nº29 | sostenibili-qué

IFMIF-Dones:

preparando el terreno en Granada para la fusión nuclear

La perspectiva de agotamiento de los combustibles fósiles y el vínculo entre emisiones de CO² y cambio climático empujan a pensar en un cambio de modelo energético. Se perfilan para ello, a grandes rasgos, dos tendencias:

Una que entiende que tal cambio solo puede ir unido a transformaciones sociales, económicas y territoriales, reconociendo que es indispensable una reducción drástica en el consumo energético global como parte de un cambio más profundo en la manera en que hemos organizado materialmente el mundo durante este último siglo.

Otra tendencia, en cambio, busca mantener el acceso a una cantidad de energía elevada que permita sostener las demandas crecientes en el consumo. Desde este punto de vista no se pone en cuestión el modelo que hasta ahora se ha posibilitado por nuestro acceso a combustibles fósiles baratos, basado en el despilfarro, la urbanización intensiva y la movilidad acelerada.

La promesa de la fusión nuclear es quizá la máxima expresión de esta segunda tendencia. Decimos «promesa» porque hasta el momento no es más que una hipótesis, en teoría sencilla pero difícil de llevar a la práctica y aún más de convertir en una fuente de energía capaz de insertarse en las redes existentes. La idea es unir dos isótopos de hidrógeno (deuterio y tritio) de forma que se obtenga una gran cantidad de energía, de forma similar a lo que ocurre en el interior del Sol. La dificultad principal está en controlar la reacción resultante, con temperaturas de hasta 150 millones de grados, para generar electricidad. Con ese objetivo se han puesto en marcha diversos proyectos internacionales aún en construcción, cada uno dedicado a experimentar diferentes partes del proceso. El más avanzado es el reactor ITER en el sur de Francia; otro eslabón de esta cadena es el reactor IFMIF-Dones[1], cuya ubicación más probable sería Escúzar (Granada).

Sin ningún tipo de debate público ni información sobre un megaproyecto de estas características, hay ya en marcha una campaña mediática a favor de su instalación, con el apoyo de las asociaciones empresariales que ven una oportunidad para captar inversiones. Antes de pensar colectivamente la oportunidad y necesidad de una iniciativa de este tipo, se da ya por descontada su legitimidad por criterios como su capacidad de atraer capital, prestigio científico o situar en el mapa zonas periféricas.

Frente a esta acogida entusiasta, hay motivos para desconfiar del supuesto carácter inocuo que normalmente se asocia a la fusión nuclear.

El primero es la producción de residuos radioactivos, no como resultado de la reacción de fusión en sí (como sí ocurre en el caso de la fisión, utilizada en las centrales nucleares actuales), sino por la carga radioactiva que adquirirían los materiales de revestimiento. A pesar de tratarse de residuos nucleares mucho más ligeros que los actuales, una hipotética extensión de las centrales de fusión haría que su cantidad aumentara, planteando de nuevo el complejo dilema de su almacenaje y gestión.

Otra es la dependencia del litio, tanto por su utilización como uno de los elementos de la reacción (tritio), como para formar la pared sobre la que lanzar dicha reacción. Precisamente el objetivo del  IFMIF-Dones es probar un muro de litio líquido capaz de soportar las temperaturas alcanzadas. Aunque actualmente no hay una situación de escasez de este mineral, se espera que en los próximos años se convierta en un recurso estratégico y disputado por su uso en las baterías eléctricas. Todo parece indicar que su demanda se disparará llegándose inexorablemente a su pico de extracción, lo que pone en cuestión el supuesto carácter «inagotable» de esta fuente energética.

Pero más allá de estas cuestiones, que pueden ser coyunturales y también extensibles a otras fuentes energéticas, hay elementos de más profundidad que se suelen pasar por alto en la apuesta por la fusión nuclear.

La magnitud del tiempo y los recursos necesarios para comenzar a experimentar la posibilidad de la fusión, además de la complejidad de las infraestructuras implicadas, requiere de la alianza de instituciones a la escala de grandes corporaciones financieras y Estados. De hecho, ha sido necesaria la coordinación de siete de los países más poderosos del mundo para impulsar estos proyectos. Tal y como ocurre con la energía nuclear de fisión, parece difícil pensar que esta tecnología pudiera ser recuperable en condiciones políticas diferentes: descentralizadas, comunitarias y a escala reducida. Este vínculo entre megaproyectos tecnológicos y concentración de poder nos lleva de nuevo a pensar en el vínculo entre cambio de modelo energético y un cambio social más amplio.

Por otro lado, esa misma magnitud de recursos que será necesario invertir durante décadas para  desarrollar el proyecto invita a dudar seriamente de que su saldo energético sea finalmente positivo. Para defender su viabilidad se suele aludir a la baja cantidad de combustible empleado en relación a la energía liberada; pero en estas cuentas hay que considerar también toda la energía y materiales invertidos en el transporte y construcción de instalaciones extremadamente complejas y caras.

Teniendo en cuenta la rapidez con la que se manifiestan los efectos del cambio climático y la disminución de las reservas de hidrocarburos (único recurso energético capaz de mantener hasta el momento el demencial modo de vida capitalista), así como de otros recursos, parece claro que el mundo de las próximas décadas va a ser radicalmente distinto al actual. El proyecto de la fusión nuclear presupone, sin embargo, que a final de siglo XXI pueda hacerse el esfuerzo de construir centrales a partir de esta fuente para generar electricidad, sin tener en cuenta el escenario de menor disponibilidad material y degradación ecológica que probablemente atravesarán las sociedades de ese momento.

Al anunciar un reciente acuerdo internacional para impulsar el proyecto IFMIF-Dones, el ministro Pedro Duque reconoció que «…hasta que no tengamos los resultados preliminares dentro de bastantes años, no podemos decir si la humanidad, con la fusión nuclear, saldrá de este hoyo que tenemos ahora de cambio climático» (La Vanguardia, 20 de junio de 2018). Nosotros pensamos, por el contrario, que si hay salida «del hoyo» no pasa por confiar en quimeras megatecnológicas de incierto resultado, sino en crear ahora formas radicalmente distintas de habitar, vivir, pensar y desear. El problema al que se enfrenta nuestra civilización no es un problema técnico, sino político. Y hasta que no tengamos la disposición de asumirlo, no habremos dado ni tan siquiera el primer paso que pudiera conducirnos a una solución posible y deseable para todas las personas.


[1] La traducción de sus siglas puede ser «instalación internacional para la irradiación de materiales de fusión – fuente de neutrones orientada al diseño de DEMO»

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