Jerome «el americano», como es conocido en Casas Viejas, no solo cumplió una apropiada y necesaria labor, también nos envió un mensaje: la memoria es vital en aquellos sectores que han sido humillados y masacrados, ya que permite la cohesión del grupo y la reivindicación de la justicia.
Jerome Mintz se establece a finales de los años sesenta en Andalucía. Llega desde Indiana (EE. UU.) a Euskadi para recalar finalmente en nuestra tierra, convirtiéndose en el memorialista de los hombres y mujeres que vivieron los trágicos sucesos de Casas Viejas (Cádiz). Pero no solo lleva a cabo en solitario —nada más y nada menos— el estudio que luego se convertirá en una de las más célebres obras referidas al anarquismo andaluz, sino que se dedica, desde una antropología comprometida y vocacional, a atestiguar la realidad de una época: los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. A través de sus dos libros andaluces —Los Anarquistas de Casas Viejas y El Carnaval y la sociedad gaditana—, de sus películas y de sus miles y miles de fotografías, se convierte en uno de los antropólogos que mejor legado nos dejó para aproximarnos a la cotidianeidad de los hombres y mujeres andaluces, de lxs jornalerxs camperxs de las vegas del Janda y de las sierras y campiñas andaluzas.
Como dice Salustiano Gutiérrez, uno de los artífices casasviejeños que puso en valor el trabajo de Jerome Mintz, no hay otra localidad tan afortunada en nuestra tierra que pueda presumir de una obra antropológica tan extensa y rigurosa referida a ella misma. Una obra que a su vez se convierte en precursora de lo que hoy algunas llaman antropología visual: la utilización del lenguaje de las imágenes para reflexionar sobre la vida de las gentes y sus penas, sus alegrías, sus costumbres y formas de vivir. Es increíble, emocionante, la claridad narrativa y la descripción de los personajes que hace Mintz condensando las formas y modos de vivir de la época. Y con ello las tensiones, frustraciones y esperanzas de nuestra Andalucía. En sus documentales, y más concretamente en La familia de Pepe (1978) y El Zapatero (1978), se detiene en las consecuencias de las crisis agrarias de los años cincuenta y sesenta, en los procesos de campesinización de Andalucía, y en la tragedia del exilio forzoso que supone la emigración a Alemania o a la Costa del Sol. En La Romería: el día de la Virgen (1986) y Carnaval de pueblo (1987) ahonda desde la mirada del antropólogo en los rituales festivos ceremoniales más representativos de la comarca. Su película La familia del pastor (1989) trata de una crónica prolija en detalles sobre los «ganaderos serranos»; y describe desde las estrategias económicas y la división de tareas dentro del grupo doméstico, las formas de aprendizaje de los trabajadores y trabajadoras de estas comarcas andaluzas. En El dornillero (1976) acompaña a un jornalero en el ejercicio de sus actividades informales, a un buscavidas de los campos andaluces, mostrando sus vivencias en la sierra, en el pueblo, en la calle y la taberna. El tiempo se detiene a través de las miradas, las canciones, los juicios de valor. Los hombres y las mujeres camperas se desenvuelven en el día a día que nos muestra Mintz desde la densa etnografía que plantea como observador nato.
Tanto los dos libros, los documentos, como sus miles de fotografías, responden a un mismo objetivo: recuperar la dignidad de lxs perdedorxs, devolver la memoria colectiva, conseguir que la lucha de nuestro pueblo con la que tanto empatizó no fuera estéril, que su esfuerzo en forma de memoria histórica llegara a las generaciones futuras. Su obra se convierte en un mapa que nos ayuda a comprender el pasado andaluz y nos orienta sobre el presente. Un tesoro que, si bien es conocido en EE. UU., no lo es en nuestra tierra. Las tres tareas —escribir libros, filmar películas y hacer fotografías— tienen una misma temática, unos mismos personajes, una convergente metodología y un claro objetivo: la lucha contra el olvido. Plasma instantes y vidas para que queden en la eternidad. Detiene el tiempo y le confiere dignidad, valor y significación a los acontecimientos que narra.
Jerome «el americano», como es conocido en Casas Viejas, no solo cumplió una apropiada y necesaria labor, también nos envió un mensaje: la memoria es vital en aquellos sectores que han sido humillados y masacrados, permitiendo la cohesión del grupo y reivindicación de la justicia. Ojalá en un futuro se popularice el conocimiento de su obra que contribuirá, sin duda, a la lucha por la dignidad y la memoria de nuestra tierra.
Nota: Todas las fotos fueron tomadas en Casas Viejas