España, como la esquizofrenia, es una enfermedad. Y no se elige.
Nunca es libre la sangre.
No se eligen los padres que nos follan
a su imagen y remembranza (academias en sótanos
de ballet y piano, campamentos
católicos, esa tumba
grasienta que abrirá en la pared con gotelé del comedor
el diploma abortado de ingeniería nuclear).
Digo: soy española. Y estoy cantando: las deudas de aquel hambre.
Soy un poema con tres balas
igual que la Gacela Mártir De Las Cunetas.
Soy las sopas de ajo que vomitan los Zombies
Del Veinte De Noviembre.
Y el óvulo en su jaula,
el amor clandestino que excomulga,
el policía que sonríe a la prensa en los desahucios.
España, como las trompas de falopio, es una maldición. Tú no la eliges.
¿No hay pureza en la sangre?
¡Luchemos, pues, la sangre! Y es como estar diciendo: soy los ERES,
el Ébola,
desfiles militares de elefantes heridos, los jirones
de hombre cara al sol
por la estigia alambrada de Melilla.
Soy el tricornio triste del payaso más triste
del tristísimo circo del Congreso.
Soy la plaza con nombre de verdugo,
la sucursal cerrada de tu pobreza abierta; el éxodo
silencioso de tus hijos, repito, de tus hijos,
TUS HIJOS.
España.
Igual que mi esperanza, no se puede
curar.