Oratoria: ¿qué es lo primero que piensas cuando ahora lees esa palabra? Un momento, parece que hay que limpiarla una mijita porque casi ni se le ve, así que cojo un trapo con forma de cuento y la froto, a ver si puedo expresar cómo siento que ciertas cracias la están aniquilando. Paciencia con la oratoria, porque ni estamos, ni queremos estar en misa; en todo caso, lo que he venido a contar tiene más de griega que de romana. No cabe pensar en la oratoria reproduciendo o legitimando algún acto individualista; aunque sí que emana de la propia persona pa llegar a una colectividad que le responde también orando. Un ejemplo cercano son las propias asambleas: cada persona practica este arte discursivo en un vaivén de ideas que se sintetizan de la mano de la escritura en el cuaderno colectivo. No quiero decir con este ejemplo que no se pueda orar con una misma, a mí me pasa tela cuando voy en bici.
Como personas-en-relación que somos, no me cabe pensar tampoco en la escritura como algo meramente individual, porque en el huerto psíquico de una persona hay semillas de otras psiques, y eso es así y las papas son asás; ya sea pa escribir el acta de una asamblea o pa escribir esto que escribo. Todo el rato nos atraviesa la colectividad, por eso es tan absurdo e inerte cualquier atisbo de individualismo. A la escritura no la quiero defender más que como una forma de recoger lo que desde la oratoria se crea; por lo que la simbiosis se da, exclusivamente, cuando la escritura no manipula a la oratoria. Cualquier manipulación responde a un símil con la escoria minera; un extractivismo psicosocial de las propias ideas de las personas que, en lugar de practicar el arte discursivo, se contaminan de la escritura, que acaba diseñando sus modos de pensar. Y lo que emana después de estas personas no son discursos, es pura verborrea.
La propia acogida que tuvo la imprenta por aquí, ya vaticinaba cómo la oratoria discursiva y libertaria iba a ser presa de la escritura, porque pronto la prensa manipuladora y los panfletos liberal-propagandísticos iban a entrar en los buzones de las casas. Con esto y otras estrategias sistémicas se han ido encaminando las ideas individuales para incluirlas en masas que piensan lo que leen y no lo que oran. Así se le ha dao la vuelta a la tortilla de la oratoria: lo que se habla es un remeo de lo que se lee, sin ser lo que se lee un reflejo de lo que se habla. Cuando es la escritura la que habla y no la que recoge lo que se habla, tenemos unos cuantos problemas que relaciono con la manipulación, si no, que se lo digan a la prota de esta historia.
Un día de sol brotó la oratoria de entre las rocas, y con sus raíces empezó a caminar. Pronto se dio cuenta de que no estaba sola y que, aunque las que estaban a su alrededor eran todas diferentes por su propia naturaleza, en esencia eran todas plantas de oratoria.
Con el incipiente brote naciendo eran cortas sus raíces, por lo que no podía llegar muy lejos sin hacer de su vida una práctica de la oratoria. Así que, cada noche, se sentaban todas las plantas alrededor del fuego y nuestro brote quedaba siempre atento a las demás, observando cómo hacerse una buena oradora. Empezó a comprender que, de una noche a otra, solo tenían continuidad aquellas ideas verdaderamente trascendentes, ácratas reflexiones sobre cómo habitaban con otras especies. Estas otras, además de ser de aspecto diferente, también lo eran de esencia y solo por eso se sentían con el poder de expropiarles sus propios nutrientes. Descubrió también nuestro brote que la elocuencia estaba bien relacionada con cómo se expresaba el discurso cuando se quería llegar a todas las demás: las plantas de oratoria, con toda su esencia, conseguían hacer crecer sus raíces hasta poder tocar las de otras, teniendo así la sensación de estar conectadas. Cuando aprendió esto, el brote dejó de serlo y se hizo plantón: de su gran raíz surgieron otras que lo llenaban de paciencia y seguridad. Con esto, una noche ante el fuego decidió dar su primer discurso ante tal diversidad de plantas de oratoria. Sus hojas también formaban parte de su cuerpo, de sí misma como oratoria, por lo que no podía obviarlas. Respiró nuestro ya-no-brote, y agradeciendo la atención, transmitió cómo se sentía formando parte de esa comunidad, resaltando aquellas costumbres que desequilibraban su ecosistema. Tras su discurso, otras plantas se acercaron para reconocerla ya como planta de oratoria y, por ende, para compartirle que todo lo dicho les había hecho pensar. Hay que saber que otra de sus raíces creció aquí, al entender que para pensar hay que saberse ignorante, y es ahí donde se sigue creciendo: pensar que no lo sabe todo para poder pensar.
No fue hasta la noche siguiente que llegaron al fuego cuando se dieron cuenta de que, entre las cenizas, otro ser diferente a ellas había brotado: se llamaba escritura. Este tipo de plantas crecen exclusivamente donde hay oratorias y, si se da una correcta simbiosis, ni las puedes diferenciar. La conexión entre ambas no es amable cuando ciertas oratorias, ya sea por cualquier rasgo de su apariencia, tienen algunas diferencias de naturaleza con la exodenominada mayoría. Cuando esto ocurre, las escrituras pueden llegar a asfixiar a las oratorias, condenándolas a vivir en el ejercicio de ser todas iguales.
Y esto le ocurrió a nuestro ya-no-brote, porque lo que fue aprehendiendo y asimilando en su organismo le llevó a tener otros tonos en su tallo, otras formas en la punta de sus hojas… Como el brote de escritura nació la noche de su discurso, ahí que fue a asociarse a sus raíces. Desde entonces, cuando cada noche nuestra planta de oratoria practicaba el arte discursivo, la escritura con su tallo comenzaba a enredarse entre sus ramas condicionando así todo lo que quería transmitir. Cuando otras plantas, que conocían bien cómo generar la simbiosis con la escritura, se percataron de esta situación, le enseñaron la importancia de guiar a la escritura hacia las raíces colectivas hasta que se alimenten exclusivamente de lo que le aporten en su esencia las propias oratorias.
Querer desmitificar la escritura me hace invitarte al fuego de esta noche, ¿oramos?