Un bibelot es una figurita pequeña que se usa de adorno. Puede ser una fotito en la estantería, una flamenca en lo alto de la tele de tubo o la última mujercita que habita en lo más hondo de la muñeca rusa y que es la única que ha sobrevivido al paso del tiempo y a las caídas contra el suelo de terrazo. En Andalucía nos gustan muchos estos bibelots, estas mijitas que son recuerdos, que nos transportan y nos dejan embobás. También adoramos las fotos, repartidas por la mesa del salón —secuestrada esta, a su vez, exclusivamente para tal uso— con distintos marquitos, ninguno igual que el anterior. La una haciendo la comunión, el otro en el bautizo de nosequién. Fotografías, frames, parpadeos si quieren; pequeñas congelaciones de la historia de nuestro paso milimétrico por la infinita autopista universal.
Acumulamos, además, anécdotas, historias que son desgracias hechas comedia, previo paso por el tiempo. Una operación que dejó a la tía coja, el otro que se quitó las cataratas y perdió la vista, uno que se divorcia mucho y se sigue casando y haciendo girar la rueda de las bodas, los regalitos y DJs de postín. Hacer del drama una risotada es patrimonio inmaterial andaluz, patrimonio de patris, es decir, del padre que es el páter y no la madre, si no hablaríamos que matrimonio y esto iría de otra santa cosa. Aquí tenemos mucho patrimonio inmaterial porque del material, poquita cosa. Lo material está sobrevalorado, claro que sí, aunque uno se quiere comprar un pisito y Juanmita te los pone a trescientas cincuenta lucas, que dicen lxs chilenxs, yo creo que porque san Lucas es el patrón de los médicos y después de pagar semejante salvajada por un kelly subvencionado uno va directo a que le receten un trankimazín.
Los médicos sí que son patrimonio inmaterial, porque ver a uno se ha convertido en cuestión de fe. Como fantasmas, viven en las sombras, escondidos de nosotrxs, quienes deberíamos ser pacientes, pero cuya paciencia se empieza a agotar; y agotando, gota a gota, como en la estupenda tortura que inventaron los inquisidores, se nos taladra el cerebro esperando que nos llegue el especialista y nos vamos a visitar esta vez a san Pedro, que nos abre las puertas del chalé y, con sorna, suelta: a este alquiler invita la casa. La mudanza que hace uno al otro barrio es la última. Ya se sabe que estas son un buen momento para hacer limpieza y tirar cosas. Es posible que haya llegado la hora de tirar a la basura la última chavalita que queda de las muñecas rusas, elegir solo un par de marquitos y tirar también a la flamenca, que sobre la tele de plasma no se aguanta bien. Toca purgar las sábanas roídas, los calzoncillos que amarillean y a los presidentes que, tranquilamente, nos despatrimonializan nuestras cuatro cositas, nos desderechean los cuatro derechitos que nos quedan y desfelicean nuestra poquita de felicidad en los poquitos frames que tenemos para salir y aparentar en la gran película universal. Ya saben, toca sacar lo malo y quedarse con lo bueno.