Una característica de las sociedades en el capitalismo actual es tratar los problemas sociales solo en el ámbito de sus manifestaciones individuales: actuando sobre las personas que sufren en vez de sobre las causas sociales del sufrimiento. En vez de buscar apoyo en sus iguales, muchas personas buscan un psicólogo que defina sus problemas en términos personales.
Psicologización es el proceso por el cual la psicología se postula como solución a problemas que en realidad no son de naturaleza psicológica. Como explica Guillermo Rendueles en su libro Psicologización, pobreza mental y desorden neoliberal, mediante la invasión del campo de lo social, por parte de las expertas en psicología (presentes cada vez en medios de comunicación, programas sociales, mundo empresarial), la gente va siendo desposeída de sus saberes comunes para criar a las hijas, para disfrutar del sexo, lidiar con el duelo o luchar contra la explotación laboral. Y empieza a necesitar los consejos de estos técnicos que le enseñan a una a vivir (mediante pautas de comportamiento, guías, terapia…). Como ocurre con otras ramas de la medicina, se atribuye a la psicología legitimidad para intervenir y decidir en las etapas vitales: primera infancia, educación (hoy la psicopedagogía desdibuja la pedagogía), identidad de género o envejecimiento; desplazando así los valores y prácticas de cada cultura mediante los que las personas actúan por sí mismas. Paradójicamente, la psicología a veces se atribuye el mérito de empoderar a las personas. Pero el empoderamiento real es colectivo y anónimo.
La psicologización de la sociedad supone un enorme poder, pues permite entrar en aquellos aspectos de la vida privada a los que el Poder no había conseguido acceder: así, se pueden implementar cambios en la subjetividad y hábitos de las personas para que sean funcionales a cuestiones estructurales. La industria de la salud mental cumple una función hasta ahora reservada a la industria del entretenimiento: influir en las creencias o conducta de la población.
Partimos de que la psicología hegemónica, es decir, la más acorde al sistema y la más extendida hoy en día (la cognitivo-conductual), es fuertemente mecanicista, biologicista y, por ello, individualizadora. Pero la psicología en general busca las causas del sufrimiento en la persona y en su entorno privado, en vez de en la sociedad. A la vez, se psicologizan problemas que son de índole moral o social, como el acoso escolar, el maltrato familiar o machista, etc. O problemas estructurales: conflictos laborales, despidos, delincuencia, rebeldía juvenil, que ven así mermado su carácter político (para la psicología positiva sin embargo un despido puede ser una «oportunidad» para reinventarse…). La invasión de las ciencias psi- conlleva que tratemos estas cuestiones como si fueran problemas de comunicación entre las personas (un mero asunto técnico) o como un problema arraigado en la biografía singular de cada individuo. Cuando el malestar social se expresa en consultas médicas en vez de en las calles y asambleas, algo va mal.
¿El malestar es personal o colectivo?
En los últimos años parece que se han multiplicado los trastornos mentales, y en parte es así, pero si miramos de cerca hay trampa. El estrés, el miedo y la angustia tienen efectos psicológicos (es evidente), pero realmente no son tanto problemas psicológicos como sociales. Estos conflictos psíquicos son una expresión de las tensiones externas que interiorizamos y en gran medida de la violencia de este sistema: pobreza, burocracia, subida de precios, paro, precariedad, egoísmo, machaqueo constante de la televisión, soledad, incomunicación… Y es que cada sociedad tiene su propio tipo de «enfermedades», esto ya lo documentó la antipsiquiatría. Igualmente, la depresión, la ansiedad o incluso los pensamientos suicidas no deberían ser considerados trastornos mentales, cuando a menudo son la respuesta normal del cuerpo o la psique a los efectos de unas relaciones sociales individualistas o autoritarias. El trastorno sería más bien que, ante todo ello, no mostráramos reacción. Al no ser los citados problemas propiamente mentales (ya que su causa no es un fallo mental) y al no ser problemas de cada uno sino comunes, las soluciones no deberían ser de índole médica ni atañen a las psicólogas, sino a todas nosotras. De ahí la necesidad de politizar el malestar como propone el colectivo Espai en blanc. Por ello, el mejor programa de prevención en salud mental consiste en asegurar el trabajo digno y la vivienda, vivir en ciudades habitables, rechazar la cultura embrutecedora de los medios, luchar contra la explotación laboral y la contaminación, crear comunidad…
La psicologización se da en primer lugar a través de los medios de comunicación: el lenguaje de la psicología está en los anuncios, en las series, en las tertulias de radio, en el telediario, y así cala en nosotras. Los discursos son siempre la avanzadilla de cualquier cambio social: nos percibimos mediante esos conceptos.
Hoy la psicóloga se convierte en una gerente de nuestro mundo interior, que legitima «lo que hay» fuera de una misma, una burócrata que aplica una misma gama de argumentos posibles con todo el mundo o, en el mejor de los casos, una escucha amiga, una consultora sentimental o una coach. Mediante la terapia, las personas cambian su comportamiento para obtener mejoras, es decir, se adaptan al entorno (resiliencia), en vez de tratar de cambiarlo. La psicología, tal como funciona hoy, supone una herramienta de despolitización. Bajo esta lógica individualista, a veces se responsabiliza a la paciente de cuestiones que no están en su campo de acción («si te esfuerzas en encontrar trabajo, lo encontrarás») y que dependen de dinámicas más grandes, que solo pueden ser modificadas en un plano superior: el de acción colectiva. Como decía de broma un amigo, nos resulta muy normal oír «voy al psicólogo», pero quizás de vez en cuando habría que ir al sociólogo, es decir, salir de uno mismo, prestar atención a los procesos sociales, de mayor calado, en los que estamos inmersas sin darnos cuenta y que quizás determinan nuestra vida más que los personales.
Para profundizar en el tema: los libros Contrapsicología (Dado ediciones), y La sociedad terapéutica (Ed. Bellaterra); los textos en: http://espaienblanc.net/?cat=10