huelga de consumo. Tenemos hambre y tenemos sed. ¿Deben los compañeros unirse al parón consumidor? Creemos que sí pero, ¿y si en ese establecimiento no trabajan mujeres? Hemos pedido a los compañeros que acudan a trabajar si no es para cuidar. El/la que no encuentra excusas es porque no quiere.

La plaza es un hervidero de vecinas y habituales del barrio, adolescentes que se pintan símbolos feministas en las mejillas a juegos con labios morados, niñxs que corren sin que ,a pesar de todo, dejen de ser cuidadxs, hombres con permanente cara de solícitos… En el descanso previo a la mani nos rebotan otras cuestiones de un cerebro a otro; el comunicado de Afroféminas y su renuncia a apoyar la huelga nos hace plantearnos la necesidad de reflexionar sobre nuestro feminismo mayoritariamente blanco que invisibiliza a compañeras racializadas; si todo volverá a la normalidad machista el día 9 o si después de este día que nos está haciendo vibrar tanto nada podrá volver a ser lo de antes; si los discursos mainstream reflejan el cambio profundo que queremos.

Salimos hacia la mani como quién se tira por un tobogán. Grupos y grupos de gente se dirigen hacía el mismo punto. Nosotras vamos en bloque y no dejamos de gritar (las que aún tenemos voz) y pronto comenzamos a darnos cuenta de que esta mani es muy grande. Enorme. Que hay más gente que en la guerra, como empieza a repetir todo el mundo cuando vamos llegando a Plaza Nueva. No podemos ni llegar a la plaza ni avanzar. A la media hora de permanecer en el sitio sin parar de movernos, comienza el desborde (y la diversión). Las cabeceras se multiplican y comienzan a tomar recorridos alternativos; los bloques se mezclan; banderolas de UGT cantan tras la pancarta anarcofeminista; las de 18 años van codo a codo con las menopáusicas; un señor mayor nos dice «no veía una cosa así desde el 4 de diciembre del 77». Somos brazos de un río arremolinado que va buscando su camino hasta la Alameda. La policía no acierta a pararnos cuando nos repite: «Este no es el itinerario autorizado» y no le queda otra que acompañarnos. Fluímos, seguimos gritando, reímos, cortamos la carretera, vamos por donde nos da la gana, y gritar «La calle y la noche también son nuestras» cobra otro peso.

Aún recordamos otros 8 de marzo en los que no nos sentíamos interpeladas. Desde que Facebook ejerce de memoria postiza, nos saltan recuerdos de otros años anunciando dudas, pidiendo que no nos felicitaran, alegando que no era otro día más para el Corte Inglés. Este 8 de marzo, el mundo, nuestros mundos, se han parado. Que siga esta sensación en el cuerpo, que siga la lucha feminista.

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