Hace diez años, en un verano que recordamos tan tórrido como este, echó a rodar un pequeño proyecto editorial, nacido en Jaén, cuya breve historia ejemplifica a la perfección el difícil camino de la edición independiente en el Estado español.
Nacida entre fanzines
Si tuviéramos que decir cuáles fueron los cimientos de la editorial, diríamos que una grapadora y una caja de grapas. Nada más. De hecho, si echáramos mano de algunos de los manuales para emprendedores de los que se pueden comprar en la Casa del Libro, podríamos concluir que no reuníamos ninguno de los requisitos mínimos para poner en pie una editorial medianamente seria.
Para empezar, no teníamos dinero para la inversión inicial. Tampoco teníamos ordenadores potentes ni formación relacionada con el manejo de los programas de diseño y edición imprescindibles para componer los libros. Por otro lado, apenas si teníamos contactos en el sector del libro y, lo peor, carecíamos de una idea de proyecto bien pensada y estructurada (líneas editoriales, posibles colecciones, canales de distribución y otros aspectos imprescindibles para el quehacer diario de una editorial).
Con estos mimbres, todo lo que podría salir mal debería haber salido mal… Pero no fue así. Y no fue así, precisamente, porque Piedra Papel nació como un proyecto sin miedo a desaparecer (nuestro lema es «No nos dan miedo las ruinas»); un desapego que, por un lado, nos hizo no tomarnos demasiado en serio y, por otro, favoreció que desde el minuto uno editáramos lo que nos diera la gana. Y esto último, a la larga, ha sido lo que ha garantizado la continuidad del proyecto, pues es lo que mantiene vivo el fuego.
En todo caso, la editorial arrancó bajo el designio punk del do it yourself. Ya no solo es que apostáramos por el fanzine como el mejor medio para toparnos con el muro de la industria editorial, sino que, ya desde primera hora, pensamos que todo el trabajo de distribución tenía que partir de nosotros mismos. Una locura si tenemos en cuenta que, a día de hoy, es prácticamente utópico impulsar una iniciativa cultural vinculada al mundo del libro que pretenda sortear el tutelaje de las grandes distribuidoras comerciales.
Ventanitas a la historia
secreta de los de abajo
Los primeros textos que sacamos tenían dos cosas en común: su brevedad y la especial historia de su producción. El orden reina en Berlín, de Rosa Luxemburgo, que fue nuestro primer fanzine al margen de COTARRO (un fanzine seriado del que sacamos diez números), fue escrito de manera apresurada por la revolucionaria comunista, mientras permanecía escondida en casa de una simpatizante, pocas horas antes de ser asesinada por un grupo de freikorps. Y nuestra segunda publicación, El problema del poder en la revolución, fue la última conferencia que ofreció en público Andreu Nin, el dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), justo una semana antes de ser secuestrado y asesinado por los estalinistas.
A partir de entonces, pensamos que nuestro catálogo podía empezar a tomar forma si seleccionábamos textos cortos de calidad, no demasiado conocidos, que compartieran cierto espíritu insurgente y no perdieran vigencia con el paso del tiempo. En esa onda, nos permitimos el lujo de editar un cuento corto de Jack London, El mexicano, que cuenta la historia de un joven boxeador que pelea en defensa de la revolución, y dos traducciones cedidas por nuestro querido Canek Sánchez Guevara, nieto del Ché, que falleció en 2015: El espíritu corporativo, de Georges Palante, y Los vicios no son crímenes, de Lysander Spooner.
En realidad, y ya desde los primeros años de andadura de Piedra Papel, la historia social y el ensayo político han sido las dos bazas fuertes de la editorial. Textos breves, como decíamos, que poco a poco fueron ganando paginación y que siempre hemos querido acompañar de cubiertas sobrias, sencillas y atractivas, bien finalizadas a pesar de nuestra escasa formación en arte y diseño.
Momento crítico
Pasaron un par de años hasta que pudimos tener una decena de títulos con los que presentar nuestras primeras colecciones y mostrar a nuestros lectores cuáles iban a ser las líneas editoriales que marcarían el rumbo de nuestro proyecto. En ese tiempo, al margen de arrancar con nuestra colección de relatos y con la de poesía, tuvimos la suerte de publicar dos títulos que nos dieron cierta proyección y permitieron que algunos medios de comunicación se hicieran eco de nuestro trabajo; nos referimos a Hartémonos de amor ya que no podemos hartarnos de pan. Sexología y anarquismo, de Layla Martínez, y sobre todo Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial, de Luis de la Cruz.
En ese momento, apenas si teníamos una decena de librerías que vendieran nuestras ediciones y la mayor parte de nuestras ventas provenían de las ferias del libro donde poníamos la mesa de la editorial, muchas de ellas vinculadas al tejido cultural ácrata. También contamos con el apoyo decidido y entusiasta de un pequeño grupo de lectores y lectoras que nos compraban todo lo que íbamos sacando y que, incluso, nos anticipaban dinero en concepto de preventa. Tampoco fueron despreciables los apoyos puntuales que nos permitieron cerrar algunas cubiertas y la inestimable labor de promoción de nuestros libros que, de forma desinteresada, hicieron algunos colectivos sociales, organizaciones sindicales y páginas de contrainformación.
Pero conforme el proyecto iba ganando cuerpo (el catálogo iba sumando títulos, aumentábamos la circulación de nuestros textos, ganábamos lectores y puntos de venta…), la marcha de la editorial iba exigiendo cada vez más horas de trabajo y llegó el punto en el que Juan, que asumió todo el curro de la editorial en los primeros años y cuyo oficio de archivero no le dejaba mucho tiempo disponible, barajó dejarlo a finales de 2016. Fue precisamente en ese momento cuando Araceli se sumó al proyecto, abriendo nuevas líneas de edición, mejorando el diseño editorial, consolidando los canales de distribución de nuestros libros y, en general, asumiendo una parte importante del trabajo que exigía Piedra Papel; lo que, al cabo, ya no solo garantizó su continuidad, sino que propició un impulso que nos hizo plantearnos la posibilidad de hacernos un hueco en el mundillo de la edición independiente.
En definitiva, sería la incorporación de Araceli al proyecto de Piedra Papel la que posibilitó que, justo a la mitad del camino, se empezaran a sembrar muchas semillas cuyos frutos empezamos a recoger a día de hoy.
Nunca perder el foco
de lo importante
Con el paso del tiempo, nuestra pequeña editorial ha ido cobrando forma y aunque seguimos siendo un proyecto muy pequeño, valoramos lo que tenemos porque —como decíamos antes— partimos de cero totalmente. A día de hoy, lucimos un catálogo con más de setenta títulos activos repartidos en siete colecciones (Libros del Borde, Serie Transhistorias, Cuentos Secuaces, Caja de Formas, Amarga Absenta, Fan de los Zines y SR). Junto a ello, hemos logrado consolidar una red de distribución propia con casi cien puntos de venta y seguimos estando presentes en un montón de ferias del libro y eventos culturales vinculados al mundo de la edición. Por suerte, además, contamos con un círculo de lectores y lectoras fieles, muy interesados en nuestras líneas editoriales y que son los primeros en poner en valor lo que hacemos públicamente; algo que valoramos de corazón, ya que logran que algunos de nuestros títulos funcionen, aunque sea a pequeña escala, por el boca a boca y las buenas críticas en redes sociales. Finalmente, hemos tenido la suerte de rodearnos de una tribu de autores y autoras con quienes guardamos una relación estrecha, generosa y colaborativa; un grupo humano del que aprendemos constantemente y que mantiene viva nuestra curiosidad, alimentando nuestras ganas de aprender y mejorar poquito a poco.
Llegados a este punto, lo importante —pensamos— de haber sentado las bases de un proyecto editorial como el nuestro, es haber intervenido políticamente en la sociedad en un momento histórico que consideramos especialmente crítico para el devenir de la humanidad y los ecosistemas. Y lo hemos hecho generando pensamiento antagonista, alimentando debates necesarios, contribuyendo a la memoria histórica, rescatando personajes olvidados, generando redes y, en definitiva, poniendo nuestro granito de arena en la lucha por una sociedad más justa y libre; una lucha, en el plano cultural e intelectual, que, como militantes del movimiento libertario, entendemos siempre ha de tener los pies en el suelo, siempre ha de estar integrada en un esfuerzo superior, real, por cambiar las condiciones de vida de las personas aquí y ahora.
Redes de apoyo mutuo
Por otro lado, y al margen de cómo nos enriquecen las preguntas que nos vamos encontrando en el camino, una de las pocas respuestas que hemos cosechado en estos diez años de andadura es que no podemos hacer nada solos.
Efectivamente, pensamos que para tener sentido como proyecto editorial de inspiración libertaria, necesitamos trabajar por la consolidación de un tejido editorial autónomo, desobediente, estrechamente unido a las luchas de los movimientos sociales, que tenga como aspiración última intervenir en la sociedad en provecho de la mayoría social; un tejido cultural formado por lectoras, autores, colectivos, organizaciones, imprentas, editoriales, librerías, bibliotecas sociales, archivos, revistas, fanzines, periódicos, divulgadoras…, que, aprovechando su complejidad, amplitud y diversidad de enfoques, sea capaz de socializar ideas, estrategias y prácticas políticas que logren resquebrajar la hegemonía cultural del capitalismo.
Como no paran de repetirnos investigadores como Alejandro Civantos, autor en nuestra editorial de La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista (1881-1923), hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que los desposeídos y las desposeídas, entendieron que solo era posible derrotar al Estado y al capitalismo si se le oponía un pueblo unido, fuerte y autoemancipado, cuya conciencia social habría de adquirirse bien lejos de las tabernas y los púlpitos; un pueblo que arrancaría de las garras del poder sus propias herramientas de liberación, construyendo un tejido cultural autónomo, independiente, igualmente soberano, donde el mundo del libro jugaría un papel clave. Y se pusieron a ello con toda la fuerza del mundo. Solo las armas y la represión más atroz, acabaron con ese sueño… Aunque, muy a su pesar, no lo consiguieron del todo.
Al fin y al cabo, ese antiguo sueño, el de amasar una cultura redentora, que detenga el proceso de alienación y nos aporte herramientas de análisis para comprender el mundo y, a partir de ahí, combatir la injusticia, sigue vigente a día de hoy. De hecho, somos muchos, somos muchas, quienes pasamos la vida, se diría que alegremente, en ese empeño cuyo final no acabamos de intuir nunca.
No quisiéramos despedirnos sin agradecer a los compañeros y compañeras de El Topo, que comparten barricada con nosotras, la posibilidad de contar nuestra pequeña historia en un medio tan necesario, tan bonito, como su periódico. ¡Gracias! ¡Ah! Y muchas felicidades, que un pajarito nos ha dicho que El Topo también celebra su décimo aniversario. ¡Larga vida!