nº19 | ¿hay gente que piensa?

La naturaleza… ¿no existe?

Reflexiones a partir de un artículo de Erik Swyngedouw[1]

Siempre que salgo de la ciudad hago la misma pregunta: ¿dónde empieza la naturaleza? Se lo pregunto a mis acompañantes: ¿ya hemos llegado a la naturaleza? No sin cierta desesperación, mis colegas me contestan: bueno… estamos en el campo. El campo será algo así como la naturaleza, pero… ¿un poco menos natural? Aunque mucho más que la ciudad, claro. La ciudad no es natural. ¿O sí?

El concepto de naturaleza puede que sea uno de los más difíciles de definir. Algunos elementos que la forman están muy claros para la mayoría de las personas: montañas, bosques o ríos son naturaleza. Otros elementos, no tanto: ¿un tomate transgénico?, ¿el ébola?, ¿las aguas fecales?, ¿las ciudades? El Huerto del Rey Moro… ¿es naturaleza?… ¿es más naturaleza que el parque de María Luisa?

Pero, ¿por qué es tan complejo? En primer lugar, porque es un concepto flotante al que se le adhieren otra multitud de términos: Sierra Nevada, un olivo, un atún de Barbate, una acampada con colegas… El concepto queda pues tan lleno de otras ideas que se vuelve vacío y depende de estos elementos ordinarios para definirlo. Según qué elementos elijamos, obtendremos una idea u otra de la naturaleza.

En segundo lugar, porque la naturaleza tiene poder político y de control social, hasta el punto de ser considerada como ley. Lo «natural» es presentado como lo que debe ser; lo que se desvíe de eso es considerado «contranatural». Este carácter normativo y moralizante ha sido y es utilizado como fuente de legitimación tanto en ámbitos reaccionarios y carcas, como alternativos y contraculturales.  Ya sea en un manual franquista de la sección femenina o en un huerto urbano, la naturaleza aparece como argumento clave para fijar la norma.

En tercer lugar, porque a la naturaleza también se le adhieren emociones, deseos y fantasías que, si bien son constructos sociales, ejercen un papel fundamental en la construcción de identidades colectivas. Desde «sentimientos de pertenencia» asociados a determinados elementos físicos de un lugar, hasta nuevas espiritualidades que hacen de la armonía entre seres vivos una nueva religión.

El amigo Erik tiene claro que la naturaleza no existe.  Y tú, ¿qué opinas?


[1] SWYNGEDOUW, Erik. ¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada. Urban, [S.l.], n. 01, p. 41-66, mayo 2011.

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