El pasado 29 de septiembre llegamos a Cisjordania para conocer de primera mano la situación en la que vive el pueblo palestino bajo el control del fascista y falso Estado de Israel. Entre otros objetivos, quisimos articular este escrito dialogando con mujeres palestinas, residentes en Cisjordania, en distintas situaciones sociales, laborales, etc. Buscábamos que fueran ellas mismas quienes contaran sus historias, que nos hablaran sobre su lugar en la resistencia y la lucha del pueblo palestino, de su papel en la trasmisión de la identidad palestina, de las múltiples violencias a las que se ven sometidas bajo el doble sistema opresor colonial y patriarcal, de la cotidianidad que sostienen junto a familia, amigas y compañeras militantes.
Sin embargo, la incursión de Hamás en territorio ocupado la mañana del 7 de octubre no permitió que completáramos nuestro objetivo. Cada noticia que llegaba de las primeras masacres en Gaza aumentaba la antes normalizada tensión en Cisjordania. Ya habíamos establecido algún contacto con mujeres que entendíamos esenciales para componer una visión amplia y completa de lo que significa ser mujer en Palestina, pero no todas las entrevistas y conversaciones que teníamos en mente pudieron llevarse a cabo. Continuar con este artículo es pues un acto de rebelión contra el terror de un Estado fascista que intenta acallar las voces de las más vulnerables, y, puesto que muchas depositaron su confianza en nosotras para transmitir, al menos en parte, sus historias, vemos necesario haceros llegar parte de sus palabras.
Porque no hay una única manera de ser mujer, no hay una manera de serlo en Palestina. Y como tampoco hay una única manera de luchar y resistir ante el apartheid sionista, en Palestina se produce un cruce de realidades que despliega ante sí todas las variedades posibles de identificar a la mujer en la resistencia palestina.
Selina y Ghazal (15 y 14 años), voluntarias en un campamento de refugiados, nos hablan de esta diversidad: «las mujeres pueden ser combatientes, lanzar piedras y cualquier cosa que hagan los hombres. Puedes salir a la calle y alzar tu voz. Nadie lo va a impedir. Pero otra forma de resistir puede ser cuidar de nuestra cultura, coser nuestros vestidos tradicionales. E incluso en estas condiciones en las que vivimos, las mujeres también podemos criar hijos, tener familias». Dhima y Shad, estudiantes de Trabajo Social en Belén, inciden en un rol de la mujer menos público y más reproductivo: «en general, las mujeres no están en la resistencia directamente. Pero sí indirectamente, siendo las responsables de educar a los niños en política y transmitir la cultura palestina. O trabajando como enfermeras y doctoras, curando a nuestros heridos».
Para las mujeres palestinas, cualquier acto es sinónimo de resistencia. Y resistir es asumir ser objetivo de la violencia diaria que ejercen los militares y los colonos israelíes. Nisreem nos enseña un corto vídeo donde vemos a sus vecinos colonos invadiendo la pequeña huerta con no más de cinco olivos. Nisreem vive en Hebrón, en el barrio Tel Rumeida. Una zona bajo control israelí donde para entrar hay que cruzar por un control fronterizo (checkpoint) militarizado que permite el paso según la voluntad, siempre cambiante, de los colonos. De hecho, nuestros acompañantes palestinos no tienen permitida la entrada, solo aquellos pocos que resisten y aún viven dentro pueden pasar.
La violencia ocupa el día a día de las mujeres palestinas. Dhima vive en Jerusalén y se desplaza diariamente a Belén: «cuando quise estudiar en Belén, mi familia estaba muy preocupada, porque tenía que cruzar a diario los checkpoints. Los medios siempre hablan de los problemas que allí ocurren. Muchas mujeres han muerto en los checkpoints. Pero al final mis padres cedieron. Aunque es muy duro para ellos. Cruzar un checkpoint puede ser cosa de horas y mi familia siempre está al teléfono preocupada hasta que consigo cruzar. Sin checkpoints, el camino no duraría más de quince minutos». Para Ghazal, de 14 años, es importante poner el foco en las violencias cometidas hacia las mujeres: «Seguramente habéis visto en muchos sitios, en Jerusalén, por ejemplo, a los colonos y a los militares golpeando a las mujeres, o quitándoles el hiyab. Creo que deberíamos centrar la atención en esos casos. Porque somos mujeres y debemos ser conscientes de que no estamos a salvo. De que es peligroso también para nosotras». También Dhima hace referencia a la violencia específica hacia las mujeres cuando los militares sionistas las retienen en los checkpoints: «nos bajan [del autobús] y nos registran completamente, muchas veces desnudas en una habitación. Siempre llevamos algo de ropa extra para proteger nuestra privacidad». Pero Dhima y Shad también nos hablan de cómo en esos casos se pone en marcha el apoyo mutuo y la sororidad que tanto representa al pueblo palestino, y las mujeres afectadas o que presencian el abuso se cuidan entre ellas, e intentan cubrirse.
Y es en este apoyo mutuo, en este sentimiento de comunidad, donde reside una de las grandes fortalezas de la resistencia palestina. Por ello es tan importante el trabajo comunitario que se hace desde Laylac, centro juvenil de desarrollo comunitario donde conocimos a estas jóvenes. Para Selina «venir a Laylac y hablar de Palestina también es resistir. Laylac te ayuda a desarrollarte plenamente. Aprendes cosas que no estudias en la escuela. Nadie te dice qué pensar, qué decir. Eres realmente libre. Aquí nos autoorganizamos».
Estas jóvenes y adolescentes nos dejan un mensaje positivo: «No nos quedamos tristes. Hablamos de nuestros problemas e intentamos contar nuestras vidas de forma positiva», y lleno de futuro: «no sé qué voy a ser en el futuro, pero creo que tendré éxito. Haré algo que me dé libertad».
En estos momentos, la situación en Gaza y Cisjordania es terrible. En la primera semana desde el 7 de octubre, más de 4 000 personas han sido asesinadas. Que sus voces no sean silenciadas nunca más y podamos volver a una Palestina libre.