A meses de la noticia sobre las denuncias formuladas contra el reconocido doctor en Sociología Boaventura de Sousa Santos, se pretende reflexionar acerca de la necesidad de despatriarcalizar y descolonizar los saberes hegemonizados en la Academia.
En abril del corriente año 2023 se publicó en inglés el libro Conducta sexual inapropiada en la Academia, en el cual trascendieron los testimonios de tres mujeres que acusaron de «extractivismo académico» e «incesto intelectual» al profesor estrella del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra. A ellas se les sumó la diputada brasileña Bella Gonçalvez, quien también se reconoció víctima del mismo señor durante sus años doctorales. Otra voz, desde otra latitud, había señalado hace años este mismo comportamiento depredador del renombrado pensador de izquierdas portugués. Las razones por las cuales este último caso ha sido sistemáticamente invisibilizado dejan al descubierto las dinámicas racistas que interseccionan las situaciones de violencia patriarcal en el seno de la producción de saberes.
La superviviente es Moira Millán, weichafe (guerrera) mapuche de las tierras de Puelmapu, conocidas como Patagonia argentina. El hecho tuvo lugar en 2010, tras una visita de la referente indígena a Portugal. Los detalles del encuentro se documentan ya en numerosos portales de noticias (1). Sin ánimo de revolver un episodio que despierta asco, quisiera destacar las diferencias que este evento violento ha tenido respecto del tratamiento de la denuncia que las académicas formularon de forma indirecta al especialista en Epistemologías del Sur.
«Fora Boaventura» pregonaba el grafiti en la pared frente al centro de estudios del acusado abusador, día tras día, a pesar de los reiterados intentos de cubrirlo. Esta forma de denuncia anónima dio título al capítulo de las denunciantes en el libro, «Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía». Quizás las redactoras desconocían la existencia de otros casos similares, pero cabe preguntarse: ¿Qué voces son audibles para la Academia? Moira ha expresado que en reiteradas ocasiones comunicó el hecho a personas de ese ámbito, y que rechaza, desde lo acontecido, coincidir en una misma mesa de debate con el abusador. Sin embargo, no ha sido hasta la publicación del mencionado artículo que exponentes de la comunidad del saber se han hecho eco de las violencias y han manifestado su repudio.
La weichafe cuenta en su relato cómo un compatriota le sugirió, a días del hecho depredador, no hacerlo público, puesto que su episodio podía ser instrumentalizado por la derecha portuguesa. Esta dinámica se repite una y otra vez, en los silencios encubridores que reproduce el patriarcado. Se recrudece aún más cuando, lejos de provocar una reflexión profunda y crítica —y una consecuente responsabilidad sobre los hechos—, el acusado actúa como nos tiene acostumbrades el machismo: en su descargo, el señor tiene el descaro de invertir la sospecha, cuestionar a las supervivientes y amenazar con acudir con una querella a la justicia. El doctor, quien promueve desde sus epistemologías un uso contrahegemónico del derecho, utiliza este instrumento regulador para perpetuar en la práctica lo que condena con su pluma. Y lo realiza con total impunidad, amparado en el clan que asegura resguardo entre machos y cómplices.
Las violencias patriarcales en los espacios donde se gesta pensamiento científico se despliegan en incontables manifestaciones. Es el sujeto por antonomasia de la modernidad (hombre cis, blanco, heteronormado, capaz, burgués…) quien riega con sus apellidos las bibliografías con las que se estudia, lidera las conferencias y los tribunales donde se evalúa el saber. Las mujeres blancas continúan en el siguiente escalafón de una pirámide que impide el acceso equitativo de las múltiples diversidades a los mismos espacios. El tráfico de producción científica y sus políticas de citación siguen rutas que endiosan solo a un puñado de estos personajes. Los estudios sociales críticos y, en particular aquellos que se jactan de feministas, fracasan desde sus estructuras en intentos por subvertir las violencias que continúan reproduciendo. Quien escribe ha sido testiga de cómo, por ejemplo, dicta clases sobre violencia machista un médico forense acusado en reiteradas ocasiones también de abuso y que lejos de retirarse, es uno de los redactores del protocolo contra las violencias machistas de esa institución.
La Academia, en singular, se erige como la institución que produce pensamiento. Brinda sustento teórico al progreso. Bajo sus propios postulados, decide con supuestos de validez qué es o no conocimiento, lo cuestiona y analiza. Desde los albores de la modernidad, ha sido un espacio reservado solo para las masculinidades. Para erigirse única y universal, condenó a la hoguera los saberes comunitarios y ancestrales de incontables mujeres y diversidades en los siglos de oscurantismo europeo. Al remanente, lo recluyó —junto con las instituciones normativas que supieron crearse de su mano— al espacio privado. Pero la Academia no solo está viciada de patriarcado. Anclada en el proyecto de la modernidad que los filósofos iluministas trazaron, ha sido y es arma de justificación y negacionismo del genocidio colonial y racista que se perpetra en los pueblos del Sur. Para profundizar su poder, continúa expropiando saberes y exotizando culturas.
Frente a este laberinto que parece irresoluble: ¿Qué caminos se deben abrazar para poder enfrentar tantas violencias repetidas en los espacios académicos? ¿Cuánta permeabilidad tienen las estructuras jerárquicas de las instituciones del saber para procurarse una revisión crítica, antipatriarcal, antirracista y decolonial de sus prácticas y sus integrantes? Pareciera que las respuestas se agotasen en mecanismos que prevengan y sancionen, mediante protocolos, cualquier actitud racista y patriarcal dentro de las instituciones. El verticalismo propio de la Academia impide la eficacia de estas regulaciones, y en la mayoría de los casos, las denuncias se licúan sin lograr remover a sus miembros ni propender a cambios profundos.
Las respuestas punitivistas no son los horizontes que muchas feministas pretendemos. Necesitamos ir más allá, incluso fuera de los perímetros que la propia Academia traza, para ensayar maneras de remendar tanto tejido dañado.
Moira Millán, luchadora sobreviviente del abuso mencionado, y de tantas violencias y despojos contra ella y sus lagmien (hermanas), no solo quiere denunciar penalmente al pensador. Con otres, desde el Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir, están bordando formas de hacer posible otro mundo. Frente a una Academia euro y norcéntrica, con pretensiones de objetividad, racista y patriarcal, elles proponen caminar un sueño: la pluriversidad. Se trata de un proyecto educativo que busca revertir las injusticias que atraviesan mujeres y diversidades indígenas, e intervenir en escenarios de múltiples violencias a través de herramientas que permitan transformar sus realidades. Sus herramientas se apoyan en saberes ancestrales y otros conocimientos que consolidan formas de vivir en reciprocidad, respeto, y amor a la Tierra y a todos los seres y fuerzas que en ella habitan. Es una propuesta educativa que pretende divulgar las formas de justicia de sus pueblos, recuperar sus epistemologías y fortalecer sus saberes, en diálogo con otros saberes. Hay muchos universos dialogando entre sí. El objetivo de la pluriversidad es promover el Buen Vivir. Por lo tanto, las áreas temáticas que incluye son amplias y sus metodologías diversas comparándolas con las de la «educación bancaria». Alimentación, acceso al agua, bioconstrucción, sistemas energéticos alternativos, idiomas originarios, periodismo y cine indígenas, artes, espiritualidad, cosmovisión y defensa del territorio entre otros. Se pretende un proyecto autónomo, llevado a cabo por miembres de las comunidades indígenas del movimiento.
Frente al pensamiento universal, pluriversidad de maneras de habitar el mundo para procurar el Buen Vivir. Frente a la fragmentación cuerpo-mente derivada de la modernidad, pluriversidad de seres que se conmuevan y empaticen entre sí y con todo lo tangible e intangible que les rodea. Frente a la cultura patriarcal, depredadora de cuerpos y territorios, cuidados comunitarios, medicina ancestral, fuerza de las diversidades y mujeres entretejidas.
Quizás despatriarcalizar la Academia sea despegarse de sus ídolos, destronarlos de sus sillas, echarlos a un lado de las grandes bibliotecas, y procurar observar y aprender de otres otras maneras de construir conocimientos que promuevan otros mundos posibles. Volver nuestros sentidos hacia les guardianes ancestrales de los cuerpos y territorios de todos los márgenes y latitudes, que construyen conocimientos —en plural y diversos— desde tiempos inmemoriales. Dejarnos conmover nuestras anestesiadas y bien educadas mentes y desalambrar las murallas de nuestros racismos y machismos interiorizados.
Y entonces, la realidad.
Mientras este texto se entrega, me comunican desde el Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir, que el dinero destinado para cubrir el techo del lugar donde pretenden realizar el proyecto de la Pluriversidad ha tenido que ser destinado al arreglo de una bomba de agua. Precariedades propias de este sistema que les sigue dejando al desamparo y casi invisibles, en un ajedrez extractivista que reduce a los sures globales a condiciones de constante pobreza. Es profundamente político qué y a quiénes sostenemos con nuestro dinero, comprando un libro o tomando un taller: ¿A quienes perpetran patriarcado o a quienes luchan con sus vidas para hacer otros mundos posibles? Dejo a continuación sus redes.
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Instagram: @mmujeresindigenas.
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Facebook: Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir.
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(1) Moira Millán: «No me iba a dejar violar aunque fuera Boaventura», en https://www.elsaltodiario.com/violencia-machista/tengo-denunciar-bonaventura-sousa-santos-hombre-presumiblemente-izquierdas