La ratificación del Convenio 189 de la OIT fue un triunfo para las trabajadoras del hogar, ya que era una reclamación histórica para sus organizaciones. Sin embargo, la política no se reduce a grandes hitos, sino a la cotidianidad que sostiene la vida de las que se organizan.
El asfalto ya arde aunque aún no ha comenzado el verano. Es cierto que hoy en día decir esto desde algunas regiones de la península es decir bien poco. Hablamos de Madrid, el masculino genérico de los paisajes de fondo en la escritura nacional. Podría ser cualquier día, pero no es un día cualquiera. Nueve de junio, dos años atrás. La plaza frente al Congreso de los Diputados es un crisol de cánticos, logos estampados en camisetas y de maletas con ruedas de turistas, las que con suerte no tendrán que facturar. Esto podría ocurrir cualquier día, pero una no se embarca en la misión de cruzar el río Manzanares y atravesar el centro de la ciudad un día cualquiera. Es nueve de junio de 2022.
Formando corrillos hay distintos grupos de mujeres que se agolpan alrededor de teléfonos móviles con la aplicación de Youtube abierta y el pleno del Congreso de los Diputados retransmitiéndose en directo. En el 2011, la Organización Internacional del Trabajo había aprobado el Convenio 189 de la OIT sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos y, justo después de once años de espera, el Congreso lo estaba ratificando. Este convenio es en realidad una cuestión de mínimos y una reclamación histórica de los colectivos y asociaciones de trabajadoras del hogar y los cuidados. Surgió tras concluir que, a nivel internacional, este era un sector desprotegido, y establece derechos básicos como garantizar la libertad de asociación o eliminar el trabajo forzoso. En teoría, si un Estado ratifica el convenio, está obligado a tomar medidas y a adaptar la normativa interna al dictamen internacional para mejorar las condiciones de las trabajadoras. Todo esto le contamos a los turistas que se acercan con su equipaje rodante y que quieren entender por qué hay tanta gente y, sobre todo, la gran pregunta: por qué hay tanta gente contenta. Qué se celebra. It’s hard to explain. Pero lo voy a intentar.
Es junio, pero unos años antes. Ahora estamos en el 2018. Me presento por primera vez en una actividad de servicio doméstico activo (Sedoac), una de las asociaciones de trabajadoras del hogar más activa del Estado español. Por aquel entonces yo soy una estudiante de máster que quiere empezar en eso que se llama investigación-acción o etnografía colaborativa. Mis preguntas eran muy vagas, pero en ese primer encuentro desmentí algunas hipótesis de partida. En primer lugar, me imaginaba que las personas más activas en la asociación serían las mujeres que dentro del sector tuviesen más tiempo libre y mejores condiciones laborales. Además, también partía de la idea de que el contenido de las actividades sería puramente político, es decir, de lo que yo entendía como político, que a su vez era lo que se entendía por político en muchos ámbitos, siendo uno de ellos la academia y, en concreto, el estudio de la acción colectiva.
Allí la realidad era bien distinta. La mayoría de las mujeres que estaban participando de la actividad, y que formaban parte de la asociación de manera activa, eran internas. Por ley, tienen derecho a 36 horas consecutivas de descanso los fines de semana, así que los sábados por la tarde y los domingos son el momento que tienen para relajarse, entretenerse, conocer a otras personas. Además, el contenido de la actividad tampoco era el que imaginaba. El taller, facilitado por una cooperativa, iba destinado a aprender conceptos básicos de fotografía para grabar contenido audiovisual destinado a la incidencia política. Sin embargo, esta finalidad era moldeada por las propias participantes, que con los móviles buscaban cómo realizar un buen encuadre para las fotos que querían subir esa tarde al Facebook. Fotos que serían vistas por todos sus contactos, entre ellos, sus familias al otro lado del charco.
La ratificación del Convenio 189 que se celebraba aquel caluroso día de junio y el Real Decreto 16/2022, publicado unos meses después, que introducía avances legislativos como la eliminación del despido por desistimiento o la posibilidad de acceder a la prestación por desempleo, son algunos de los hitos más visibles de las organizaciones de trabajadoras del hogar y los cuidados. Política en mayúscula, que dirían. Sin embargo, reducir la política a estas instancias es caer en el mismo error que perpetúa la dicotomía privado-público. Compartir tiempo con Sedoac y con Territorio Doméstico, otra de las asociaciones con las que realizo una etnografía que sigue en curso, ha sido imprescindible para entender el papel que juegan los colectivos en la propia reproducción de la vida de las trabajadoras del hogar. Mucho más que espacios en los que se articulan demandas centradas en la mejora de condiciones laborales o en la derogación de las políticas migratorias, estas asociaciones son dispositivos de bienestar colectivo en los que las trabajadoras se ven contenidas por el grupo. La política, en su devenir y como proceso inacabado, no prefijado, se despliega en la vida cotidiana de las trabajadoras y en funciones que las asociaciones desempeñan y que no siempre implican la aparición en el espacio público.