nº35 | está pasando

Las grietas de la doctrina:

caravanas de esperanza

Afirma Naomi Klein que vivimos en un estado permanente de shock, esto es, en un estado de conmoción social permanente que nos impide reaccionar frente a nuestros propios miedos. Existimos en el horror de una profunda crisis que tiene su correlato de salvación: el neoliberalismo y la extrema derecha. Esta asociación no es casual, pues es el antídoto propuesto por los mismos agentes que inyectan en las sociedades el veneno de la crisis: los mercados, la banca, la desregulación, la privatización y los títeres políticos.

El capitalismo necesita un rostro humano, entre amable y mediocre, capaz de convencer a un pueblo anestesiado de que no existe otra salida. Frente a la razón política única, lo demás es utopía. Durante la resaca poselectoral en Europa, pudimos asistir a una rotunda metáfora acerca de este absolutismo: la imagen del líder de Liga Norte, el italiano Matteo Salvini, besando un crucifijo en su comparecencia a los medios, agradeciendo a dios el resultado de las elecciones y afirmando que este no lo ha ayudado a él: ha salvado a Europa y a Italia del enemigo, que es la izquierda. Los designios de dios son inapelables, supremos. De este modo, Salvini y sus aliadxs se acogen a este derecho divino, el de consolidar una Europa blanca y católica; en consecuencia, islamófoba y enemiga de lxs migrantes. Este derecho divino se presenta como contraposición a los Derechos Humanos inherentes a la vida y a la libertad.

Naomi Klein también dice que lo que nos mantiene alerta y a salvo de la conmoción, es nuestra propia historia. La sociedad vive bajo la aceptación común del dogma que afirma que la democracia es concurrir cada cuatro años a unas elecciones. Esta creencia actúa como tabla de salvación de un sistema que legitima sus prácticas durante un período de tiempo, con posibilidad de revalidarlas. Es la ley. Pero ¿es esta la legitimidad última? ¿Y si aceptamos los Derechos Humanos como legitimidad última, por encima de los derechos de los diferentes Estados? Si así fuese, podríamos aceptar que en nosotres mismes se encuentra la fuente del derecho y no exclusivamente en los campos políticos e institucionales. Entonces, ya no habrá que temer a nada, excepto al miedo en sí.

El bombero malagueño Miguel Roldán es un ejemplo de esta actitud por derecho legítimo y propio: el derecho a salvar vidas. En el año 2016 pone rumbo a Lesbos, decidido a colaborar en el rescate de personas refugiadas en la isla griega. Un año después, se embarca con la ONG alemana Jugend Rettet para salvar vidas en el Mediterráneo central durante veinte días; 14 000 personas rescatadas en total. Hoy, Miguel está acusado, junto a nueve compañeres, de un supuesto delito de tráfico de personas. Completan el grupo siete alemanes, un portugués y una escocesa, con acusaciones idénticas que les pueden acarrear hasta veinte años de prisión. Por poner cuerpo-cabeza-corazón, por defender que la vida y la dignidad humana no se negocian, por entrar en la grieta de una doctrina de la muerte. No obstante, afirma Miguel que esos veinte días se desarrollaron sin incidentes, en un barco coordinado con la MRCC de Roma, la autoridad de búsqueda y rescate de Italia. «Si ellos decían que no nos podíamos mover, no lo hacíamos, aunque incluso en alguna ocasión un barco se estuviera hundiendo ya.»

Es también este estado de shock el que nos permite generar tolerancia al relato del horror. La imagen del niño Aylan Kurdi, ahogado en una turística playa turca, nos zarandea unos instantes de nuestra zona de confort y nos conmueve al mismo tiempo que nos permite aumentar nuestra resistencia a tanta atrocidad. Nada puede ser peor, mucho menos una cifra: 35 597. Al amparo de los medios de masas, la doctrina sabe que no es la muerte en sí lo que remueve, sino su condición de existencia, es decir, hacerla visible. Frente a la cifra de les invisibles, pesa más nuestro propio miedo a la supervivencia individual, regida por el principio de escasez: aquí no hay para todes. Nadie quiere ser el otro. No queremos ser pobres, no queremos ser sospechosos, pero ¿quién determina los límites de lo propio, los límites de un nosotros? Hace unos días, analizaba un documental[1] que expone el relato de diferentes mujeres subsaharianas refugiadas en Melilla a la espera de poder cruzar a Europa. Me atravesó especialmente el testimonio de una mujer que, al tomar conciencia de los peligros del viaje justo al salir de Mali, pensó en regresar a su país. Le frenó aceptar que el peligro que perseguía tanto a ella como a su familia —la pobreza—, era peor que el peligro que ella perseguía —Europa—. Hay, por tanto, un nosotros, en el miedo. De Mali es también Abou Sidibe, un temporero de Lepe que ha perdido todo en el último incendio que ha arrasado el asentamiento de chabolas en el que viven más de 800 migrantes. Es solo uno de los múltiples asentamientos que coexisten con los campos de fresas en la provincia de Huelva y que arden cada año. Bajo plásticos, de nuevo, invisibles. Abou muestra en su teléfono móvil, uno tras otro, los vídeos emitidos en diferentes canales de televisión donde expone su lucha. Mientras, los comenta y nos da a les presentes una lección de economía política: «He venido a Europa a recuperar lo que es mío».

Lepe es uno de los destinos de Caravana Abriendo Fronteras que ya habrá recorrido cuando leas ésto, entre los días 12 y 22 de julio, esta Frontera Sur. Huelva, Cádiz, Ceuta, Granada… Son algunos de los territorios calientes de nuestra geografía en materia de xenofobia y racismo. En un panorama que refuerza la idea de la Europa Fortaleza, tenemos la responsabilidad de decir NO desde esta frontera, tal como lo hicimos en ediciones pasadas en Italia y Grecia, con el objetivo de hacer visibles las violaciones de los Derechos Humanos y de los acuerdos internacionales que de manera sistemática se incumplen en asuntos de refugio e inmigración. Desde nuestra legitimidad, vamos a salir fuera y a obligarlos, con Abou, con Miguel, con diferentes organizaciones y con todas las personas que a título individual quieran colarse por las grietas del miedo para decir basta de vulnerar aquello que nos es propio como individuos. Hasta que la dignidad humana no sea moneda de cambio; hasta que salvar vidas no sea delito y que impedirlo, sí lo sea; hasta hacer visible lo invisible; hasta decirles, desde nuestro propio relato: «¿Escucháis? Es el sonido de vuestro mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo».

NOTA [Más info y convocatorias: Facebook/Twitter “Caravana Abriendo Fronteras” // email: caravanafronterasursevilla@gmail.com]

[1]              “Bolingo, el bosque del amor”, Alejandro G. Salgado, 2016.

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