Me han dicho que se pudo ver a un tieso del Polígono Sur correr delante de los guardas por Luis Uruñuela en la madrugada de los Goya y que consiguió darles esquinazo. Por lo visto, el notas le atizó a uno de los jipis de sonido de As Bestas y le trincó la estatuilla. Resulta que el sonidista, a esas horas de la noche, iba más mamao que mi tío Jacinto en la boda de su primogénita, siendo él mismo el padrino, donde acabó echando la pota sobre un cisne de hielo, acelerando —para desgracia de los presentes— la conversión del mismo de estado sólido a estado líquido, dejando a la pareja sin cisne y al susodicho padrino sin dignidad. El sonidista no vio al tieso de vení, el cual le hizo el truqui de tocarle el hombro por un lado y arrebatarle por el contrario el preciado metal, con la intención de venderlo y sacarse unos cuartos a costa del bronce. Para desgracia de nuestro amigo el tieso, resulta que si tieso era él, más tiesos son los organizadores del evento, y la estatuilla, aunque recubierta de cobre, no tenía más que aire y papel maché por dentro, así que en lugar de malvenderla por dos duros se la llevó a su keli: a fin de cuentas, iba a ser el único del barrio con un Goya.
Cuentan que, cuando llegó a casa, su señora lo cogió y le dijo que dónde iba con ese cacharro, que más tiestos no, que eso solo coge polvo y que nanai de la China. Nuestro amigo, apurado, le respondía que bueno, Maricarmen, que es un Goya, que nadie más tiene un Goya en el barrio y que lo va a poder enseñar en la peña; que tener un Goya otorga gran categoría y que, aunque tiesos, la categoría no hay que perderla. El asunto de fondo, ya lo verán de vení ustedes (si no, no estarían leyendo El Topo), es la gracieta —llamémosla así— de organizar unos premios en la ciudad con los barrios más pobres de España y presumir. Tiene tela, ver al alcalde vestido de traje y corbata sonriente por la alfombra roja mientras los alquileres no dejan de subir, la comida no deja de subir, la luz no deja de subir… y en esencia, la sevillana y el sevillano de turno no deja de ser cada vez más pobre; da corajina, ¿no os parece?
Volviendo a nuestro amigo el tieso, dicen por ahí –aunque no sé si será verdad– que se le vio abandonando la puñetera estatuilla al lado de un contenedor de vidrio de la avenida de la Paz: resulta que Maricarmen le acabó convenciendo de tirarlo cuando por fin le dijo: «Manolo, ¿y con qué se come un Goya?».