nº69 | Palestina

Callar Palestina

MATAR PERIODISTAS. CENSURAR LA MEMORIA

El genocidio del pueblo palestino no se inició el 7 de octubre de 2023. El objetivo de eliminar a los habitantes originarios de Palestina y hacer de ese territorio el hogar exclusivo de colonos judíos forma parte del origen mismo de la ideología sionista. Con la creación del Estado de Israel en 1948, la estrategia se hace efectiva con la Nakba (expulsión de 800 000 palestinos), la represión y la ocupación de territorio. Desde entonces, las masacres no se han detenido. Y, en esa estrategia de aniquilación con la mayor impunidad posible, matar periodistas es un paso necesario.

Ahora, en el momento en el que escribimos este artículo, el genocidio en Gaza continúa siendo una realidad, más allá del supuesto alto al fuego escenificado el pasado 13 de octubre en Egipto. Un acto protagonizado por un exultante Donald Trump, que previamente se explayó con un discurso triunfalista en el Parlamento israelí, ante la mirada cómplice y cínica de Netanyahu. Puro teatro al estilo Trump. Horas después, para sorpresa de nadie, Israel siguió matando.

Según las cifras oficiales, más de 68 000 personas han sido masacradas en Gaza por el ejército israelí desde que comenzó la ofensiva de 2023. Alrededor de 20 000 han sido niñes. Además de la población civil, casi 1600 profesionales sanitarias han sido asesinadas por ataques israelíes, 300 eran trabajadores de Naciones Unidas y 250 de esas casi 70 000 víctimas mortales eran periodistas, según los últimos datos de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU. Además, 170 000 personas, que se sepa, han resultado heridas hasta la fecha. Hay números, que son personas como tú y yo, que ya sabemos que no conoceremos.

En Gaza han muerto más periodistas, en los últimos dos años de conflicto, que en las guerras de Vietnam, Corea, Afganistán y los Balcanes juntas. La mayoría de las víctimas han sido palestinas, por el bloqueo que mantiene Israel a la prensa extranjera.

En medio de la brutalidad del genocidio, el asesinato sistemático de periodistas por parte de las fuerzas militares israelíes no ha sido un «accidente trágico», sino un ataque premeditado y descarado contra el derecho universal a la información. Este patrón de violencia, que busca enterrar la verdad, confirma que las estructuras jerárquicas del poder militarizado son la amenaza fundamental a la transparencia y la autonomía popular.

La dependencia de la prensa global de reporteros locales subraya el valor de la comunicación descentralizada y de la verdad emergida desde abajo. El mensaje es inevitable: mientras existan estructuras de poder centralizadas con monopolio sobre la violencia, el derecho de la humanidad a estar informada seguirá siendo un blanco de ataque.

La comunidad internacional y sus leyes han demostrado su incapacidad para detener esta tragedia. Por ello, la exigencia no debe ser la mera protección internacional para periodistas, sino el desmantelamiento de los aparatos de guerra que operan con total impunidad. Necesitamos sanciones, un bloqueo a la venta de armas a Israel, y un compromiso global que supere la narrativa estatal.

La prensa es la última línea de defensa contra la barbarie. Cuando los Estados silencian a periodistas, están matando la posibilidad de conocer lo que pasa y socavando la capacidad de la gente para autodeterminarse. El derecho a estar informade no es un privilegio concedido por los gobiernos, es una necesidad vital que debe ser defendida de la violencia del Estado.

Escribimos esto desde la conciencia de que el asesinato de periodistas no es más grave que el del resto de la población masacrada en la franja de Gaza; que los nombres que aparecen en el caligrama al que acompaña este texto no son más importantes que los del resto de personas asesinadas. Pero el pinchazo que nos produjo el dibujo de nuestro compañero Bernar cuando lo vimos nos recordó la importancia de estar delante del infierno para contarlo al resto del mundo y el coste que tiene para quien lo hace.

Nosotras somos periodistas de formación y de profesión escribiendo desde el privilegio de nuestra madriguera calentita, donde nos apapachamos y gestionamos conjuntamente nuestros sentires. Y precisamente por eso, nos hemos animado a escribir este artículo por todes les compañeres asesinades en la Franja, desde un dolor que desgarra no solo porque nos atraviese su pasión —o más bien la necesidad imperante de informar—, sino porque estamos cansadas de que este sea un deporte de tal riesgo que pone la vida en juego. Cada periodista asesinada no es solo una víctima más del genocidio, sino un intento deliberado de borrar la memoria.

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