“Si el Ejército israelí sigue asesinando periodistas a este ritmo, pronto no quedará ningune en Gaza para informarte”
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nº68 | ¿hay gente que piensa?

La Siesa manca de Lepanto

Poca gente lo sabe pero la Siesa una vez fue manca. Como toda heroína que se precie, en su momento inició un camino de dolor hasta convertirse en la pedazo de siesa que es hoy. Hay que puntualizar que no nació siendo manca sino que lo fue durante un periodo. Comenzó sin darse cuenta. Podríamos decir que lo inició una persona, pero probablemente todo se predispuso durante su infancia. Fue la derecha además, con la que hacía los tratos, saludaba y entregaba el corazón. Ocurrió que una chica llegó y se llevó un dedo. Caminó sonriendo como la que piensa volver y estar de manera incondicional, pero se ve que se perdió por el camino de vuelta llevándose aquel dedo consigo. En esa ocasión la Siesa lo achacó a la falta de pericia con la brújula, quizás algún tipo de accidente invalidante, aunque estaba convencida de que la chica volvería con su dedo que, por cierto, era el dedo de señalar.

Durante un tiempo la Siesa estuvo pidiendo las cosas con la punta de la nariz. Entonces llegó aquella mujer desvalida y se llevó el pulgar. La Siesa dejó de poder agarrar las cosas con la mano derecha, pero se adaptó a la situación. -¡Qué buena eres, cariño, volveré!- le dijo con lágrimas en los ojos, pero nunca volvió. Más tarde apareció una danzarina de ojos brillantes, una mujer con traumas profundos, el chico que era muy guapo y muchas personas más. Todas se llevaron un dedo y, cuando no hubo, comenzaron a coger trozos de brazo hasta que llegaron al hombro. La Siesa tuvo que empezar a depilarse ese sobaco porque le daba vergüenza llevarlo todo el tiempo al descubierto. Solo ese claro, el otro no podía.

Un día de regreso a casa escuchó muchas risas que provenían de un callejón. Allí estaba aquella chica que se perdió, con su dedo índice en el bolsillo. -¡Bendita casualidad!- dijo la Siesa acercándose con toda la cara iluminada de emoción. Pero la chica apenas le hizo caso. No le devolvió palabras de cariño y mucho menos su dedo corazón. De ella solo salió una mirada indiferente. Y así, con aquella certeza de no ser nunca suficiente, iba de vuelta a casa saltando de sombra en sombra, no fuera a ser que alguien la viera llorar cuando, de lejos, oyó que la nombraban. -Cariño, no te había reconocido antes. ¡Qué te quiero!. Estoy en un momento horrible y decisivo de mi vida, ¿tienes un ratito para escuchar?- la siesa se dió cuenta de que no era la chica, ni la mujer, ni nadie, quienes se habían llevado el brazo entero, trozo a trozo, empezando por la mano, sino que ella lo había entregado con la dulzura de quien espera amor. Dijo NO y, el dedo que estaba escondido en el bolsillo de aquella chica, volvió hacia ella en un instante.

Fue el primer NO de todos los NO que aprendió a decir durante el resto de su vida, y a cada NO renacía un poquito más su brazo derecho, hasta que pudo dar la mano a quien sabía que se la iba a devolver.

El último NO se lo dijo a la gente de la cúpula de Lisergia, que eran muy pesadas con el tema de la cuota de feminidad en el grupo.

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