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NO MÁS MUERTES EN LAS FRONTERAS:

POR LA LIBERTAD DE MOVIMIENTO, LA SOLIDARIDAD Y LA JUSTICIA SOCIAL

Más de setecientas personas han vuelto a perder la vida en el Mediterráneo. El goteo de muertes es continuado, imparable, convirtiendo el mar que separa África de Europa en una fosa común obscena. Cada cierto tiempo estas muertes, por su volumen, por su brutalidad, hace imposible mantener el silencio que se impone a la vergüenza del Mediterráneo. Muestra de ello fue el naufragio de Lampedusa. Cuando este ocurrió, con 300 personas muertas, se dijo que era el de mayores dimensiones ocurrido. Después de algo más de un año, se han duplicado las víctimas, se repiten estas palabras y se vuelve a escenificar una urgencia política que queda en inacción, demagogia y pasividad.   La muerte de 700 personas debería alertar fuera como fuese, al igual que alerta los accidentes de aviones, de ferries, trenes o automóviles. Alertar para poner soluciones factibles, eficaces; no para esconder y alejar el problema. Ya que, además, de un año a otro las víctimas aumentan de forma exponencial. ¿Cuántas muertes son necesarias soportar para entender que esta tragedia es una prioridad política europea e internacional? ¿Por qué estas muertes tienen menor importancia que las que ocurren dentro de nuestras fronteras, en el tránsito europeo diario, en la actividad migratoria y turística de esta parte del mundo que tienen como respuesta medidas rápidas y eficaces?   Estas muertes representan la desigualdad global. La inexistente solidaridad entre pueblos fomentadas por un discurso demagógico sobre las migraciones. Representan una cultura global de instituciones insolidarias, ingratas y codiciosas que eximen sus responsabilidades ante los conflictos que ellas mismas provocan. Muestran también las dificultades que existen en otras partes del mundo: la pobreza, la  persecución, las guerras, la falta de derechos. Situaciones crónicas, complejas, en la que se encuentran representados demasiados intereses. Son, a la vez, el reflejo de un mundo injusto, parcial, militarizado y explotador. Pues estas muertes van acompañadas de sistemas fronterizos, policías y militares, Centros de Internamiento, controles policiales y redadas, diferencias salariales y laborales, restricción de derechos y permisos, imposibilidad de reagrupación familiar y leyes de extranjería. Estas personas muertas son la viva expresión de un mundo tan desigual que estructura las personas en función de sus riquezas, generando personas con distintas categorías; es decir, con distintos derechos a la vida, al bienestar y al progreso personal y familiar.   Fronteras, CIE, redadas y explotación laboral son las premisas sobre las que se construye la riqueza europea – la de unos pocos, como ya sabemos -. Y es a la vez la base sobre la que se edifica la relación entre las personas de distintas culturas. Relaciones que se piensan en conflictos, en escasez, en desigualdad, en patriarcado, que cierran cualquier puerta a la solidaridad, al apoyo, al acogimiento, a la comprensión, a la igualdad.   Supuestos que justifican el día a día de las decisiones políticas e institucionales frente al fenómeno (muy antiguo) de las migraciones. Inactividad política, demagogia, racismo, xenofobia y violación de derechos fundamentales son los culpables de la muerte de miles de personas en el Mediterráneo y en las fronteras de la fortaleza europea. Son también culpables de que las personas puedan ser manejadas en su desolación por entramados mafiosos en los que suelen participar los propios Estados. Son responsables además de las tratas de personas, de las mafias, de la corrupción política, de la desesperación, de la explotación laboral, del malestar de las personas de regiones empobrecidas, del cierre de fronteras, de las soluciones militarizadas para el fenómeno migratorio y del crecimiento en Europa de movimientos racistas y xenófobos.   Existen soluciones a estas muertes indiscriminadas de personas. Existen soluciones para que estas personas perseguidas, empobrecidas, desahuciadas, desplazadas no tengan como única salida la muerte, ya sea en sus países o en el Mediterráneo. Gran parte de la solución está en la libertad de movimiento, en la generación de una cultura de solidaridad entre pueblos, en una alianza internacional que atienda las situaciones de las personas en conflictos y pobreza. Pasa por romper una estructura internacional basada en la desigualdad y la explotación que reduzca al máximo los conflictos y que subvierta la consigna velada de que la desesperación es beneficio. Pasa por entender una ciudadanía universal. Pasa por la caída de las fronteras, por la solidaridad y por la construcción de un mundo sin racismo, sin xenofobia, sin desigualdad y con derechos para todas y todos.   Por la libertad de movimientos, no más muertes en el Mediterráneo. Por una acción política rápida y humanitaria a los movimientos de personas de África a Europa y en toda la frontera europea. Por una solución europea de solidaridad, acogimiento y cumplimiento de los tratados internacionales para los refugiados. No a las leyes de extranjería. Por una ciudadanía universal.    

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