nº13 | entrevista

La desjerarquización de internet trae consigo otras formas de censura

Remedios Zafra es escritora y profesora de Arte, Estudios de Género y Cultura Digital en la Universidad de Sevilla. Su obra está centrada en el estudio crítico de la cultura contemporánea, el feminismo y los estudios sobre identidad en las redes.

El Topo. En Ojos y Capital planteas la doble vertiente del mundo red en el que vivimos. Internet es a la vez un espejo del capital y un instrumento de resistencia. Evidentemente, las tecnologías están capacitando la autoorganización de muchos movimientos, la descentralización, los nodos distribuidos pero también el activismo de salón, explosiones de solidaridad marcada por la agenda (como los refugiados sirios) o cierta volatilidad en los compromisos.  Sin olvidar que, salvo grupos reducidos, nos estamos organizando a través de redes que son propiedad de empresas con intereses comerciales (la “herramienta del amo” como diría Audre Lorde) ¿Es posible subvertir ese uso?

Remedios Zafra: Creo que en todo uso de la tecnología hay implícita una elección entre formas que domestican y formas que emancipan, es decir, que la tecnología nos permite repetir mundos y crear nuevos. Pero las elecciones no siempre son expresas ni están tan claramente polarizadas, normalmente la vida cotidiana transcurre en la infinidad de gradientes que hay entre esa doble vertiente a la que apuntas y que aparecen en el libro: Internet como espejo del capital pero también como instrumento de resistencia.

Intervenir en esos mundos es posible en tanto son artificiales y convenidos, pero para favorecer una intervención consciente de las personas hay que crear condiciones de libertad e igualdad, es decir condiciones que nos permitan visibilizar lo que se nos ha vuelto invisible, frenar las inercias de época y posicionarnos. Y aquí la dificultad.

El poder hegemónico (y el capital como clara manifestación de ese poder contemporáneo) siempre tiende a domesticar y conservar mundos como forma que garantice mantenerse como poder. A mí me preocupa que los mecanismos de los que disponemos para “subvertir el uso” de la red como herramienta para la emancipación, están cada vez más delegados en el capital y en la industria digital controlada por unas pocas empresas. Y me preocupa especialmente porque son momentos en los que se está rebajando el papel del pensamiento y la educación.

Me llama la antención que pudiendo ser usada de muchas maneras, las tendencias de la época (especialmente, la celeridad y el exceso) y de la máquina (su biopolítica) refuercen formas de hacer que favorecen la actuación rápida e irreflexiva de unirnos impulsivamente en masas online para al poco olvidarnos. Esa volatilidad en los compromisos a la que te refieres creo que es característica de la vida en red, donde todo se nos muestra con una vigencia cada vez más efímera, como una vida en presente continuo que cada día renueva los temas sobre los que posicionarse. Un posicionamiento que pocas veces implica algo pensativo sino algo intuitivo y automático, a modo de click o simple “me gusta”.

El sujeto desarticulado de tiempo y de lo social, pasa rápido por las cosas, cohesionándose con los otros en vínculos más ligeros. Cierto que los números que nos unen en muchas causas solidarias y sociales son fascinantes (millones de seguidores, de firmas, de apoyos…) pero millones de personas habitualmente solas detrás de sus dispositivos electrónicos, a los que cada posicionamiento no obliga demasiado y que si acaso, “comparecen”, pero no sienten estar “vinculados” entre sí.

De hecho la hipótesis que sugiero en mi libro “Ojos y capital” apunta a cómo en la contemporánea primacía del ver a través de las pantallas, la experiencia se sostiene cada vez más en lógicas que disuelven viejas formas de colectividad y que condicionan cuantitativamente los nuevos regímenes de valor y reconocimiento del otro, a través del control de la visualidad y la exigencia de velocidad. Lo que considero es que, entregados al exceso del habitar en red, hoy el sistema se pervierte poniendo en juego dos ganancias sustanciales: el poder sobre la gestión tecnológica de la visibilidad como garantía de existencia y valor (que organiza solidaridad y agendas), y la auto-implicación en lo que entregamos en las redes de manera más o menos consciente para nuestra propia dominación. Como contrapartida, creo que nos movilizaría el conocimiento y la conciencia, querer cambiarlo. Muchas personas queremos creer en la capacidad subversiva frente a este poder silencioso, de hecho no imaginamos un futuro tecnológico que no vaya unido a una renovación ética.

E.T: Una de las cosas que, en principio, habría posibilitado Internet es al acceso a un conocimiento desjerarquizado. Sin embargo, el dominio de las grandes empresas a la hora de filtrar la sobredosis de información está, en cierto modo, imponiendo su lógica del capital. En este contexto, ¿los espacios digitales autogestionados pueden ser un verdadero foco de contrapoder?

R.Z: Pues, a mi pesar, debo decirte que tengo mis dudas sobre la eficacia de este contrapoder. Cuando Internet tenía más de erial y no estaba (tan) colonizado por el capital, la potencia de ese contrapoder era muy fuerte y visualizar nodos autónomos de diferencia era posible. Sin embargo en estas décadas hemos visto cómo muchos de estos espacios autogestionados han quedado aislados de “lo social”, apropiado por la industria a través de la normalización de las redes sociales. Creo que estas nuevas dinámicas obligan a sumar otras estrategias de contrapoder que no teman “infiltrarse” en las herramientas que hoy territorializan la red, para instrumentalizarlas, incluso subvertirlas, desde dentro.

Cierto que los espacios autogestionados son fundamentales como ejemplo de posibilidad y como ejercicio de libertad, pero no suficientes para cambiar mundo y lograr capacidad de contagio. La infiltración del “otro” allí donde queremos un cambio opera además como necesidad de “ser vistos” y tener voz en una red excesiva, entre otras cosas, por desjerarquizada y global. De hecho, creo que la desjerarquización que caracteriza a Internet y que puede ser metáfora de una forma descentralizadora y más democrática de conocimiento y convivencia, trae consigo nuevas formas de censura, justamente la que provoca la saturación de voces y el exceso de datos e información.

La hipervisibilidad de la época excede los ojos hasta imposibilitar su abordaje, su gestión. Y como consecuencia deriva en nuevas formas de exclusión. El exceso hace reclamar a gritos: “¡Qué alguien nos ayude a filtrar, a ordenar, a almacenar, a jerarquizar!” lo que, curiosamente, antes reclamábamos horizontal y desjerarquizado. Entonces la pregunta nos interpela (a nosotros y a la máquina) ¿quién decide el orden y la visibilidad en el exceso?, ¿qué significa un orden?, ¿qué poder detentan quienes ordenan y hacen ver y, en consecuencia, dan “existencia” a las cosas online (que parecieran ser cada vez más “las cosas del mundo”)?

Por otro lado, pienso que la transformación de la vida a través de la preeminencia del exceso en la imagen y mediante la tecnología, no debiera delegar este poder en las industrias de búsqueda y en quienes programan nuestro hábitat tecnológico como nuevo poder (¡oh, grandísimo dios Google!). Se trataría de conocer las condiciones del hábitat online, de advertir que delegar las decisiones en filtros de posicionamiento nos significa a favor del poder hegemónico que tiende a igualar ojos a capital. Y que esto no supone que debamos otorgar a lo visualmente masivo otro calificativo que “masivo” (en ojos, dedos, o visitas), sin presuponer conocimiento, atención o conciencia en dicho gesto. Sería como confundir oclocracia (gobierno de la muchedumbre) con democracia (a la que se presupone un posicionarse consciente).

Hoy se pone de manifiesto el espejismo de una cultura-red donde la máquina y sus dispositivos se han camuflado como neutrales, o se nos han hecho invisibles. Pero también los conflictos se apoyan en la parálisis derivada del exceso del ver sin descanso, sin parpadeo, en una sintomática crisis -o tal vez nuevo estatuto- de la atención. Un ver que -por la dimensión de lo que abarca y la potencia de las distintas aplicaciones tecnológicas disponibles- parece responder desorientado, como cuando a los niños se les rodea de juguetes y regalos y se bloquean, o se angustian, sin saber por dónde empezar; hasta que terminan por hacerse dóciles, siguiendo las indicaciones y flechas propios de un parque de atracciones.

E.T: Planteas también que “La inmersión en la red en Occidente se vive con la naturalidad de quien respira” provocando incluso una especie de cambio de paradigma. En la cultura-red duele más la falta de visibilidad que la falta de privacidad…Me parece una reflexión muy interesante ¿Nos la puedes explicar?

R.Z: Esta es una de las ideas que más me interesan de la cultura-red y que ya se esbozaba en mi libro anterior “Un cuarto propio conectado”. No es casual comenzar “Ojos y capital” con las palabras de Eco en las que sugiere: “actualmente, a medida que tantos luchamos con la manera de definirnos en el mundo moderno, existe una amenaza mayor que la pérdida de privacidad: la pérdida de visibilidad.”

Creo que advertir cómo muchas personas sienten que la “pérdida de privacidad” no es ya la amenaza, sino que lo es “la pérdida de visibilidad” habla efectivamente de un nuevo paradigma. Algunxs antropólogxs se refieren incluso a un cambio del sujeto, una suerte de post-humano cambiado por la tecnología y el mundo en red, capaz de desacralizar el valor cultural que hemos dado a “lo privado”. Lo inquietante, entre otras cosas, sería cómo opera y se gestiona este cambio, pues pareciera que la industria y sus “nubes” digitales (actuales y por venir) están ya preparadas para acoger sin disensión nuestros archivos de vida (donde se diluye la diferenciación pública y privada). Y me pregunto sobre el valor de lo que donamos y nuestra conciencia sobre ello, sobre a quién estamos donándolo y qué supone.

Ser vistos no es ya una posibilidad en el mundo conectado, ser vistos es una exigencia, una característica a la que los humanos deberán habituarse en el futuro cercano. De hecho, el cambio ya está operando y tanto una primera mirada de cerca a los amigos conectados, como una mirada de lejos a los números que nos incluyen en “los muchos”, nos devolvería como respuesta que no buscamos escondernos, que ya no importa de la misma manera la privacidad. Muy al contrario, lo perseguido cada vez más apunta a la “hipervisibilidad”. Para nadie que habite la red, la privacidad es lo que era hace años. Hoy todo (lo bueno y malo que decimos/hacemos) se olvida a un ritmo trepidante, eclipsado por el ahora, delegamos la memoria en la máquina y sabemos que “algo quedará archivado”. Aquel concepto occidental de privacidad mantenido no sólo desde un prisma moral, sino desde un prisma ante todo material y político está cambiando y esto es importante. No sin motivo la regulación política de los espacios y de su visibilidad ha permitido por mucho tiempo delimitar una frontera de ceguera para los ojos ajenos. Curiosamente, ahora es sobre todo esa intimidad de lo privado lo que retransmitimos desde nuestras habitaciones conectadas, a las que demandamos “más de nosotros mismos”. Las redes son altavoces de la privacidad de sus usuarixs. Es más, no es tanto lo profesional y público sino lo privado, lo afectivo, lo íntimo, lo más visibilizado y valorado por quienes miran.

Sin duda, puede que algunas generaciones pre-Internet sigan (sigamos) valorando el valor de la privacidad en la vida off/online, la importancia de “autogestionarla” pero tengo la impresión de que compartir vida privada se ha normalizado en la red con una naturalidad que nos hará dejar de verla como algo a esconder. Lo que está en juego es cómo se gestiona este cambio beneficiando a las personas y no a “unos pocos” que lo rentabilizan. Cierto que esta normalización apunta a una desidealización de lo que durante siglos hemos protegido tras los muros del hogar y de la habitación propia, pero trae consigo numerosas lecturas críticas sobre las que debiéramos profundizar. Lecturas sobre si el poder de visión de lo privado nos hace más o menos vulnerables, sobre la política que supone visibilizar para quienes han estado recluidxs en el hogar, y muy especialmente, sobre las formas en que estos “yoes” digitalizados son usados no sólo como usuarixs sino como “productos” de quienes aquí detentan el poder (empresas y capital). Igual debiéramos incluir en esta entrevista unos renglones en blanco para que cada lector/a piense en ello…

E.T.: El manifiesto hacker decía que en la red  “nosotros existimos sin color, sin nacionalidad, sin prejuicios religiosos” pero no parece que tuviera en cuenta el feminismo, al que tampoco se hace alusión en ninguna de las Declaraciones de derechos del Ciberespacio. ¿Ha conseguido el ciberfeminismo en estos 30 años ‘feminizar’ las redes?

R.Z.: No, no lo ha conseguido, pero está en ello y no debiéramos perder la esperanza. Los cambios hacia la igualdad son cambios lentos pero debieran serlo asentados, sin pasos atrás. Mirar al pasado nos hace observar la sorprendente actualidad de los logros conseguidos, lo reciente y por tanto la fragilidad de una igualdad muy joven, apenas de años, que muchas personas consideran fijada e incuestionable, cuando constantemente está puesta en juego.

Para mí el feminismo (y el ciberfeminismo) no pueden ser tendencia ni moda, sino posicionamiento en la vida y por tanto ejercidos como una carrera de fondo, como una mirada que interpela al mundo sobre las muchas desigualdades que estructuran (invisibles) la vida y la tecnología.

Apuntas a manifiestos y declaraciones que se han utilizado como referencia de contrapoder en Internet y creo que enfocas una llamativa zona de sombra, que el mundo hacker y el del ciberespacio han sido (siguen siendo) mundos tremedanmente masculinizados; mundos que no han dudado igualarse a lo social cuando la ausencia de las mujeres es clamorosa. Y esto causa herida, dolor, desigualdad, porque no debe pasarnos desapercibido la parcialidad de aquellos territorios en los que la homogeneidad reina, donde todos se parecen demasiado. A mí me parece sospechoso y me punza que el mundo hacker como el de la producción tecnológica venga protagonizado y representado por hombres jóvenes de determinadas partes (localizadas) del mundo. Creo que debemos facilitar que la filosofía hacker sea plural y diversa, crear las condicioens para que las mujeres produzcan y puedan subvertir mundos tecnológicos, para que todos aquellos “otros” a los que apuntan los manifiestos también.

Es curioso cómo a medida que la red avanza, las mujeres pasan a ser cada vez más usuarias y prosumidores de Internet (antes fueron tecleadoras, maquiladoras, mediadoras de tecnología…), pero las mujeres siguen sin estar de manera normalizada en los territorios de la “produccion e ideación” tecnológica ni en los del activismo técnico; tampoco en muchos de los que generan valor y archivo de futuro, como Wikipedia, donde los últimos datos hablaban de menos de un 13 % de editoras. Que esto ocurra no se simplifica en una mera respuesta de “no están porque no quieren”. A poco que buceemos en las estructuras de formación, pero también de afición y ocio, que animan y condicionan nuestros mundos y expectativas veremos propuestas totalmente sesgadas en función del género, condicionantes, explícitos y sutiles, pero siempre “reiterados” que animan a hombres y a mujeres a una apropiación de los “tiempos” muy distinta, a vidas de producción o consumo, de trabajo público o de dedicación a cuidados (privada), cuya dicotomía y desigualdad son tan perversas que causan escalofríos.

Enfrentar esas repeticiones es algo que pretende el feminismo, bajo la sensación de que lo que induce a tolerar el poder invisible de la tecnología en la apropiación y gestión de tiempos de nuestra vida cotidiana, no es que actúe como potencia que niega, que dice “no” a que una mujer sea (por ejemplo) hacker, sino como potencia que atraviesa las cosas, que produce imaginario, que produce saber, que suscita placeres. Y no están en el poder los saberes de quienes (como las mujeres) han sido tradicionalmente descalificados.

E.T.: Pensábamos que Internet, al ser un espacio horizontal y anónimo, permitiría más libertad a las mujeres pero no ha sido así. La creadora de videojuegos trans Rachel Bryk se suicidó tras el acoso que sufrió; la socióloga Anita Sarkeesian que denuncia el machismo en los videojuegos ha sido acosada y amenazada… los casos de feministas hostigadas en Internet son múltiples. ¿Se agudizan los mecanismos de opresión en las redes?

R.Z: A mi modo de ver, el género habla de la mayor y más global de las desigualdades y formas de opresión, sobre la que se construye el resto. Y esta desigualdad está hilada fuertemente a muchas personas que ni siquieran se cuestionan sobre ella. En un momento en que la red es un altavoz del mundo, el mundo se nos está mostrando violento y desigual. De hecho, creo que el machismo y la violencia (inmaterial, pero igualmente potente, y tanto simbólica como explícita) es muy evidente en un medio como Internet. Lo es no sólo porque en tanto las voces aumentan en la red, “todo aumenta”, todo se registra y se visibiliza en Internet, sino como muestra de lo poquísimamente asentada que está todavía la igualdad.

El patriarcado (por el que se parte de una consideración de supremacía de los hombres) es una estructura muy poderosa construida durante siglos y que se evidencia en los comportamientos, prácticas y actitudes de manera casi espontánea, sin que medie una clara premeditación. Cuando ese poder se sabe atacado se evidencia con ejercicios de abuso de poder y de violencia. Yo considero fundamental integrar en la lucha por la igualdad a todas las personas, y dejar de pensar que la igualdad y el feminismo son sólo cosa de mujeres, ayudar a entender que es algo de todxs y bueno para todxs, ayudaría a construir una sociedad igualitaria en la que podamos aspirar a ser aquello que queramos ser, sin que las cosas estén sentenciadas de antemano como cosa de hombres o cosa de mujeres.

Pero retomando tu pregunta sobre la singularidad de Internet, creo que lejos de lo que mucha gente piensa, la red opera no tanto como máscara fantasiosa sino como liberación de las máscaras cotidianas, es decir como lugar donde dejarnos llevar bajo la sensación de osadía y protección que da el anonimato, mientras nuestro cuerpo físico habita protegido en una habitación conectada. Y este contexto agudiza el acoso. A ello se suma que el mundo de la producción tecnológica, el contexto hacker, y claramente el de los videojuegos siguen siendo territorios muy masculinizados y estereotipados, como efecto, todavía muy sexistas.

En internet además, sumado a la coporatividad de algunos grupos, cabe tener en cuenta que la colectividad a menudo funciona como una masa uniforme, rápida y casi incendiaria (por rapidez y dimensiones) que se suma al violento (aunque sólo sea en ojos que miran silenciosos), y creo que aquí podemos aspirar a algo más, quiero decir que podemos aspirar a pasar de una colectividad que se desentiende o se resguarda en el anonimato de mirar sin que le vean, a un “nosotrxs” comprometido.

Pero además la cosa se agrava cuando vemos cómo en los últimos años los medios han dado cabida a una proyección del “feminismo” distorsionada y sesgada, por la que muchas personas siguen considerándolo como algo negativo y no se han parado a pensar “qué significa” (queridx lectorx, le pido unos segundos, para buscar en el diccionario esta palabra, para no asustarse, para no simplificarla bajo ideas preconcebidas que circulan por la red y que en nada responden a algo tan simple como “un pensamiento y práctica que trabaja por la igualdad de hombres y mujeres”).

Pienso que la pedagogía sobre la igualdad de las personas, sobre el desmontaje de las historias de opresión y dominio de unos sobre otros, son sumamente necesarias. Que lo es también cuestionar la forma en la que se construye también el género masculino con unos clichés que debiéramos ser capaces de superar. Ni las niñas tienen por qué ser débiles, ni los niños agresivos. Son asignaciones artificiales y como tal “desmontables”.

Los casos que comentas, en su dureza, son tristemente representativos de la cotidianidad de la red para muchas mujeres que denuncian sexismo y se ven amenazadas y acosadas, y lo peor es que si no se denuncia ni se toman medidas, sus ejemplos operan como formas de disuasión para quienes quieran seguir denunciando.

No obstante, pienso que necesitamos mucha crítica y autocrítica sobre este asunto, pero no sólo desde el feminismo y el compromiso con la igualdad, la política, la educación y la legislación, sino también desde el compromiso de cada ciudadanx con el asunto.

Confieso que me estremezco al comprobar el rechazo a la diferencia, la agresividad en los pronunciamientos y la nula empatía de quienes amenazan, y de los silencios o risillas de quienes presencian un acoso. La náusea es casi incontenible, y la respuesta social más que necesaria. Como necesario es desmontar estereotipos e identidades (no sólo en las mujeres, todos cargamos con una presión simbólica que debemos poder cuestionar). Imprescindible es la crítica cotidiana al sexismo, entendiendo que esto no es cosa de un grupo de mujeres valientes, toda la sociedad debiera implicarse como forma de construir un mundo mejorado.

E.T.: Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Ada Byron, cuya figura es fundamental en tu libro “(h)adas. Mujeres que crean, programan, presumen, teclean” y la Universidad Autónoma de Madrid ha organizado un Simposio sobre su papel en la historia de la computación. ¿Crees que este tipo de gestos reflejan un reconocimiento real de las mujeres en la ciencia?

R.Z.: Los gestos son relevantes porque funcionan como un interruptor en las conciencias de la gente. Y los actos de este tipo son importantes por su valor simbólico y de visibilidad (con los que comienza todo reconocimiento), pero no son suficientes. De hecho, a veces me persigue la duda de si detrás de muchos actos de este tipo no se esconde la excusa de “con esto basta”, como manera de compensar con un “día de” o un “homenaje a” la dejadez de no enfrentar el problema en sus distintos niveles, desde la transformación de los sesgados imaginarios de género hasta la intervención en los diferentes mecanismos de exclusión de las mujeres que encontramos en los ámbitos científicos y tecnológicos.

Indudablemente, hablar de ello es necesario, como primer paso para movilizar conciencias. Resulta llamativo que todavía muchas personas no se hayan cuestionado por qué quienes protagonizan sus libros, ficciones, noticias y ámbitos de poder y conocimiento siguen siendo hombres. Qué no se hayan preguntado por qué no son capaces de recordar a ninguna científica. No es baladí esta cuestión, porque en ese silenciamiento reverbera una exclusión que tendemos a normalizar.

¿A nadie extraña que los creadores de los inventos tecnológicos que hoy condicionan nuestra vida en la red y con la tecnología sean sólo hombres? A mí, particularmente me chirría que se parezcan tanto y más si cabe que todos presuman de haber convertido afición y vocación en trabajo tecnológico. Pues creo que muchas veces las medidas para incentivar la implicación de las mujeres en la ciencia y la tecnología se limitan a la educación formal y creo que es en los espacios en red, en las aficiones, en el tiempo propio dedicado a aquello que nos mueve y nos “punza” donde cada vez más se resuelven las expectativas y decisiones de las personas.

Personalmente, me incomoda mirar al pasado a través de las historias que han trascendido. A menudo los museos y las enciclopedias que seleccionan lo relevante me agotan, incluso cuando aparecen mujeres, son tan pocas y su excepcionalidad es tal que pueden funcionar como modelos imposibles que muchas rechazarían. Me seduce relativamente lo que en cada momento se ha considerado digno de ser archivo humano, pero ante todo me irrita la exclusión de las mujeres y la conversión de una versión del pasado en la historia de todos. La ausencia de las mujeres en los campos de saber no sólo es una pérdida para el conocimiento humano sino una injusticia que perpetúa la desigualdad pues nos niega referentes”, modelos que operen como un “querer ser”.

La historia de las mujeres que pueden elegir es demasiado reciente. Es todavía frágil y está además localizada en una parte del mundo. El ejemplo de Ada Byron es muy interesante por muchas razones, no se la conoce por ser “hija de Lord Byron” (como tantas mujeres a la que la historia sólo ha visibilizado por su relación con otros hombres) sino que se la conoce por ser la “primera persona en programar”. Bucear en su historia nos devuelve una educación pero también una pasión vital por las matemáticas que fue promovida por su madre, con quien se educó. Ada es muchas cosas pero ante todo es también un ejemplo de posibilidad, una referencia que dibuja una relación con la tecnología como expectativa de “futuro posible” para personas que se miran y mirarán en ella.

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