nº64 | política global

Un proyecto de odio, autoritarismo y explotación

El ascenso de la extrema derecha en perspectiva histórica

En 1924, el Partido Nacional Fascista italiano, dirigido por Mussolini, ganaba las elecciones italianas, suponiendo la entrada del fascismo en una institución europea. Hoy, cien años después y tras los resultados electorales en el Parlamento Europeo y Francia, suenan todas las alarmas sobre el auge de la extrema derecha y el fascismo en Europa. A estos dos casos, debemos sumar el Gobierno de Meloni en Italia, a Vox en España, Chega en Portugal y otros casos como Milei en Argentina, siguiendo la estela iniciada por Trump. ¿Qué aspectos comunes y diferencias tienen el fascismo clásico y la extrema derecha actual?

El fascismo surge en la década de 1920 en Italia y Alemania en un contexto de crisis capitalista: política y social (destrucción de la Primera Guerra Mundial, desafección hacia los regímenes políticos o revoluciones obreras) y económica (pérdida de colonias, economías destrozadas y la Gran Depresión). En este contexto, la burguesía apuesta por el fascismo como solución, especialmente en un momento donde las revoluciones obreras triunfaban (la revolución Rusa de 1917 o la Hungría comunista de Béla Kun en 1918) o amenazaban con hacerlo (Trienio Bolchevique en Andalucía, Bienio Rosso en Italia o los espartaquistas en Alemania).

Para ello, desarrollaron un discurso y una praxis política basada en el ultranacionalismo, la persecución a minorías y «enemigos» del país, el imperialismo, la exaltación de la violencia, la defensa de los valores tradicionales, el autoritarismo y, en última instancia, un disciplinamiento de la clase obrera, todo ello bajo el paraguas de un Estado que controlaba todos los aspectos de la vida. Ninguno de estos ingredientes del fascismo son nuevos y ya se venían desarrollando en la Europa capitalista e imperialista en décadas anteriores, pero ahora lo hacen bajo el barniz de un discurso rupturista y «antisistema».

Para conseguir sus objetivos, un fascismo bien financiado por grandes corporaciones (Ford o BMW) atrajo a sectores descontentos de la clase media y obrera, excombatientes de la Primera Guerra Mundial, clases medias y altas y sectores conservadores, a la vez que perseguía a los partidos y movimientos de izquierda. Para ello, se valió de los medios de comunicación y la propaganda, la creación de grupos paramilitares o, finalmente, la vía electoral. De este modo, el gran capital consiguió arrinconar las alternativas revolucionarias en unas décadas (20s-40s) de ascenso de luchas, institucionalizando el modelo fascista que, en términos generales, sería derrotado o dejaría de ser útil tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

La Guerra Fría (1947-1991) inaugura un periodo en el que la política europea se ve condicionada por dos aspectos: recuperar el poderío económico en una Europa destrozada y evitar la influencia de la URSS y el comunismo. Para ello, la respuesta será situarse bajo la protección económica y militar de los EUA, desarrollar económicamente al continente, aplacar al movimiento obrero y evitar situaciones políticas abiertamente fascistas. Así, el fascismo es sustituido por el conservadurismo político, de tinte más o menos reaccionario, que permitía algunas expresiones de izquierda muy controladas. Cuando el movimiento popular (en las metrópolis o en las colonias) aumentaba, las burguesías no dudaron en financiar y permitir grupos fascistas que les hicieran frente, como vemos en Francia, Italia, Alemania o España.

Actualmente, el auge de la extrema derecha debemos enmarcarlo en un contexto de crisis del capitalismo europeo. En primer lugar, una larga crisis capitalista que se inició en el 2008 y que ha tenido distintos momentos de recaída o recesión (2020 o 2023), por la que los grandes capitalistas buscan nuevas formas de aumentar sus beneficios: redoblando la explotación neocolonial (África, Palestina), haciendo la guerra económica o militar a las nuevas economías emergentes (China o Rusia) o precarizando y explotando a los pueblos europeos. Una crisis ecológica, derivada de la explotación del planeta y las consecuencias climáticas, ambientales, etc. A esto se le suma una crisis social, con el aumento de las desigualdades de clase en sociedades cada vez más multiculturales y diversas, lo cual genera tensiones en ciertos sectores con valores conservadores y tradicionales. A estas crisis, se suma la crisis política vinculada tanto al desgaste de los partidos tradicionales, incapaces de resolver los problemas de las mayorías sociales, como a las tensiones que crea la Unión Europea, su imposición de políticas o la pérdida de soberanía de los Estados.

Frente a esta realidad, se ha potenciado en los últimos años una extrema derecha como respuesta de las clases altas para frenar las aspiraciones de cambio social de algunos sectores sociales que se había materializado en proyectos de izquierda más o menos radicales. Esta extrema derecha utiliza el nacionalismo excluyente, el odio a las minorías (migrantes, población LGTBI, etc.) y un discurso rupturista para atraer a un sector de la población descontenta, sobre todo clases medias y algunos sectores de clase trabajadora, que canalizan a través de los medios de comunicación y las redes sociales, así como la vía electoral. Cabe destacar que, a diferencia del fascismo, el uso de la violencia es más moderado, en tanto tienen los mecanismos policiales estatales para aplicar la represión a las expresiones más radicales del movimiento popular. Pero, cuando lo necesitan, no dudan en aplicar la violencia, como vemos en casos como Desokupa en el Estado español, la violencia xenófoba en Francia o los recientes desfiles de neonazis en Milán.

En conclusión, nos encontramos en un momento histórico de reacción capitalista que, en vez de tomar una forma más agresiva y violenta como el fascismo histórico, ha tomado la forma de una extrema derecha que, utilizando formas más suaves, quieren aplicar su proyecto de odio, autoritarismo y explotación para aplacar las ansias de cambio de una parte de la sociedad.

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