nº60 | andaluza política

Prácticos y teóricos

El pasado 23 de julio fui a votar. Yo vivo en el campo y decidí ir al pueblo dando un pequeño paseo. Son solo seis kilómetros de distancia y el entorno es precioso: bosquetes de alcornoques, quejigos y encinas dan paso a campos abandonados de olivos y almendros que resisten. Por esa zona es habitual encontrarte con Fernando, un paisano sin tierras propias, que pastorea su pequeño rebaño de ovejas todos los días del año por el entramado de veredas como esta: vías pecuarias, cañadas reales, caminos vecinales, etc. Este señor ya entró hace años en edad de jubilación, pero le puede el amor por el campo y sus animales con los que se siente sencillamente feliz. Llegado a un punto de mi travesía, me llamó la atención cómo la maleza había aumentado en los bordes de la senda y las concertinas zarzas cruzaban de un lado a otro, fuertes y entrelazadas. Nunca había visto aquel lugar así, tuve que coger un palo para abrirme paso y aun así me lleve algún arañazo. Al llegar al Ayuntamiento, donde estaba la mesa electoral, comenté con un vecino cómo había venido al pueblo y la circunstancia del estado en que se encontraba la vereda, tan cerrada, y añadí que no me encontré con Fernando, a lo cual, como si me tiraran un jarro de agua fría, me contestó: «Fernando… ¡Fernando ha muerto!, ¿no lo sabías? Hace unos meses, estando con su rebaño, se sintió mal y falleció poco después; su familia vendió el ganado casi de inmediato, nadie lo relevaría».

Sentí mucho su pérdida y al mismo tiempo encontré la explicación al enigma de la vereda. Esa y muchas otras que, con el trasiego de su rebaño los 365 días del año, mantenía a raya el pasto y el matorral. Además, en ocasiones, con una pequeña hacha, podaba las ramas, aquí y allá, de los árboles del lindero, facilitando el paso a animales y a humanos. Vecinos como Fernando, Alonso, Benito, Fernandón, etc., han sido los verdaderos equipos forestales contra incendios sin ni siquiera ellos pretenderlo. Este es el aliado del fuego: el abandono de una cultura y la pérdida de su población; ni siquiera quedan trabajadores en estos pueblos que sepan o estén dispuestos a dedicarse a los trabajos forestales de desbroce, entresaca, etc. El campo será un terreno monotemático sin interrupciones al avance de las llamas.

Me tocó a mí el turno de meter el sobre en la ranura, con nombres de personas a las que no conozco y ni tan siquiera sé si alguna vez han meado en el campo. Espero al menos, si no acertar, no equivocarme, ya que pongo de algún modo en sus manos nuestro futuro, el futuro de la vida rural. Me conformaría con que fueran sinceros y reconocieran que son incapaces de evitar la deriva global de este mundo y espero también, al menos, que si salen elegidos y los entrevistan para dar datos a pie de un siniestro forestal, no recurran a la demagógica frase de: «Ha sido intencionado porque eran varios focos y pagarán por ello» o «los incendios se deben apagar en invierno». Y en primavera, verano y otoño, querido amigo. Gracias por tu dedicación, Fernando.

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