nº10 | está pasando

Hacia una pedagogía del cansancio

De un tiempo a esta parte, ciertos cenáculos del pensamiento se han visto sacudidos por la obra de Byung-Chul Han, un filósofo coreano afincado en Alemania donde imparte docencia en la Universidad de Artes de Berlín, que al conjugar rigor académico y claridad expositiva, ha logrado hacerse con un nutrido grupo de leales que lo han convertido en el pensador contemporáneo más difundido e influyente.

Sobrevolando su obra, late una pulsión que cobra forma de concepto, es el de «sociedad del cansancio». Esta sería la resultante del exceso de positividad, entendida como una sobreacumulación de rendimiento y productividad que se nos exige a los seres humanos bajo el actual paradigma del neoliberalismo salvaje. Así, el siglo XXI habría dejado atrás una faucaultiana sociedad disciplinaria para adentrarse en una sociedad del rendimiento: del sujeto de obediencia al sujeto del rendimiento. A cada estructura socioeconómica le corresponde una superestructura ideológica, política y, cómo no, pedagógica.

En el próximo curso 2015-2016 se implanta en la Enseñanza Secundaria la LOMCE, el marco normativo que, sin duda, plantea un modelo pedagógico mercantilista, en el que la oferta de estudios debe adecuarse a la demanda laboral del mercado. Ya en uno de los borradores del preámbulo del anteproyecto de la Ley de Calidad Educativa queda supeditada, como si de un balance empresarial se tratara, al output (resultados de los estudiantes) y no al input (inversión, ratios, plantillas docentes, número de centros…), mientras que en el preámbulo actual conceptos como competitividad, eficiencia, empleabilidad, flexibilización, racionalización o emprendimiento se emplean por doquier.

Impuesta como competencia educativa (sense of initiative and entrepreneurship) desde los Organismos europeos y gustosamente asumida por el Gobierno central del PP como «autonomía y sentido de la iniciativa personal», el «espíritu emprendedor» se adopta en la LOMCE como un elemento transversal determinante, igualándolo a la comprensión lectora. Asimismo, se introduce en 4º de ESO y como optativa en Bachillerato una nueva materia: Iniciación a la actividad emprendedora y empresarial, que no deja lugar a la ambigüedad al declarar como objetivo curricular la importancia de asumir riesgos, ser innovador, tener dotes de persuasión, negociación o pensamiento estratégico… Han reflexiona en este sentido: «La llamada a la motivación, a la iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación que el látigo y el mandato. El sujeto del rendimiento, como empresario de sí mismo, sin duda es libre en cuanto no está sometido a ningún otro que le mande o explote; pero realmente no es libre, pues se explota a sí mismo […] La explotación de sí mismo es mucho más eficaz que la ajena, porque va unida al sentimiento de libertad»1.

Por otro lado, y como bien sabemos por su repercusión mediática, la LOMCE contempla que el alumnado se someta a tres reválidas decisorias al término de cada etapa educativa preuniversitaria: Primaria, Secundaria, Bachillerato, con objeto de medir las competencias educativas adquiridas por nuestro alumnado, y poder así encuadrarlo dentro los estándares de calidad que manejan entidades supranacionales de carácter económico como la OCDE.

Todo ello supondrá que cualquier alumno que se precie, antes de cumplir la mayoría de edad, se exponga (en tres ocasiones) a pruebas externas excepcionales, las cuales dejan de lado la valoración de la adquisición progresiva de conocimientos a lo largo de una etapa. Ni que decir tiene que la preparación y la propia realización de estas pruebas llevan aparejadas un innegable aumento de la tensión ante la posibilidad de un fracaso que se presenta como meramente individual —en el alumno y en sus familiares— a la vez que pone sobre la mesa una obsesión por lo cuantitativo que hace que hoy todo sea numerable «para poder transformarlo en el lenguaje del rendimiento y la eficiencia». De este modo, toda labor de aprendizaje existente al margen de lo cuantificable no existe realmente para las instituciones educativas gubernamentales, ya sean de carácter nacional o supranacional.

Expuestas estas breves consideraciones, parece que inexorablemente estamos abocando a nuestras generaciones venideras hacia lo que Han denomina «una sociedad del rendimiento y la actividad que produce un agotamiento y un cansancio excesivo» a la vez que advierte que ese cansancio de la sociedad del rendimiento es «un cansancio a solas, que aísla y divide» pues ese sujeto del rendimiento «se explota a sí mismo, hasta que se derrumba»2.

A tenor de estas ideas no podemos extrañarnos de que trastornos como el tristemente popular en el ámbito educativo Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) o el cada vez más extendido en ciertas ramas productivas Síndrome de Desgaste Ocupacional (SDE), más popularmente denominado «síndrome del quemado», se conviertan en patologías propias de nuestro tiempo, generando una «autoagresividad que no pocas veces desemboca en el suicidio»3.

Reflexionemos pues a qué nos lleva esta pedagogía del cansancio que se nos impone de forma prescriptiva y llevemos a cabo acciones que impidan su total implantación, involucrando a toda la comunidad educativa.

1 Byung Chul Han, La agonía del Eros, Madrid, 2014, p. 10.

2 Byung Chul Han, La sociedad del cansancio, Madrid, 2012, p. 72.

3 Byung Chul Han, En el enjambre, Madrid, 2014, p. 53.

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