nº29 | editorial

Los ejes de mi carreta

Porque no engraso los ejes, me llaman abandoná, si a mí me gusta que suenen, pa qué los quiero engrasar. Atahualpa Yupanqui

Mujer, blanca, europea, licenciada, de barrio, mayor de cuarenta, no madre, feminista, crítica, sin tacón, de cuna humilde, habiendo tenido acceso a la cultura, gamberra, andaluza…

Son tantos los ejes que me atraviesan que me siento un acerico.

Rara es la vez que me asome al balcón del editorial de El Topo y no desvele asuntos relacionados con mi identidad, con quién soy (más o menos), con las mimbres que han ido configurando mi existencia y la manera (acertada o no) que tengo de mirar al mundo.

Así, que yo sepa, me atraviesan al menos los ejes propios de mi condición como mujer en el mundo, criada en barrio periférico, feminista y mayor de cuarenta años. También me atraviesan los ejes de licenciada, de mujer blanca europea heterosexual y clarita de piel, de haber tenido acceso a cierto «nivel cultural» bien visto y reconocido en el pensamiento hegemónico. Me atraviesa el eje de ser andaluza (muy grasiosa para el resto del Estado), el eje de participar activamente en colectivos sociales que buscan (o al menos eso pienso yo) la vida buena para todas las personas presentes y futuras y, por supuesto, el de haber decidido de manera consciente no querer ser madre…

Sí, podría sonar (y de hecho algo de esto creo que tiene) un pelín ombliguista. Pero me parece fundamental ofrecer una pista, al menos, que me sitúe como punto emisor de cualquier tipo de información. Ofrecer estas pistas es un ejercicio de honestidad-presunción-aumento de vulnerabilidad que provoca la legitimación-deslegitimación de mi discurso en función de la situación relativa de las personas receptoras en estos ejes de identidad que me cruzan.

Y todo esto me lleva a pensar en una suerte de disputa por los privilegios.

Tengo claro que frente a un hombre blanco burgués europeo de mediana edad (y encima medio leío o medio estudiao) poco tengo que hacer, al menos en la mayoría de los contextos. De manera sistemática se permitirá la licencia de ningunear mi discurso siempre que no vaya en línea con el suyo. En esos momentos me siento como si vivieran en mí todas las formas de opresión. Me deslegitiman por «radical», por «histérica», por «intolerante»… Me frustra profundamente la imposición de la mirada hegemónica, ya sea mediante actitudes autoritarias o, no sé si peor, con actitudes paternalistas que me confunden y exasperan cuando me dicen que sí, que piensan igual que yo, pero que la estrategia tiene que ser otra y que los discursos radicales mejor para otros contextos donde se conozcan y compartan…No puedo evitar que me re-suene a Aznar diciendo que él también habla catalán en la intimidad. El caso es que siempre (y creo que no es por casualidad) los ejes ideológicos que colocan la vida en el centro quedan relegados, supeditados a lo que se considera «importante».

Pero la cosa cambia cuando el contexto me favorece, cuando los privilegios me arropan.  Cuando los ejes se inclinan situándome en lo alto del balancín. Donde me coloco cuando estoy frente a personas que aun siendo exterminadas y desposeídas de sus territorios de origen siguen celebrando la vida, existiendo y resistiendo. Donde estoy frente a personas que están siendo sancionadas o directamente masacradas por reivindicar un mundo mejor. Donde soy cuando en mi anhelo por un mundo feminista, lo más profundo de mis entrañas expulsa a mis compañeros hombres cis-; cuando ejerzo violencia aunque no sea verbal o física…

Así me veo continuamente, con la necesidad de revisar a quien me oprime y de mirarme lo mío para ver a quién oprimo yo. Ofú, qué tensión…

Total, que me coloco y me siento como una equilibrista desestabilizada por los privilegios propios y ajenos, con vértigo de caerme sin saber si hay red. Y, en caso de que la haya, ¿qué representa?: ¿apoyo?, ¿protección?, ¿tela de araña?…

De momento, mejor no engrasarme los ejes para que sigan «sonando», a ver si así me sigo manteniendo alerta…

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