Nos resulta muy difícil dar con una historia tradicional donde el lobo sea el bueno ya que siempre se ha pintado como el malo del cuento, pero la realidad de esta especie es mucho más profunda, fascinante y necesaria para todo nuestro equilibrio natural.
Siempre nos han enseñado la parte mala: «el lobo que se come a Caperucita» o esa imagen del «peligroso lobo solitario»; pues bien, vamos a desmontar mitos. No nos enseñaron que, además de la mala fama, son animales con un fuerte compromiso social entre ellos, es cierto que tienen una organización jerárquica, pero también son animales sociales que viven en manada, y cuando se dice que «el poder del lobo reside en la manada» es absolutamente así. Un lobo solitario, sin duda, siempre será el que peor lo tenga para sobrevivir; sin embargo, existen varios estudios de campo donde se observaron y radiomarcaron individuos de esta especie con algún tipo de problema físico que gracias a la manada pudieron sobrevivir, ya que, asumiendo su papel secundario, fueron alimentados y cuidados por el resto. En el fondo, estos animales nos enseñan que a pesar de regir la jerarquía de la pareja reproductora, encontrando su papel en el grupo, todos sus individuos tienen cabida.
Pero obviamente que existe jerarquía y competencia en la especie, ya que hablamos de un gran depredador, con sus herramientas e instintos muy necesarios para la supervivencia en el mundo salvaje.
Igual que hablamos del papel fundamental de la manada en esta especie, debemos conocer el papel imprescindible que tiene el lobo en nuestro ecosistema; concretamente, nos vamos a centrar en la península ibérica. Nos encontramos en una zona donde no abundan especialmente los grandes depredadores, concretamente en la península ibérica tendríamos al oso, el lince y el lobo como grandes carnívoros no estrictos, pero ya sabemos que ninguna de estas especies está en toda la península y, además, una serie de especificidades en los dos primeros hace que solo el lobo ibérico quede como depredador generalista capaz de regular todas las especies que tiene por debajo en la cadena trófica. Así mismo, este animal es capaz de cazar ungulados tales como el ciervo, el corzo o el jabalí, especies que por su gran tamaño no son tan fácilmente depredadas por otros animales.
Cuando hablamos del papel regulador de esta especie, nos referimos a la capacidad de controlar las poblaciones de los animales que se encuentran por debajo suyo, además de minimizar enfermedades y plagas en el campo que solo los grandes depredadores son capaces de hacer, ya que eliminan a los animales más débiles. Este tema levanta mucha controversia y hay colectivos de cazadores y cazadoras que defienden que esa regulación poblacional ya se hace a través de la caza, cosa que es falsa, puesto que la caza que actualmente abunda en la península ibérica es caza deportiva, es decir, se «tira» al trofeo más grande, no a los enfermos ni débiles, sino a los mejores ejemplares. Por otro lado, podríamos entrar en el negocio de las cotos de caza, donde se pretende que haya buenos y, sobre todo, abundantes ejemplares para cazar, por lo que la teoría de la regulación poblacional también se desmonta. Un ejemplo claro de esta regulación natural que hace el lobo ibérico como gran depredador lo encontramos en la sierra de la Culebra (Zamora), una de las zonas con más densidad de lobos de toda Europa occidental. En este territorio podemos encontrar los ciervos más grandes de toda la península ibérica y, obviamente más sanos gracias a esa selección natural que ejerce el gran depredador.
Pero está claro que no podemos pensar en el lobo como un animal aislado sin tener en mente la relación tan estrecha de esta especie con el ser humano desde el principio de los tiempos, en algunos casos como animal tótem y en muchos otros como un enemigo público de las actividades cotidianas y tradicionales humanas, sobre todo la ganadería extensiva. En este mundo tan moderno y desarrollado en que vivimos, el afán de salvaguardar las actividades tradicionales se hace casi una obligación, ya que están en claro declive. Pero parece que este afán por defender «la raíz» (y en este caso el sector primario) hace que desviemos el foco del problema fundamental. Hablar de que la presencia de depredadores como el lobo ibérico va a acabar con actividades tradicionales como la ganadería extensiva es simplificar muchísimo el gran problema que sufre este sector y sirve para desviar la atención a cómo desde las administraciones (empezando por la Unión Europea y acabando en el último ayuntamiento de pueblo) se está dejando morir. El problema del sector primario y la vida rural no es el lobo ibérico, ni el zorro, ni los carnívoros en general; el problema es cómo se hacen políticas donde se incentiven las actividades rurales, el consumo sostenible y de cercanía (en este caso, la ganadería extensiva), donde sea rentable frente a la industria cárnica actual, a cómo se ayuda con medidas de prevención a los y las ganaderas, escuchando a ese sector de pastores y pastoras que defienden al lobo como regulador de enfermedades (que en muchas ocasiones pasan al ganado) e incluso a esos que se ofrecen a enseñar a cómo trabajar con los mastines, y volver a trabajar el ganado de la manera tradicional, para retornar a la coexistencia necesaria. Pero está claro que es más fácil echar la culpa del desastre de las actividades tradicionales y el sector primario al lobo, en vez de hablar del desmantelamiento y la falta de capacidad de subsistencia que se da actualmente en las zonas rurales por culpa de las políticas actuales.
Cuando algo no nos cuadra lo arreglamos queriendo quitarlo de nuestra vista sin importarnos las consecuencias que puede acarrear. Pero hay una cosa clara y es que en este mundo todes tenemos nuestro papel y, tal vez, esto lo deberíamos aprender de los lobos.