nº65 | editorial

Escribir desde sitios incómodos

Ser topitas no significa que seamos unas miembras ocultas de la comunidad que observamos desde nuestros protegidos escondites lo que ocurre en el mundo. Muchas de las lectoras de El Topo nos conocéis: nos encontramos en encuentros colectivos, fiestas o en las calles con cierta frecuencia y, entre otras conversaciones, os lanzamos un «¿qué tienes para mí?». Pero también hay otras muchas que no nos situáis y quizá os preguntéis desde qué posiciones nos expresamos. Es justo. A casi todos los textos que se publican les pedimos que expliciten qué modos y qué respaldos llevan detrás. Esa honradez debe venir también de nuestro lado. Esta posición no es siempre sencilla de mostrar e, incluso, interiormente algunas veces nos genera discrepancias. Porque una cosa es lo que nos gustaría proyectar que somos y otra los elementos que nos constituyen pese a que, quizá, no formaban inicialmente parte del plan.

Somos las primeras que disfrutamos de esos oasis mentales que nos dan los proyectos comunitaristas desinteresados, pero son los menos. Ninguna de nosotras subsiste con estas iniciativas. Formamos parte de las criaturas que habitamos un territorio dañado por la ecología-mundo capitalista. Por eso nuestras voces están impregnadas de todas las contradicciones de este sistema. En concreto hay una pregunta que sobrevuela y a la que nos cuesta dar su espacio: «y tú, ¿cómo llenas a olla de puchero?». Algunas convivimos con proyectos precarios de la Administración pública; otras tenemos proyectos cooperativistas que dependen de subvenciones públicas; otras pertenecemos a instituciones que integran jerarquías cuasimilitarizadas como la Universidad o la empresa privada (pero ¿no son ya lo mismo?), o las más dependemos de trabajos de subsistencia de los que —día sí, día también— queremos salir. Pero sería ingenuo pensar que estos modos de subsistencia son inertes. Son organismos que nos coproducen. Creemos que es importante que se nos reconozca desde esa «impuressa» tanto colectiva como individual.

Por todo esto, hace tiempo que dejó de ser una posibilidad escribir desde las trincheras, si es que alguna vez lo fue. Además del componente bélico implícito la trinchera conlleva un espacio propio del que está excluido, aquello contra lo que queremos luchar. Pero la violencia no la recibimos desde un exterior otro, sino que convivimos con ella en nuestras tareas más cotidianas: haciendo la compra, en los espacios medicalizados, en nuestros trabajos remunerados. Nuestra vida está entreverada con espacios incómodos y con las contradicciones de unos modos de subsistir que casi nunca se alinean con nuestras existencias deseadas. Desde esos espacios también escribe El Topo y queremos empezar a estar orgullosas de estas impurezas. Porque hay historias interesantes que también aparecen y se descubren en esos espacios a los que pertenecemos pero de los que no estamos tan orgullosas. O investigaciones que no serían posibles sin los recursos que nos proporcionan estas instituciones poderosas (y que luego nos los cobrarán condicionando nuestros modos de vida: pidiéndonos hacer papers, presentarnos a convocatorias competitivas o atravesando burocracias infinitas). Nosotras, a cambio, os ofrecemos honradez y una mirada larga que nos permita seguir construyendo cosas. Porque sabemos que somos unas privilegiadas si podemos dedicarle un tiempito cada mes a El Topo en vez de buscar la manera de que nuestra olla esté llena. Y porque esos espacios incómodos desde los que escribimos no solo nos construyen en sentido negativo (tristezas y miedos), sino que también son los que nos hacen sacar fuerzas cada día para levantarnos y seguir en la lucha.

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