Manuel García Patiño y Juani Sánchez Romero, de ochenta y dos y ochenta años respectivamente, nacen en Nerva, un pueblo de la Cuenca Minera de Huelva. Desde su juventud se implicaron directa e indirectamente en las luchas sociales y laborales de su comarca.
¿En qué consistía tu trabajo en la mina?
Pues yo trabajé en la mina desde los dieciséis años hasta los cincuenta y tres, que me jubilé por el Estatuto Minero. Entré de aprendiz y, antes de ir a la mili, me hicieron oficial de tercera, luego vine del ejército y estuve trabajando en la mina en diferentes departamentos: central eléctrica, fundición, contramina, etc… En otra parte estuve llevando el mantenimiento de los contadores de la población de las Minas de Riotinto, me pasé a la explotación recién abierta del Cerro Colorao, llamada «la mina de Patiño», y allí terminé mi carrera profesional.
¿Cuáles fueron las huelgas mineras más importantes de la comarca?
De las anteriores no recuerdo nada, pero la primera que recuerdo fue por los años cincuenta, que tendría yo unos dieciocho años. Yo no tenía mucha constancia de por qué se hacía esa huelga, pero veíamos que los departamentos de la mina iban parando poco a poco y cuando llegó al mío, pues nos unimos y nos quedamos casi unos quince días de huelga. Ahí empezaron a despedir a algunos porque unos jefes de departamento defendieron a sus trabajadores y otros no. Yo tuve la suerte de que, en el departamento, nuestro jefe nos defendió a todos y no hubo despidos.
Después me pasé a Patiño, donde habían po las reivindicaciones sindicales que había antiguamente, como las cuarenta horas semanales. Nosotros, al llegar a las cuarenta horas cerrábamos el departamento y nos íbamos tos a casa a nuestro costo. También luchamos por tener café, que era una cosa que solo tenían los jefes de departamentos. Las salidas y otras cosas que se lucharon en su momento, pero que con el tiempo se van perdiendo.
Una huelga mu grande fue la lucha por la apertura del hospital de Riotinto, donde estuvimos treinta y cinco días encerrados en los vestuarios de la empresa. Había intención por parte de varios parlamentarios de Aracena de abrirlo allí por intereses financieros, los intentos de cierre de la mina o el vertedero de Nerva.
¿Cómo empezaba una huelga?
Yo me montaba en la «camioneta», dirección a la mina, y a la altura del Cerro Colorao ya veíamos si los camiones de gran tonelaje estaban funcionando o iban a medio gas, porque eran los que arrancaban la jornada. Había tres turnos: uno, a las diez de la noche; otro, a las siete de la mañana y otro, a las dos de la tarde. Entonces, al entrar en turno, los camiones eran los que nos indicaban si había huelga o no. Si las máquinas no funcionaban había parón y, por lo tanto, huelga.
¿Nos podrías hablar un poco de la huelga por el hospital de Riotinto?
En aquella época yo era del sindicato de CC OO. Yo estuve en el comité de empresa Patiño, de Riotinto, y cuando se quiso poner el hospital, yo estaba en el comité, y nosotros nos reuníamos porque teníamos a nuestro favor al director del hospital de Riotinto mientras era privado, de la mina, que trabajaba en la mina y no en la Seguridad Social. Le pedimos que nos ayudara a recavar noticias de la situación y nos reuníamos a la una de la madrugada en mi casa, en la salita de dentro con la luz así como apagá para que no nos viera nadie. Y allí hablábamos de lo que haríamos al día siguiente, y otras veces nos reuníamos en el hospital, donde le propusimos ser el director del hospital cuando pasase a ser de la Seguridad Social.
Ese hospital se quiso hacer porque aquí hay una localidad cerca de Nerva que se llama El Madroño, y entonces la gente, cuando se lesionaba muy grave, algunos no llegaban al Madroño, que está a cuatro o cinco kilómetros de Nerva, porque los llevaban a Sevilla. Y hubo una muerte de un señor de Zalamea que no pasó del Madroño, y entonces nosotros empezamos ahí a reivindicar el hospital de Riotinto por la Seguridad Social, que tenía que ser de cien camas. Y para que eso existiera, tuvieron que intervenir la mutuas laborales porque no cumplían las expectativas de cartilla para tener un hospital de cien camas. Entonces metieron a toda la Sierra, las mutuas laborales y parte del Andévalo.
Así que allí nos reuníamos, en mi casa, a media luz, de madrugada. Yo fui avisado por un conocido mío Guardia Civil de que anduviera con cuidao, que la brigadilla (de antiguamente) me estaba vigilando.
Y en esos treinta y cinco días de encierro incluso parábamos los camiones que pasaban para pedirles comida o que nos llevaran a los pueblos para poder mantener la comida para tantas personas durante el encierro. En unos pueblos nos atendían y en otros los mismos alcaldes o los concejales nos denunciaban.
¿Has recibido más amenazas o represalias por hacer huelga?
A mí me han amenazado muchas veces. A un familiar le dijo un alto cargo del Ayuntamiento que si me quitaba de las manifestaciones antivertedero lo colocaría en el ayuntamiento.
¿Cómo fue la huelga por la amenaza de cierre de la mina?
La mina tenía dos laboreos: el primero era el mineral cobrizo y el segundo el oro que se refinaba en Suiza. Querían parar la línea del cobre, que era la principal y la que sustentaba la mina, con el favor de todos los alcaldes de la Cuenca Minera (primer año de los alcaldes democráticos), siendo uno de ellos Ricardo Gallego, del Partido Comunista, al que le pegaron en El Campillo. Fue una huelga general donde cerramos con controles las entradas y salidas de los pueblos. Todo el que iba a trabajar, no podía pasar. Y allí íbamos registrando todo lo que pasaba. Pasó un coche fúnebre y lo paramos y abrimos el ataúd a ver que no fuera nadie escondido.
Aparte de ustedes los mineros, ¿qué otras personas del pueblo participaron en las huelgas?
Luego se implicaron las mujeres, los niños… Todo el pueblo. Hasta la llegada de los antidisturbios. Con doscientas personas allí haciendo turnos.
¿Hubo otras luchas o reivindicaciones sociales de la comarca aparte de las relacionadas con la mina?
Una muy grande fue la del vertedero. El vertedero fue una lucha social donde quisieron imponernos un vertedero y nosotros dijimos que no. Algunos alcaldes hicieron algo así como un referéndum y la mayoría dijeron que no querían el vertedero aunque lo vendieran como una cosa muy fabulosa. Un paraíso que cuando se cerrara iban a convertir en praderas. Lo que creó división en el pueblo.
El alcalde de esa época, un tal Villalva, que dios lo tenga en su suerte, se vendió a la Administración, que en esa época era socialista. Y dividió al pueblo tanto tanto, que incluso había padres en un bando e hijos en otro.
¿Decían qué iban a ser los vertidos?
No. Ahí se decía nada más que iba a ser de algodones, grasa, de empresas, cosas estériles sin importancia… Pero nunca de residuos tóxicos y peligrosos. Esas palabras nunca se decían. En esa época, la empresa minera necesitaba dinero y la Administración le compraba acciones a cambio de apoyar el vertedero. Y los mismos jefes y directores de las empresas amenazaban a los trabajadores para quitarlos de las manifestaciones, porque las manifestaciones eran diarias y masivas en el pueblo de Nerva. Por lo que los alcaldes no colocaban a nadie en el ayuntamiento que fuera a las manifestaciones. Si tenían un negocio, les decían que se lo iban a cerrar. La empresa de la mina les decía a los trabajadores que si iban a las manifestaciones a sus hijos no los colocaban. Se perdieron familias, se perdieron amistades y se perdieron muchas cosas, consentido por este tal Villalva.
Hoy en día quieren agrandar el vertedero cinco veces más de lo que hay ahora, y ya está lleno. Antes, cuando estaban los socialistas, los de derechas querían cerrar el vertedero, y ahora que están los de derechas, les tiran la pelota a los socialistas, que quieren cerrar ahora el vertedero. Eso se puso y el vertedero será eterno. Todos los residuos peligrosos de Europa los traen aquí a Nerva.
Juani, ¿cómo recuerdas la lucha antivertedero?
Esta lucha estuvo sin descanso cuatro años, diariamente. En Reyes, domingos, festivos, lloviendo, venteando, con frío, con calor… Sin aburrirnos. Luego, la lucha siguió no tan de seguido, pero nos reuníamos por lo menos una vez en semana; luego, una concentración; luego, venía a hablar un perito y también nos concentrábamos. Muchas cosas. Esta lucha ha seguido muchos años. La primera vez que escuchamos del vertedero fue en el cumpleaños de mi nieta, que lo estábamos celebrando en mi casa y escuchamos por los megáfonos del paseo a un ecologista hablar del vertedero. Y de esto hace treinta años. La gente no nos íbamos ni de vacaciones. Porque ahí fue cuando los empresarios empezaron a amenazar a los obreros que iban con sus familias enteras. No dejaban ni que sus madres fueran, ni ningún familiar.